Cuenta Igiaba Scego que para los nómadas somalíes la solución a todo siempre se halla escondida en la historia. Quizá por ello, la escritora italiana se adentre en su propia historia familiar para encontrar respuestas. Hija de un diplomático y una nómada exiliados de Somalia, Scego nació en Roma en 1974.
De su madre, que de niña fue pastora de cabras y vacas, se ocupaba de los camellos y cocinaba, aprendió la importancia de los cuentos como medio de supervivencia. Sus fábulas, relata, "eran fábulas sin princesas, palacios, bailes ni zapatitos que reflejaban el mundo en el que ella había nacido, el monte de Somalia oriental por donde hombres y mujeres se desplazaban continuamente en busca de pozos de agua".
De su padre, que durante su infancia no faltó ni un sólo día a la escuela hasta convertirse en ministro de Exteriores, comprendió toda la Historia del siglo XX. Y con ella, el devenir de un país que, convertido en colonia primero, alcanzó brevemente la independencia democrática para caer después en una dictadura y en una guerra civil.
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Publicada en 2010 en Italia, Nórdica recupera esta memoir, con traducción de Blanca Gago, que bajo el título de Mi casa está donde estoy yo traza un mapa de historias, la historia personal de la propia Scego, que sirve para desenredar la historia del país más oriental de África y su relación con Europa, al tiempo que plantea cuestiones como la identidad, el colonialismo, el exilio o la importancia de la tradición oral.
Aquellos relatos que, comparte, le quitaban el miedo y le hicieron sentirse persona. "Cuando escuchaba a mamá –escribe-, sentía los efluvios paradisíacos del incienso y el unsi, aromas por los que la reina Hatshepsut, faraona de la XVIII dinastía de Egipto, llegó a conducir una expedición a Somalia atravesando el desierto".
Pregunta. Hija de un político y de una mujer nómada, esas dos experiencias tan opuestas le dan pie en Mi casa está donde estoy yo para reconstruir una historia mucho más amplia, ¿cómo le influyeron?
Respuesta. En realidad es algo normal en Somalia. Los nómadas son prácticamente la nobleza del país, porque son los que inventan los poemas épicos. Sobre todo los pastores. Pero sí, tenían una experiencia vital diferente y también dos idiomas distintos. En mi familia se habla somalí, pero mi padre hablaba el lenguaje de su ciudad, Brava, donde se utilizaba el chimini, que es una lengua que se habla en casi todos los países del Océano Índico. Así que la mezcla era normal, pero era también, para mí que he nacido en Roma, algo maravilloso por las historias increíbles. Sobre todo mi padre que me hablaba de la Casa Blanca en Washington, de su vida como político en Alemania o en Bruselas... Era una fuente constante de cuentos. Con la vida de mi padre entendí el siglo XX, con todos sus problemas.
Una África con futuro
P. Entre esas historias increíbles, relata que su padre coincidió, por ejemplo, con Omar Sharif o William Holden, a quien incluso llegó a llevar en coche por toda Somalia. Pero si una anécdota le marcó fue la vez en que asistió a un concierto de Nat King Cole y este al ver sus rostros negros entre un público blanco paró el concierto para pedir que se sentaran en primera fila, ¿cómo recordaba aquello?
R. Adoraba aquella historia. Mi padre tenía 95 años cuando murió y había vivido gran parte del siglo XX. Es maravillosa esa hermandad que se da siempre entre personas negras afrodescendientes. Uno era un famoso cantante afroamericano y el otro, un estudiante somalí, pero tenían algo en común, que no era solamente el color de la piel, sino el sufrimiento que pasa un afrodescendiente en el mundo. Y eso crea hermandad.
P. Además, su padre coincidió en sus inicios con algunos de los que acabarían siendo figuras importantes en la democracia somalí, ¿cuáles eran los anhelos de aquellos hombres?
R. La suya era la historia de la descolonización en África, no solamente de Somalia. Era una generación que tenía muchos sueños de cambiarlo todo, de salir del colonialismo y de modernizar el país. Tenían una idea de panafricanismo, una África que trabajaba para ser libre. Pero todo aquello que vivió, a finales de los 60 y principios de los 70, se esfumó cuando muchos de aquellos hombres fueron asesinados o forzados al exilio, como mi padre, y el sueño se acabó. La década de los 70 para toda África fue una época difícil. La Guerra Fría terminó por dividir el continente.
»Es importante recordar todo lo que me contó mi padre como algo muy vivo, una posibilidad para África de salir del colonialismo. Ahora existe un neocolonialismo, pero también hay una nueva generación de intelectuales y de jóvenes que quieren cambiar las cosas en Somalia, Etiopía, Nigeria y otros países. Ahora África tiene otra posibilidad porque no es la África que los europeos piensan, no es la África que únicamente pasa hambre, con conflictos y guerras. No. Muchos países ahora tienen ideas para el futuro. Son futuro.
P. La historia de Somalia es especialmente trágica, hasta el punto de que llega a afirmar que el destino de todos los somalíes es la guerra, ¿cómo sobrevivir a algo así?
R. Hemos vivido una situación muy difícil. Treinta años de guerra civil y veinte de dictadura militar antes. Eso significa que dos o tres generaciones han perdido gran parte de su identidad. Mi madre, por ejemplo, es migrante desde hace 50 años y en ese recorrido se pierde inevitablemente algo de uno mismo. Somalia no vive una guerra civil ahora como antes, no es la misma situación, pero tampoco vive en paz. Está en un lugar intermedio de grietas donde hay terrorismo, violencia, confusión mental... Y no es fácil para nadie vivir todo esto sobre la piel. Tampoco para la diáspora, para la gente como mi familia que vive fuera del país. Lo único que puedes hacer es contar tus historias para recordar quién eres o, como es mi caso, escribir.
P. En ese sentido, una de las historias más duras que cuenta es cuando su madre, que se encontraba de visita en Somalia, desapareció tras estallar la guerra en el país y no supieron casi nada de ella durante dos años, ¿cómo vivió todo aquello?
R. Es el principio de mi nuevo libro. En En mi casa esta donde estoy yo cuento un poco, pero no todo, el dolor que me provocó. Yo quería hacer más, que la gente entendiera mejor ese momento. Pero contarlo me ha costado mucho. Porque no es fácil contar los inicios de un conflicto. A veces la guerra empieza antes de ti y tú te enteras solamente cuando estás en el medio o cuando algo afecta a tu vida privada. Para un país como Somalia que no tiene archivos porque lo ha perdido todo con la guerra, cada uno de nosotros es un archivo y es importante acordarse del sufrimiento que cada persona ha pasado.
P. Comenta que en su nuevo título, Cassandra a Mogadiscio, que acaba de publicar en Italia, profundiza en las ideas que abordaba en Mi casa está donde estoy yo, ¿qué le quedó sin contar?
R. La guerra civil. Había hablado de la guerra y de la desaparición de Mogadiscio pero no de lo que pasaba en mí ni del trauma. Son dos libros hermanos. No trabajo siempre la autobiografía, pero es un género en movimiento que cambia con la edad, con tu experiencia de vida y con la madurez.
»Mi casa esta donde estoy yo fue un libro muy importante para mí porque por primera vez intenté entender esta biografía en movimiento, lo que estaba alrededor de mí, la diáspora, los somalíes que viven fuera del país, mi familia, pero también la identidad italiana negra, porque no es fácil, la gente no está acostumbrada a los italianos negros, está acostumbrado a los ingleses o a los americanos, pero cuando dices que naciste en Roma y que eres italiana muchos se sorprenden. Tienes que explicar cada vez tu vida. Es algo agotador. Entonces para mí era muy importante hablar de esa identidad negra, que es doble, que tiene una experiencia de África pero también, sobre todo, de Italia y de Roma.
El idioma como identidad
P. En el mapa personal que confecciona en este libro también aborda el tema de la identidad, ¿hay solución para el conflicto interno, para esas identidades asesinas de las que escribe Amin Maalouf?
R. La única solución es no elegir nada. No elegir una identidad y olvidar la otra. Yo soy somalí, pero no lo soy como lo pueden ser mis padres o como lo son mis hermanos que sí han nacido en Somalia. Yo soy una somalí de la diáspora. Soy italiana, romana, pero tengo también la experiencia de ser africana. Aquí en Italia nos llaman segunda generación, aunque a mí no me gusta mucho porque yo soy italiana.
»Gloria Anzaldúa -activista política, feminista y escritora que vivió entre Estados Unidos y México- decía que ella era un tercer país. No era Estados Unidos, no era México, era un tercer país, era algo que estaba fuera, que estaba en la frontera de todos. Yo soy esa frontera. Y vivo en esta ciudad, en Roma, por la que ha pasado gente que se ha mezclado con otra gente.
»Por ejemplo, cerca de mi casa están las Termas de Caracalla, que era un emperador hijo de otro emperador que venía de Libia y de una madre que venía de las tierras que ahora son Siria. Roma es también una mezcla y la identidad máxima para mí es la literatura o el idioma que yo uso para escribir. La lengua italiana es mi instrumento de trabajo con el que explico mi identidad y al que añado palabras somalíes. Porque los idiomas también se pueden hablar juntos.
P. Roma es una mezcla de civilizaciones pero, sin embargo, a veces se olvida de su pasado, ¿cree que hemos involucionado en ese sentido?
R. Algunas cosas han mejorado mucho. Cuando yo era pequeña era la única negra del barrio y de la escuela. Ahora hay mucha más gente de todas partes del mundo. En ese sentido, el racismo se ha transformado un poco. No se trata de un racismo biológico, como antes, que te llamaban negro por la calle, ahora la gente no es así, los italianos han cambiado mucho en eso. Lo que ha quedado es el racismo ideológico que se ha transformado en algo de izquierda-derecha, porque no es solamente una cosa de la derecha, también en la izquierda lo instrumentalizan. Hay, por tanto, una diferencia entre lo que hablan los políticos y lo que dice la gente.
»El pueblo es más simple. Si les explicas las cosas, lo entienden. El problema que tenemos, como todo Occidente, es un racismo estructural, que forma parte de la sociedad. En Italia, por ejemplo, existe el problema de la ley de la ciudadanía, que dice que si eres hijo de inmigrantes a los 18 años o si has venido de pequeño con tu familia, a los dos o tres años de edad, no eres italiano. Tienes que hacer muchos papeles y hasta que lo aprueban, te transformas en un extranjero en tu propio país. Ese es el problema del racismo estructural. No es la calle, es la política.
El genocida que regalaba caramelos
P. Su propio abuelo paterno era, como dice, "casi blanco", quizás el error este en pensar que somos negros o blancos, ¿no?
R. Sí, tengo un libro sobre ello. La primera escena es la foto de mi abuelo casi blanco. Como Roma, Somalia también es una mezcla de identidades. Está situada en el Océano Índico, lo que significa que se ha relacionado con la India, los países árabes, África y los europeos que han venido a colonizar. Mi madre, por ejemplo, no tiene el pelo rizado como yo. Yo tengo el pelo muy rizado, muy afro, pero ella no, ella parece india.
P. Su abuelo, de hecho, trabajó como traductor para el fascismo durante el colonialismo, pero, después, participó en la independencia de Somalia, ¿cómo afrontó esa contradicción?
R. Mi abuelo era para mí un misterio, aunque con el tiempo he entendido algunas cosas de él. Él usaba el mismo instrumento que uso yo que es el idioma. Él era intérprete, había aprendido italiano, y se convirtió en traductor de los italianos durante el fascismo. De algún modo, participó en el fascismo. De hecho, fue traductor de Rodolfo Graziani, un criminal de guerra. Es una herencia muy difícil de asimilar, que te hace pensar en los crímenes, no ya fuera de tu familia sino dentro de ella.
»Pero después de la Segunda Guerra Mundial, como hicieron muchísimos italianos que apoyaron el fascismo durante la dictadura y se volvieron antifascistas después, mi abuelo cambió de rumbo completamente. Cambió de identidad y de vida. Es por eso que, cuando hablo sobre el colonialismo con otros italianos, no divido en buenos y malos, porque el espacio colonial es un espacio de ambigüedad, no puedes trazar una frontera entre el bien y el mal.
P. Rodolfo Graziani tal vez no sea tan conocido hoy, a pesar de que llegó a conocerse como el carnicero de Etiopía, ¿cómo es eso posible?
R. En Italia es más conocido, pero no mucho. La gente conoce a Mussolini. Siempre se piensa que cuando él murió, murió el fascismo, pero el fascismo no era solo Mussolini, era toda la sociedad italiana. Para mí es importante hablar de todo ello, también del colonialismo, para enfrentarnos a nuestro pasado y al pasado que este país tiene en común con África. En ese sentido, Graziani era un personaje muy importante del régimen y para mí era impactante que mi abuelo hubiera trabajado para él. Si trabajaba para él, y no solamente para él, traduciendo sus palabras, ¿esas palabras qué hicieron en su vida? ¿Cómo lo transformaron?
P. Y, sin embargo, su padre lo recordaba como el hombre amable que les daba caramelos mientras les acariciaba la cabeza, ¿no?
R. Es algo increíble. Mi padre no sabía nada de generales, de fascismo ni de Mussolini, tampoco de Rodolfo Graziani. El veía solo al hombre de los caramelos. ¿Te imaginas? Para mí es algo muy fuerte pensar en los caramelos de Rodolfo Graziani y que mi padre estuviera de niño delante de este hombre que mató a tantísima gente.
El mejor capuchino en Somalia
P. Y si fascinante es la historia de su padre, la de su madre no se queda atrás. Originaria de una familia nómada, de ella es el amor que siente por la tradición oral, ¿qué importancia le daban en su familia a las historias?
R. Para un africano o una afrodescendiente como soy yo, la literatura escrita tiene siempre una base de oralidad. Y los poemas, los cuentos, las historias orales eran fundamentales para los nómadas y los pastores porque pasaban días enteros sin hablar con nadie. Pero fíjate, cuando yo estudiaba español en la universidad, donde estudié a Cervantes sobre todo, hice una tesis sobre la figura del árabe en la literatura castellana desde el Cid hasta Cervantes. Y es curioso porque en la obra de Cervantes encontré muchos pastores que narraban historias.
»En la literatura española, sobre todo en la edad media, aquello tenía cierto aura bucólico. Es muy interesante porque no era así, era una vida muy dura, pero la literatura oral era parte de las vidas de los nómadas, era fundamental. Y si yo escribo, es por mi madre y por mi padre. Porque mi madre me ha regalado esta idea de la oralidad, de la literatura y de la invención. Y mi padre me ha enseñado el alfabeto y los libros. De ahí surge mi amor por la literatura mundial. Sobre todo, la española.
P. Parte de su familia pertenecía a la élite intelectual del país, ¿cómo vivieron tener que empezar de cero en otro país?
R. No fue exactamente como empezar de cero. Italia no era un país extranjero para ellos. El italiano se hablaba en Somalia y las escuelas eran italianas. Mis hermanos me cuentan siempre que escuchaban música italiana. Gianni Morandi, por ejemplo, era muy famoso en Somalia. Las películas estaban dobladas e incluso los documentos y el pasaporte estaban en ese idioma.
»Se dice que Eritrea y Somalia eran los únicos lugares, después de Italia, donde podías tomar el mejor capuchino del mundo. Por eso cuando se exiliaron no lo vivieron como si se fueran al extranjero, pero lo que sí fue un poco duro para ellos fue entender que Italia no sabía nada de ellos. Ellos sabían todo de Italia, el idioma, las canciones, las historias, todo, pero Italia no sabía nada de Somalia. Desconocían todo de un lugar que habían colonizado.
P. Muy diferente a cómo llegaron sus padres a Europa, recuerda una embarcación que se hundió en 2003 y cómo aquello le atravesó, lamentablemente, han pasado 20 años y siguen muriéndose en nuestros mares cientos y miles de personas, el último hace unos días en Calabria, donde murieron 68 personas, que habían pagado 8.000 euros para realizar el fatídico trayecto, ¿cómo afrontar esta tragedia?
R. Pienso que la palabra tragedia no es la que deberíamos usar. Porque no es una tragedia, estamos matando a la gente. El verdadero problema es que no existe una modalidad legal para venir a Europa. Si un africano o un asiático quieren venir a Europa con un visado legal, no es posible. La única vía que encuentran pasa por pagar a los traficantes y a las mafias.
»Mientras tanto, Europa no se enfrenta al problema, solamente crea muros de seguridad, pero se niega a construir otra relación con el sur global del mundo. Nosotros necesitamos, sobre todo ahora que Europa está tan vieja, crear una relación nueva con África. Mi padre me contaba de pequeña que en los años 70 Roma estaba llena de estudiantes africanos que estudiaban aquí y después regresaban al país de origen. De hecho, hay una escena en una película de Pasolini, Apuntes para una Orestíada africana, en la que él habla con los estudiantes africanos que están en Roma y son estudiantes guapos con trajes bonitos. La gente venía en avión. ¿Por qué no es posible ahora?
»Para mí es una locura lo que estamos viviendo. Es como vivir un apartheid en Sudáfrica, con una línea entre quienes tienen un pasaporte A, tú y yo por ejemplo, y gente como los que han muerto en Calabria que no tenían ese pasaporte y tenían que pagar a los traficantes mucho más que por un billete de avión. Porque un billete de avión desde Izmir hasta Roma, por ejemplo, son más o menos 200 euros. Ellos han pagado ocho mil euros y con ese dinero pueden vivir meses en Europa.
P. ¿Ha vuelto a viajar a Somalia, qué futuro le augura?
R. He viajado al norte, pero no a Mogadiscio. La suerte es un poco extraña. Somalia vive entre guerra y paz, pero tiene una población joven que tiene muchas ganas de cambiar las cosas. Yo no sé cuál puede ser el futuro pero sé que los somalíes tienen futuro. No sé el país, pero el pueblo sí. Y el pueblo puede cambiar el país algún día.