A Yuri Andrujovich (Ivano-Frankivsk, 1960), referente de la literatura ucraniana de las últimas décadas, el Maidán le pilló por sorpresa. No esperaba que, tras la Revolución naranja de 2004, el estandarte contra los afanes invasivos rusos se enarbolara en su país de nuevo menos de una década después. No tenía tanta confianza en sus compatriotas. Pero estos le cambiaron la perspectiva cuando se hicieron fuertes en la plaza de la Independencia a finales de 2013. Primero, unos pocos activistas. Después, cuando a estos pioneros empezaron a reprimirlos violentamente las fuerzas gubernamentales, una ola masiva de solidaridad.
El autor de Perverzión, con su aire de rockero por el que no pasan los años, fue un ucraniano más de los que sostuvieron el pulso durante los 90 días que duró el envite. Cuenta en Pequeña enciclopedia de lugares íntimos (Acantilado) que en ese tiempo él y sus amigos apenas dormían dos horas al día. Debían mantenerse en guardia para no perder la posición.
El sintético y magistral recuerdo del Maidán es una especie adenda al 'capítulo' que le dedica a Kiev dentro un libro proteico que recorre 39 ciudades: Nueva York, Berlín, Leópolis, Detroit, Guadalajara (México)… Todas con un denominador común: conforman la geografía de su existencia. En el Museo Thyssen, que alberga estos días una exposición de artistas ucranianos, charla con El Cultural sobre el peculiar gramaje narrativo de este volumen antes de poner rumbo a Barcelona, donde dará una conferencia el próximo martes (CCCB).
Pregunta. Ciertamente, esta Pequeña enciclopedia… es imposible de encasillar. Un cruce de varios géneros el que converge la crónica de viajes, el diario, el cuento… Aparte de contener un ramillete de novelas embrionarias. ¿Usted, que lo ha alumbrado, cómo lo describiría?
Respuesta. Bueno, he inventado un término que igual podría servir: autogeobiografía. Lo ‘bio’ y lo ‘geo’ se presentan de manera indivisible. Está escrito así deliberadamente, intentando escapar de cualquier categorización. La idea primitiva era hacer algo enciclopédico a su vez interconectado con el alfabeto. Los ‘capítulos’ guardan relación con el tipo de experiencia que he vivido en cada ciudad. Hay algunas que se quedan en una simple anécdota y otras que me dan para un ensayo. También hay poesía en prosa y lo que decías, sí: muchos puntos de partida para desarrollar en novelas.
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P. En el volumen original, publicado en ucraniano, hay 111 ciudades. En esta edición española se quedan en 39. ¿Con qué criterio ha hecho el filtro?
R. La edición de aquí es igual que la que salió en Alemania. Allí me pidieron sacar algo más corto. Quité ciudades pequeñas que quizá podían tener menos interés. Durante un tiempo pensé sacar ciudades que se correspondieran con el abecedario en su primera letra. El ucraniano tiene 32, pero al final, por alguna razón misteriosa o mágica, han salido 39, que me parece un buen número.
P. En esa casi cuarentena no hay ninguna ciudad española. ¿Y entre las 111?
R. Sí, está Barcelona.
P. ¿Y cómo no la han incluido, si se la edita precisamente una editorial barcelonesa?
R. Pues no sé, la verdad. No lo hablamos. Ellos tomaron como referencia la edición alemana. O igual les parecía débil el texto dedicado a Barcelona, donde hablo de los carteristas y de que la estatua de Colón señala en realidad hacia Mallorca [risas].
Ni capitalismo ni comunismo
P. En su recorrido por Berlín llega a decir que el capitalismo no es precisamente un “hermoso príncipe”. Mientras que, cuando recuerda la URRS, asegura que todo allí era precariedad, y que la URSS anterior a la que sí conoció seguramente era peor. No parece sentirse del todo cómodo en ninguno de los lados del Telón de Acero.
R. No, la verdad que no. De la Unión Soviética puedo hablar con todo conocimiento de causa. La mitad de mi vida la pasé en ella. Tengo muy claro que aquello no me gustó. Lo del capitalismo lo cuento a propósito de Alexanderplatz y sus centros comerciales, con su consumismo desaforado. En fin, dos modos diferentes de organizarse que no se corresponden con la esencia humana.
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P. Habla de la escasez de marihuana y de vodka como factores desencadenantes en el descontento social que fue la antesala de la desintegración de la URSS. ¿Hasta qué punto la propiciaron?
R. La falta de vodka fue determinante en la descomposición. El alcohol mantenía a la gente contenta y relajada, pero cuando empezaron las ordenanzas prohibicionistas había personas que se derrumbaban por la calle. Así fue como la gente se decidió a protestar.
P. Rompe una lanza a favor del Imperio Austrohúngaro al hablar de Leópolis, ciudad por la que se peleó tantas veces y que cambiaba de manos constantemente. Esa entidad supranacional mantuvo a raya los enfrentamientos identitarios. ¿La consideraría un precedente de la Unión Europea?
R. Sí, en ese sentido por supuesto. Parecía un proyecto supranacional sólido pero al llegar la I Guerra Mundial se comprobó que no lo era tanto. Yo sí lo veo, en cualquier caso, como un precedente de convivencia de idiomas, etnias y religiones.
"A los rusos el único argumento que les queda es llamarnos nazis"
P. Comenta también que el levantamiento del Maidán le pilló por sorpresa, que no esperaba algo tan grande de sus compatriotas.
R. Sí, lo reconozco, fue una sorpresa, una sorpresa muy positiva, porque demostró que la sociedad ucraniana puede defenderse y reaccionar. Cuando el 1 de diciembre se organizó la manifestación masiva, en la que yo estuve, me convencí de que venceríamos en esta lucha, que nuestro pueblo era capaz de hacerlo.
P. De hecho, en una carta-manifiesto que escribió esos días decía: “Ganaremos de todas maneras, por muy furiosos que se pongan”. Ha pasado del pesimismo a un optimismo radical.
R. Sí, sí, porque Putin solo basa la defensa de sus ideas en la crueldad contra la gente y en inocular miedo. Y eso siempre se acaba cayendo. En esta guerra vuelve a quedar claro, lo que sucede que ahora es a una escala mucho más grande que durante el Maidán.
P. Antes, recuerda en su Pequeña enciclopedia…, cuando iba a Kiev sentía que a sus habitantes les molestaba que les hablara en ucraniano. Ha cambiado mucho la película, ¿no?
R. Absolutamente, mucha gente que hablaba ruso ha empezado a hablar ucraniano. Y lo han hecho de manera voluntaria, y esto es lo más importante.
P. Durante el Maidán pedía atención y aprecio del esfuerzo ucraniano por romper con los impulsos invasivos de su poderoso vecino. También solidaridad. ¿Siente que la están recibiendo en la cantidad adecuada?
R. Digamos que la solidaridad, per se, nunca es suficiente. Siempre se puede hacer más. Y, por otro lado, respecto a la atención, es fundamental que desde fuera se entienda el problema, y se separe la paja del grano, la propaganda de la información veraz. Pero el apoyo de la Unión Europea es enorme y lo agradezco porque supone un progreso muy grande.
P. ¿Lo que más rabia le da a los ucranianos es que el Maidán y lo que derivó de él se confunda con fuerzas de ultraderecha?
R. Esa confusión fue producto de una campaña de propaganda rusa muy intensa, que tuvo mucho éxito. Esta táctica ya la empezaron a emplear antes de la Revolución naranja, cuando al candidato de la oposición, Víktor Yúschenko, lo vincularon con los neonazis. A lo rusos el único argumento que les queda es llamarnos nazis.
P. ¿Cómo y cuándo cree que va a acabar esta maldita guerra?
R. No se puede responder con unas pocas palabras a eso porque nos esperan muchos meses de pérdidas y de guerra pero al final llegará la victoria.
P. En un momento, afirma en el libro que un cementerio puede convertirse progresivamente en un paraíso y la memoria, en esperanza. Una frase inspiradora para este momento.
R. Sí, desde luego. Aunque hoy me quedo con la segunda parte.