“Me llevan ante el pelotón de fusilamiento. El tiempo se estira, cada segundo dura un siglo más que el anterior. Tengo veintiocho años”. Así se inicia la novela número treinta de Amélie Nothomb (Bruselas, 1966), aunque ella haya elegido nacer en Kobe, Japón , por su amor al país nipón y por sus años de juventud vividos en Extremo Oriente, donde su padre fue embajador.
La autora de Estupor y temblores (Albin Michel, 1999), Gran Premio de novela de la Academia Francesa, sigue su ritmo de publicar una novela cada año. Pese a la brevedad de alguna de sus obras, el hechizo de Nothomb no se rompe, y esta última entrega, homenaje a su padre, fallecido en 2020, confirma la delicadeza irónica de sus historias.
Primera sangre recibió el Premio Renaudot en 2021 y es la brillante evocación de la infancia y juventud del padre de la escritora. Es Patrick Nothomb, diplomático y aristócrata belga, quien habla en primera persona y reconstruye su vida, desde esas primeras líneas, a punto de ser fusilado en las revueltas del Congo, en 1964. En el nombre del padre, la autora nos lleva a Stanleyville (ahora Kisangani), donde el joven cónsul Nothomb está retenido como rehén, negociando con los miembros de la rebelión Simba, para tratar de salvar la vida a centenares de secuestrados occidentales.
En ciento cuarenta y siete páginas, saturadas de talento, Amélie Nothomb regresa a la geografía esencial de la infancia de su progenitor: el castillo de Pont d'Oye, en las Ardenas. Con un humor indiscutible, la voz de Patrick Nothomb transfigura los territorios de su abuelo el barón, poeta ampuloso, desastroso padre de una caterva de criaturas de dos matrimonios y peor administrador del vetusto caserón donde se pasa hambre y frio. El futuro diplomático llevará una vida salvaje en las vacaciones con “la horda de hunos” que eran sus tíos y tías, casi de su misma edad.
El narrador-personaje de la novela, Patrick, tiene la misma capacidad de la escritora para transmutar lo dramático en humorístico. De un egoísmo patológico, el abuelo Pierre Nothomb, se convierte en un personaje de cuento, entre ogro y poeta obsesivo, ajeno al mundo real. Y los hambrientos niños del castillo, serán una humanizada panda de simpáticos bárbaros.
En esta obra se afirma otra de las señas de identidad de la escritora: la claridad
Si seguimos esta idea de Italo Calvino: “Hay invenciones literarias que se imponen a la memoria más por su sugestión verbal que por las palabras”, y la aplicamos a Primera sangre, vemos que la rápida escritura de Amélie Nothomb está llena de imágenes logradas con un mínimo de recursos textuales; imágenes que en esta novela llegan con una fuerza abrumadora.
Si nos hacen reír los jóvenes hijos del barón al abalanzarse sobre el recién llegado, “como una manada de perros sobre su presa”, dejando el pulcro traje de marinerito de Patrick reducido a harapos, también el joven cónsul de Stanleyville, en el Congo, negociando con los rebeldes, transformado en un “ventilador de palabras”, despierta la sonrisa del público lector. “Era el nuevo Scherezade: de mi aptitud por hablar dependía la vida de mis compatriotas”.
Escritura rápida y leve, frente a solemnidad, dos virtudes tan estimadas por Calvino, pero además, en esta obra se afirma otra de las señas de identidad de la escritora, la claridad. Ella misma, en su discurso de entrada en la Real Academia Belga de la Lengua y Literatura, señaló la claridad del escritor Simon Leys como un rasgo de exigencia moral muy alta. Para Leys, un escritor poco claro no solo era un mal escritor, sino una mala persona.
La autora de Sed, a la nitidez habitual de su prosa, añade aquí la vitalidad tierna de su protagonista, salvado de una muerte anunciada. Excéntrica, divertida e inesperada, esta novela de Nothomb transpira amor al padre y a la vida.