Nunca fue fácil encontrar a la verdadera Jane Auer. Escondida tras el apellido y la sombra de su marido Paul Bowles. Descatalogada literariamente. Enterrada sin lápida. Hizo de su vida un constante fuego artificial, que escondía el origen de la pólvora contenida de sus pasiones. Considerada entre las escritoras más singulares y enigmáticas de la generación beat, “la única queja no es por falta de calidad, sino de cantidad” en palabras de su amigo Truman Capote. Escribió poco, aunque atacó todos los géneros y ha entrado en la leyenda.
Se cumplen cincuenta años de su muerte en el sanatorio psiquiátrico de Los Ángeles en Málaga, donde protagonizó un episodio digno de sus escritos, en los que en medio de una atmósfera desconcertante siempre acecha la tragedia. Investigué sus últimos pasos para rodar un documental en 1990 y constaté el informe médico con 23 sesiones de electroshock “para calmar su ansiedad y sus nervios” hasta su fallecimiento por una embolia cerebral. Fue enterrada en el cementerio católico de San Miguel, pero con sus huesos a punto de perderse, ya que no había lápida ni identificación en la parcela 453-F, que figuraba en una estaca de madera.
La historia de los Bowles es la de la vanguardia nómada de los artistas neoyorquinos de los años 30. En una escapada nocturna en 1937 con un grupo de amigos a Harlem se conocieron la aspirante a escritora Jane Auer, con 19 años, y Paul Bowles de 27, compositor y poeta. En aquellas aventuras nocturnas se escuchaba música y se fumaba marihuana. “Fuimos a una casa privada cuyos propietarios eran negros. Compraban marihuana, hacían cigarrillos y se pagaba por cada uno. La gente iba allí a fumar droga. Así fue como la conocí”.
[Bowles, el recluso de Tánger]
En nuestra conversación en su piso tangerino Paul rememoraba este primer encuentro con la joven con la que se casaría tras un viaje a México. Quizá un matrimonio de conveniencia artística y alejamiento de la presión de sus familias. Cada uno seguiría con sus relaciones homosexuales y lésbicas, pero nunca se separarían hasta el complicado final de la escritora.
De familia judía, Jane creció entre Long Island y Suiza, atormentada por la falta de atención familiar tras la muerte de su padre y por un problema en la rodilla que la condenaría a tener una pierna rígida de por vida. Ante el mundo, no aparecía con la cara de tribulación que sentía por dentro, sino como la más arrolladora y genial de las amigas. Se sentía vulnerable y suplía los miedos con una desbordante simpatía e imaginación.
Jane se perdió en el mundo enigmático de la noche tangerina, por las calles estrechas de la Medina, persiguiendo sombras
La adoraban los Capote, Tennessee Williams, Cecil Beaton… o nuestro tangerino de referencia, Emilio Sanz de Soto. “Jenny era una especie de fuegos artificiales continuos y, de alguna manera, parte de su genialidad la malgastó. Pero los que éramos amigos suyos la recibimos. Cuando se iba a las nubes, al bajar, temía caerse. Entonces lo que hacía era pedir ayuda a Paul”.
Antes de embarcarse sin pasión en la aventura tangerina, siguiendo la elección de Paul Bowles, Jane ya había recibido un cierto reconocimiento literario con la publicación de su excéntrica novela Dos damas muy serias (1943, Anagrama). El tono inquietante de su obra ya está presente aquí. La indagación en los miedos de la infancia, las relaciones entre mujeres, el pecado… Es considerada una novela autobiográfica, no en el sentido de los hechos que relata, sino de la presencia de la propia Jane en sus personajes. Se la dedicó “a su madre, a Paul y a Helvetia Perkins”, una mujer de alta sociedad, autoritaria y controladora que fue su primera amante oficial.
Su infancia como fuente de tormento, la sensación de pecado y búsqueda de redención inundan esta primera novela, al igual que su obra teatral In the summer house. Pequeños secretos triviales se van apilando hasta crear una atmósfera irrespirable que deviene en violencia emocional. Jane hila estas historias de una forma sencilla, paciente, con una escritura puntillosa. Crea un puente de lo trivial a lo más profundo, a través de corrientes subterráneas perturbadoras, con personajes atribulados por el pecado. Se estrenó en el Village en 1953.
Cuando los Bowles llegan a Tánger, Paul se embarga en la escritura de El cielo protector, cuyos personajes Port y Kit Moresby aparecen como un vivo reflejo de la pareja real. Bertolucci la llevó al cine en 1990. Marruecos nunca fue sitio para Jane, convertido en un exilio no buscado. Fue poco productiva en su escritura, mientras que sus dudas y culpabilidad las proyectó en relaciones disolutas y complejas como la que la encadenó a Cherifa.
Relicario de Málaga
¿Cómo acabó aquella joven judía neoyorquina con aspiraciones literarias enterrada en un cementerio cristiano en España? Paul decía que “las hermanas dijeron que se había convertido al catolicismo. Yo no podía entenderlo. No es asunto mío, pero creo que le dijeron: ‘no quieres morir sin una fe y si te conviertes al catolicismo, creerás en Dios’”. Paul no encargó una lápida, y al renovarse el cementerio malagueño los huesos de Jane iban a ir a parar a la fosa común.
Así nos lo indicó la empresa encargada al buscar la tumba. El hermano José nos condujo hasta el lugar para ver la porción de tierra desolada sin identificación más allá de un número. Años más tarde, el mismo encargado me mostró un pequeño secreto: guardaba un mechón del cabello rojizo de Jane como relicario. Málaga terminó honrándola con un homenaje auspiciado por Alfredo Taján atendiendo al último grito desesperado para reclamar atención sobre su singular travesía en el mundo y atajar su póstuma inquietud. Una losa de mármol negro certifica de forma solemne que la pequeña gran Jane Auer Bowles se hizo eterna.
Jane se perdió en el mundo enigmático de la noche tangerina, por las calles estrechas de la Medina, persiguiendo sombras. Le cautivaban las mujeres tapadas, sus tatuajes y velos hasta caer en las redes de una vendedora. Cuenta la leyenda que Cherifa la embrujó. Paul, muerto en 1999, creía que había introducido un hechizo en las raíces de un rododendro para controlar la voluntad de Jane.
Quizá fue más la conjunción del alcohol y la medicación las que llevaron a Jane a un creciente descontrol. En 1956 Cherifa vive en la casa tangerina con Jane. Al año siguiente sufre su primer infarto y es tratada en Londres. En esa década se publicarán sus relatos bajo el título de Placeres sencillos (Anagrama), que incluye Camp Cataract, considerado por Capote como “el más representativo de su trabajo, un ejemplo perfecto de su controlada conmiseración: una apocalíptica historia cómica que obliga a que tengamos a Jane en gran estima”.
Su producción literaria se eclipsa. En 1967 es recluida en la clínica malagueña, donde irá perdiendo su movilidad y hasta la vista. El historial habla de psicosis maniacodepresiva y de la aplicación de electroshock. Conocí a Sor Mercedes, una monja navarra que la cuidó y acompañó en su agonía. Recordaba sus esfuerzos por mantenerse activa hasta el final, escribiendo y leyendo, cuando no estaba atormentada por sus obsesiones. “Decía que le habían dado un brebaje, una mora en el desierto, lo repetía continuamente”.
Javier Martín-Domínguez es director del documental Mapas de agua y arena. Las vidas de Jane y Paul Bowles