Que la obra de Albert Camus sigue siendo una herida ética abierta lo prueba que todavía hoy suscita debates peliagudos. En su intervención en las Trobades Camus de Menorca, Antonio Muñoz Molina ensalzó el legado moral del autor de El extranjero. Sobre todo resaltó su genuino humanismo, sin pose ni doblez, en la línea de colegas como George Orwell (para Camus, por cierto, fue un mazazo su muerte) y Simone Weill. Venía a sostener que ningún ideal abstracto a priori elevado (a saber: justicia, libertad, igualdad…) estaba facultado para atropellar una sola vida humana. Parecía un razonamiento convincente, sólido… hasta que Belén Gopegui, otra de las invitadas a las jornadas camusianas impulsadas por Miguel Ángel Moratinos, ministro de Exteriores durante el gobierno de Zapartero, salió a la palestra.
“¿Por qué seré tan complicada?”, se preguntó antes de cuestionar a Muñoz Molina. Sabía que entraba en terreno incandescente pero, con un camusiano sentido del deber de no callar, por incómodo que pueda resultar, se planteó en voz alta, compartiendo su zozobra, si la mayor era irrebatible. ¿De verdad nadie merece la muerte por esos ideales?
La cicatriz se abrió y empezó a sangrar. Parecía que ambos escritores, de pronto, estuvieran encarnando las posturas que se contraponen en la obra Los justos, en la que Camus, inspirado en el asesinato del Gran Duque Sergio Aleksándrovich Románov, destila la dialéctica sobre el uso de la violencia para la consecución de fines de mayor valor que las vidas humanas que, eventualmente, los obstaculizan. El cruce de pareceres se da en el seno de un grupúsculo terrorista.
“Ya están matando por nosotros”, apuntaba Gopegui, que mencionó expresamente lo que ocurre con las oleadas migratorias, en cuyas rutas -terrestres o marítimas- dejan un copioso rastro de muerte. Gopegui evocó, asimismo, la pertinaz labor de su madre como activista en Aministía Internacional (fue, de hecho, una de sus fundadoras en España). Conjeturó con la posibilidad de que su ejemplo a contracorriente era la razón de que ella fuera “tan complicada”. A pesar del martirio emocional, originado por el nacimiento con parálisis cerebral de una de sus hijas, su madre no cejaba nunca en su empeño de evitar las penas capitales de reos de los más diversos países. Mandaba cartas intentando convencer a autoridades encargadas de aplicar la ‘solución final’ de que estaban en un error terrible. Tan delicada era la cuestión que Gopegui se sintió obligada a bajar al apunte íntimo-biográfico, que, por otra parte, está recogido en su libro Ella pisó la luna.
El dilema se proyectó sobre una atenta audiencia, que llenó durante dos jornadas el Teatro Albert Camus de la localidad menorquina de San Luis, epicentro de unos encuentros que nacieron para conmemorar el Nobel de Camus y que se van consolidando (y afinando) a medida que van cumpliendo ediciones. En este punto toca explicar la razón geográfica de que que tal ciclo se celebre en este pueblo, ya que solo los camusianos más documentados habrán caído en ella. De San Luis era la abuela del escritor inscrito en la corriente del absurdo contra su propio criterio (reservas similares opuso a la etiqueta de ‘existencialista’). De allí salió Catalina Cardona Sintes para poner rumbo a Argelia a mediados del siglo XIX.
No fue precisamente la única menorquina en hacer el mismo trayecto. Durante esos años, casi un tercio (ocho mil de unos treinta mil) de la población de esta isla balear, la segunda de mayor superficie tras Mallorca, marchó hacia Argel en pos de un futuro que su tierra natal les negaba. La miseria se había echado encima de ella por culpa de una serie factores, entre los cuales podría ser el central la prohibición impuesta desde Castilla al comercio con grano extranjero. Una medida proteccionista que originó el éxodo masivo y, de paso, la raíz española de Camus, que siempre la tuvo muy presente, sobre todo cuando se trató de combatir la dictadura de Franco.
Dos piezas teatrales están escritas con la intención nítida de golpearla desde el flanco literario. Estado de sitio, ambientada en Cádiz, de la que se enseñorea una peste alegórica que remite al fascismo, y otra menos conocida y rescatada hace un par de años por la editorial Altamarea, Rebelión en Asturias, que se centra en el levantamiento proletario de 1934, precedente de la conflagración que tendría lugar dos años después. Su relación con la actriz María Casares reforzó esta querencia hispánica por Camus. Pero este nunca se acercó en San Luis. Sí estuvo en Mallorca, donde su mujer, Simone Hié, debía afrontar allí una cura de desintoxicación del alcohol.
No está claro hoy dónde se situaba la casa de Catalina Cardona Sintes, señora autoritaria y austera que tanto marcó al escritor. Catherine Camus, su hija, intentó localizarla en una edición previa de las Trobades. Sin éxito. Dicen que está muy cerca de la ‘mansión’ que el jugador Raúl González Blanco tuvo durante muchos años en San Luis, entre olivos salvajes, pinos y cercas de piedras que delimitan con precisión quirúrgica las lindes menorquinas. Un territorio que devino en inhóspito para sus pobladores hace cerca de dos siglos y que en la actualidad, en cambio, es un entorno idóneo para degustar el plácido silencio mediterráneo. Un paraíso todavía bastante bien conservado, aunque constantemente amenazado por el turismo, ese Atila contemporáneo.
[Mathias Enard, Premio Albert Camus 2022]
Dentro del Teatro Camus, sin embargo, no había margen para el silencio. En su escenario convergía una especie de ONU de la mediterraneidad, convocada por Sandra Maunac, directora de los encuentros. Desde la serenidad antintelectual del cineasta malí Abderrahmane Sissako, que reflejó el fanatismo islamista en Timbuktu, a la extroversión y la hilaridad contagiosa de Mahi Binebine, autor de Los caballos de Dios, que con los centros educativos que ha impulsado en Marruecos le gana terreno a la intolerancia de “los barbudos” teocráticos. Desde las señales de la directora Marta Pazos, que hizo suya la afirmación de Camus: “El escenario es uno de los lugares del mundo en que soy feliz, a la defensa a ultranza de la cultura como herramienta de pacificación social de la regista Natalia Menéndez, actual directora del Teatro Español. De los recuerdos cruentos del artista chino Gao Bao, que, de niño, disfrutaba maravillado -la perversión de la inocencia- de los tiros de gracia sobre los condenados de la Revolución cultural maoísta, al rigor poético de Agnès Spiquel, una de las estudiosas más pertinaces de la obra camusiana.
En fin, una pléyade de voces que acreditaron la vigencia de un autor cuyo transparente humanismo brinda hoy, en este mundo que se nos cuartea entre las manos, unos cimientos éticos sobre los que reconstruirlo. Con la perseverancia feliz de Sísifo y con la belleza obstinada de los almendros en flor de Argel, “esa nieve frágil” que resistía -decía Camus- “todas las lluvias y el viento del mar”.