Frente a la inanidad o inconsistencia anecdótica preferidas por el posmodernismo, Edurne Portela (Santurce, 1974) se decanta por contar historias fuertes. En este sentido es una narradora tradicional a quien le gusta recrear peripecias sólidas y montar un buen argumento. Este criterio sigue en Maddi y las fronteras. Se trata de una novela de personaje y a la vez de una novela histórica que recrea un dilatado recorte temporal de España y de Europa a caballo de sus grandes conflictos bélicos, la guerra civil nuestra y la segunda conflagración mundial.
La Maddi del título es una persona de existencia real, de quien algunas investigaciones han aportado una base noticiosa suficiente para que Portela acometa el trabajo narrativo de imaginar su personalidad y mostrar los aspectos ejemplares que la definen. Ello dentro de un esquema conocido, un relato de acción, aventuras y suspense, el cual, por otra parte, va asociado a la mostración de un carácter en términos de narración psicologista.
La llamada familiarmente Maddi fue una mujer de verdad singular, tanto por la información que Portela agrega en un epílogo como por lo que nos cuenta de sí misma en el libro. Nacida en Guipúzcoa, en Oiartzun, en 1895, pasó siendo joven al otro lado de los Pirineos y en 1929 montó un pequeño y exitoso hotel rural con la ayuda de un amigo. Desde el hotel ayudó a los exilados republicanos españoles que huían de los vencedores franquistas y más adelante tuvo que admitir al ejército nazi, que requisó el hospedaje.
Mientras atendía a las tropas alemanas desarrolló una arriesgadísima actividad en la Resistencia francesa. Descubierta, se inició un calvario de mortíferos campos de concentración y a la altura del desembarco aliado en Normandía desapareció en uno de aquellos siniestros penales.
El retrato de Maddi está repleto de alicientes por los datos biográficos presentados –la historia familiar, sus relaciones personales en el hotel– y por el coraje de sus acciones. Y, sobre todo, por el buen tino de Portela al privilegiar aquello a lo que alude el título, las fronteras, que son mucho más que las geográficas.
Este huir de la simplificación de buenos y malos, del arquetipo heroico, afecta a varios personajes de la novela y es uno de sus aspectos más conseguidos
Las fronteras revelan las contradicciones del personaje: católica y enemiga visceral de cierto clero, creyente y espantada por la indiferencia de Dios con el sufrimiento humano, ortodoxa y divorciada, sin militancia política pero entregada a la lucha antifascista, madre adoptiva aunque contraria a la maternidad…
En suma, un modelo de mujer libre que se deriva de un retrato sin maniqueísmo y de sustancial complejidad íntima. Si acaso, empaña la estampa un punto de idealismo motivado por una intención propagandística. Este huir de la simplificación de buenos y malos, del arquetipo heroico, afecta también a otros personajes de la novela y es uno de sus aspectos más conseguidos.
No tan acertada resulta la construcción. Se debe a la opción de hacer a Maddi narradora en primera persona de su historia y de sus vivencias. No es nada creíble que persona tan inculta sea capaz de escribirlas, aunque a su favor funcione un estilo sencillo y nada pretencioso. No tiene fundamento que refiera los hechos simultáneamente a su desarrollo. También comete la inadvertencia de racionalizar los actos automáticos.
La historia tendría que haber estado contada en tercera persona, concediéndole a la voz interior los espacios necesarios. El relato incurre, por otra parte, en convencionalismos. Sucede con el horror del viaje de los detenidos y de los campos.
Maddi y las fronteras es una novela éticamente irreprochable y políticamente necesaria. Pero solo con buenas intenciones no se hace gran literatura. El tratamiento formal no materializa las posibilidades de un personaje y una historia formidables.