Los libros flotan hoy en el éter cultural un poco a la deriva. La ficción, debido en parte a las fake news, está por doquier, en la política desde luego, y ya no resulta dominio exclusivo de la literatura. Lo inventado y lo veraz parecen intercambiables. Por eso, Los genios, una parodia de las relaciones entre Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, entra de lleno en ese estado actual vivido por una inmensa mayoría, que nunca pasa de experimentar percepciones sin llegar a profundizar en el conocimiento de la realidad.
Incluso ciudadanos cultos viven entregados a la superficialidad de los saberes nacidos en los medios. Esta novela es un producto del estado cultural en el que la percepción supera al conocimiento. Atreverse a conocer, Kant dixit, ha pasado de moda.
Jaime Bayly (Lima, 1965) es un escritor de talento, redacta bien, conduce el hilo narrativo con buen ritmo, y el argumento fluye con naturalidad. Su viva inteligencia se manifiesta en los mil y un cortes textuales, cambio de ángulos temáticos y de perspectiva que experimentamos en la lectura. Además, posee un irreprimible sentido del humor. A cada poco nos hace reír.
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La novela arranca en un momento histórico de las relaciones entre ambos genios, cuando el peruano “lanzó un derechazo fulminante, una trompada brutal” al colombiano, dejándolo “inconsciente, los anteojos rotos, la nariz sangrando” (pág. 9).
Mezcla la verdad y la invención para esbozar aspectos de la vida de los dos nobeles, concretamente las circunstancias que llevaron al choque. Todo ello situado en un rico contexto espacial, Lima, México, Londres, París, Barcelona, República Dominicana, y poblado con un sinfín de personajes conocidos, fuera de las esposas de los genios, Patricia y Mercedes, como Fidel Castro, Carmen Balcells, Jorge Edwards o Carlos Fuentes.
Jaime Bayly es un escritor de talento, redacta bien y conduce el hilo narrativo con buen ritmo
Cuantos leímos las grandes novelas de García Márquez y de Vargas Llosa, dos propuestas narrativas diferentes, el esencial arte de contar del colombiano y el moderno novelar, flaubertiano, del peruano, aprendimos de la esencia del hombre. Disfrutamos entrando en recovecos del ser humano de la mano del coronel Aureliano Buendía o de Alberto Fernández, El Poeta.
Estos aspectos artísticos no se dan de alta en este texto. Bayly mira desde la perspectiva del conflicto, representa a Vargas Llosa como un hombre templado en el colegio militar al que acudió en Lima, donde se forjó la sexualidad de macho que le llevó a casarse primero con una tía suya a los diecinueve años cuando ella estrenaba la treintena, y después con su prima, Patricia, la madre de sus tres hijos, y su esposa de toda una vida. Se comenta, pues, su vida amorosa.
García Márquez aparece como un hombre tranquilo, monógamo, pero amante de hablar con prostitutas. Al parecer el amor por las mujeres consume a ambos, si bien su entrega a la escritura arde con mayor fuerza.
Lo extraordinario de las obras de estos maestros nos lleva, como decía, a conocer su entrega a un proyecto personal de contar las vidas de sus seres de ficción, unidos por el cabo de la creación con la realidad. Aquí las acciones contadas por Bayly de la vida de ellos van atadas con cabos de pura ficción, confeccionados con secretos, confidencias, fraternidades que devienen en traiciones.
Estos cabos de ficción vienen impregnados del veneno de los deseos, de los celos, de los rencores, que entretienen con sus maldades un poco de papel couché. La verdad y el chisme sobre si García Márquez dijo que Mario era un putero y asuntos de semejante índole, apoyados en una infidelidad del peruano con una modelo, suponen pinceladas complementarias al esbozo inicial de Vargas Llosa joven formado en el colegio militar. Parodia de una vida, en fin, de un gusto cuestionable.