Los lectores acogemos cada libro sobre Miguel de Cervantes, especialmente si remoza su biografía, con la natural curiosidad de hallar en sus páginas aportaciones novedosas sobre la genialidad del maestro de las letras universales. Una y otra vez, el lector se siente defraudado, porque las primicias participadas de su vida no suelen cumplir las expectativas.
Este extenso volumen ofrece una puesta al día de la cuestión y presenta los aspectos biográficos conocidos en una exposición fiable. Despeja de broza los fragmentos autobiográficos que mayor claridad arrojan sobre la persona del ilustre escritor, y los complementa con una rica investigación documental y crítica. El amplio marco histórico y social en que todo ello viene encuadrado añade también seguro valor al estudio. Unas notas al texto y una larga bibliografía indican la tenaz y cuidadosa búsqueda de Cervantes, del hombre, de su trayectoria biográfica e intelectual realizada por el autor.
Santiago Muñoz Machado (Pozoblanco, 1949) revisa los libros canónicos dedicados a Cervantes y su obra en un extenso periplo histórico-erudito, Gregorio Mayans, Vicente de los Ríos, Marcelino Menéndez Pelayo, hasta Américo Castro y Francisco Rico, por citar unos pocos nombres. Las aportaciones de numerosos cervantistas vienen comentadas sistemáticamente, y dada la enormidad de la bibliografía, el estudio admira por la cantidad de temas abordados.
La primera sección, que abarca casi una cuarta parte del texto, trata la biografía propiamente dicha. Desarrolla la vida del escritor en el marco familiar, la condición de los padres y su nacimiento en Alcalá de Henares. Expone asimismo los momentos destacados de su biografía, la estancia en Italia, su participación en la batalla de Lepanto, los cinco años de cautiverio en Argel, su posterior trabajo como abastecedor de la Armada Invencible, sus roces con la ley y la parquedad con que los mecenas le ayudaron, al contrario que a algunos de sus competidores literarios, como Lope de Vega o el enemigo Avellaneda, que intentó robarle la fama.
Quizás de lo mejor es lo referente al matrimonio con Catalina, a sus irregularidades de cuando residió en Valladolid con sus hermanas y su hija Isabel, sabido esto por un roce que tuvo con la ley. El biógrafo aporta datos interesantes sobre el matrimonio y otras formas de vinculación de pareja legales en el tiempo del escritor.
La siguiente sección (II) se titula “La creación del mito del Quijote”, donde se revisan las primeras ediciones, la progresiva corrupción del texto en las abundantes impresiones que querían aprovecharse del tirón cómico de la obra. Recordemos que no existen manuscritos del autor con los que podamos compulsar su integridad textual, estos suelen ser más fiables que el texto impreso. Por eso la historia del desarrollo de las ediciones del libro resulta significativa, y por ello la edición de la Real Academia del siglo XVIII resulta fundamental.
Realizada por incitación de las cuidadas ediciones que del libro se habían hecho en el extranjero, especialmente la edición inglesa de Tonson, de 1738, publicada bajo el patrocinio de lord Carteret, que iba prologada por un estudio biográfico y crítico de nuestro Gregorio Mayans. Los particulares de cómo esta edición de 1780 llegó a fructificar vienen contados con detalle y seguro que deleitarán a muchos cervantistas y lectores comunes por los pormenores que ofrece sobre cómo se escogió al editor –Ibarra sobre Sancha–, las ilustraciones, el tipo de letra y papel, que tras años de trabajo producirán un texto canónico y fiable, 165 años después de su primera salida.
Gran parte de esta monumental obra de Muñoz Machado deleitará a muchos cervantistas y lectores comunes
A propósito de esta edición de la RAE de 1780 comenta Muñoz Machado algo importante adelantado en la apertura del volumen. El hecho, a veces desconocido, de que ninguno de los retratos que conservamos del manco de Lepanto es auténtico. Existen diversos cuadros que dicen representar su imagen, pero desafortunadamente este sigue sin aparecer.
Tras una sección dedicada al olvido que en momentos sufrió el autor (III), llegamos a la dedicada a explorar el significado del Quijote (IV). Se repasan con cuidado las obras de los comentaristas mejor conocidos, Juan Valera, Menéndez Pelayo, Ramón Menéndez Pidal, y de quienes recrearon la obra de Cervantes, como Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset y, por supuesto, de Américo Castro. Viene complementada por otra dedicada a las fuentes literarias, el folclore, los refraneros (VI). Las secciones finales del libro (VII-XI), una cuarta parte del mismo, esbozan con la meticulosidad mencionada el contexto político, social, espiritual —se habla de la importancia de la Inquisición y de la brujería— y legal. Este último para mí desconocido resulta un final muy estimulante.
Sin embargo, para este lector hay un Cervantes que permanece en la sombra del texto, y enseguida aclaro esta afirmación. Sí vienen los nombres de los estudiosos, los temas que han interesado a lo largo del tiempo, pero en ese recorrido echo de menos la presencia viva de su obra, de sus personajes. La cosecha histórico-literaria y filológica recogida del cervantismo resulta inmensa, pero, en mi opinión, poco útil para que un lector lego —un estudiante, un curioso— entienda la grandeza del escritor, que reside en su literatura. En ningún momento se evoca la verdad humana de Cervantes, digamos el sentimiento que despierta la lozana Aldonza Lorenzo en el viejo hidalgo manchego o la espiritualización de la atracción amorosa en el personaje de Dulcinea del Toboso.
Estos aspectos del Quijote hablan del ocultamiento del deseo y de la sublimación de la mujer a que obligaban las reglas sociales. Ya que faltan datos seguros sobre Cervantes, la obra —y no sólo los retratos autobiográficos que hace de sí mismo— dice mucho de su persona, de sus valores, de su filosofía vital.
La obra para entender la figura
Muñoz Machado escribe con ciencia y método para especialistas en Cervantes. Trabaja dentro de los parámetros marcados por la filología española tradicional, que predecesores suyos en la dirección de la RAE, especialmente mi maestro Fernando Lázaro Carreter, probaron de enfocar hacia una crítica textual más social. La filología y la edición de textos clásicos sigue valiéndose de criterios románticos. Buscan afanosamente en los textos la intención del autor y su presencia, temas importantes desde luego. Sin embargo, los contextos sociales y artísticos ayudan a entender mejor la vida y la obra de los autores.
Al leer este texto un aficionado a la literatura echará en falta ecos fundamentales de la picaresca, del Lazarillo de Tormes, del Guzmán de Alfarache —texto de intachable factura—, de la figura de Velázquez, de los hilos culturales que ofrecen continuidad a nuestra cultura. Echará de menos la lectura del Quijote de Américo Castro, cuya obra se comenta, pero no se habla de esas inolvidables páginas donde escribe sobre el hacerse del personaje, o las reflexiones de George Haley sobre el narrador y el retablo de Maese Pedro, o el texto y notas de Martín de Riquer a su edición del Quijote, uno de los libros más queridos por los lectores...