“Quería saber de dónde procedía todo ese pudor y toda esa ignorancia, eso que no nos impide reconocer un pene dibujado en una pared, pero sí saber qué forma tiene tu propia vulva”, declara Rosario Villajos (Córdoba, 1978), que sucede a Isaac Rosa como acreedora del Premio Biblioteca Breve de Seix Barral. Un reconocimiento que le ha valido con su tercera novela, de título sugerente e ilustrativo: La educación física. En ella, la autora de Face (2017) y La muela (2021) se adentra en la psique de Catalina, una adolescente de 16 años que se encuentra inmersa de lleno en los conflictos propios de una edad convulsa, cuando, como diría Gil de Biedma, las personas debemos asumir el hecho -¿trágico?- de que la vida va en serio.
Catalina tiene una relación difícil con la sexualidad y su propio cuerpo. Le toca explorar un terreno complejo y ciertas circunstancias no le ponen fácil la necesidad de ubicarse en ese terreno. Estamos en los años 90 y la protagonista sufre un control estricto por parte de sus progenitores. Su madre, de hecho, parece estar más pendiente de los cambios físicos aparejados a la pubertad en su 'niña' que la propia hija. Y un halo de sospecha y desconfianza la circunda. Quizá ahí estribe la clave de su manera de presentarse ante el mundo: con un aspecto asexuado, conseguido gracias a vestimentas que encubren sus atributos sexuales.
Situar la acción en los 90 tiene su miga. Son los años adolescentes de la propia autora, que afirma que esa época fue “una bisagra entre la actual ola de feminismo y un pasado marcado por el machismo: muchas mujeres eran conscientes de la desigualdad heredada de generaciones anteriores y habían conquistado importantes parcelas sociales y laborales, pero faltaban todavía años para el #MeToo y para la concienciación colectiva de la situación del abuso a la que eran sometidas por muchos hombres”.
Su comentario -su novela- se inserta en el intenso debate público actual sobre la ley del sí es sí, el escándalo en la fiesta de los Premios Feroz y el incremento de las agresiones sexuales en el estrato adolescente de nuestra sociedad. Volver atrás para comprobar de dónde venimos se antoja un ejercicio de interés, que Villajos aborda con presuntas herramientas autoficcionales. Aunque ella misma, sobre este punto, matiza para que nadie se despiste sobre la verdaderas intenciones narrativas de Educación física. “No creo en la autoficción. Creo que todo es ficción, hasta lo que parece más autobiográfico. La memoria es selectiva y engañosa. Creo que es más importante la interpretación que se hace de la memoria que la memoria misma”. Está escrita, por cierto, en tercera persona.
La memoria de ese tiempo nos devuelve a un país que, quitado el bache del 93, tras los fastos olímpicos de Barcelona y de la Expo de Sevilla, se desenvuelve en un razonable marco de optimismo en el futuro socioeconómico. Estamos en un lugar donde se puede hacer dinero rápido y donde el credo liberal va consolidando sus postulados. El reverso oscuro aflora de vez en cuando en los titulares de la sección de sucesos de los periódicos, sobre todo por el caso de las niñas de Alcàsser, tratado con infame sensacionalismo por algunas cadenas.
[Rosario Villajos, la literatura como dolor de muelas]
En ese contexto, los jóvenes, tras unos 80 en que ‘quemaron’ las calles en 'ásperas manifestaciones', se va ensimismando irremisiblemente en sus habitaciones con sus ordenadores. Desmovilización y nihilismo ganan terreno, tanto como la atribulada y desaliñada figura de Kurt Cobain, el antihéroe trágico de entonces. Una criatura hundida en la melancolía y las elecciones que toda una generación esgrime como bandera.
Es también un tiempo en que las urbanizaciones alrededor de las ciudades se expanden velozmente. La aspiración pequeñoburguesa del chalé con piscina se convierte en el culmen de todo arribista que se precie. En ese territorio, dibujado por Villajos como un limbo amoral, acontece el hecho que desencadena la trama de Educación física. Catalina tiene un desagradable desencuentro en la casa de su mejor amiga, lo que la empuja abandonarla en medio de la noche.
El guardián entre el centeno femenino
Ante sí, se le abren una serie de opciones, a cual peor: hacer autostop para regresar a su domicilio, cuando los telediarios no paran de alertar de crímenes con jovencitas como víctimas. Tiene mucho miedo pero siente la presión llegar a una hora prudencial para que sus padres no le echen la bronca del siglo. La otra alternativa no parece tampoco particularmente atractiva: volver donde su amiga, con el riesgo de toparse de nuevo con su padre. En tal tesitura, Catalina se encuentra atrapada, en medio de un extrarradio frío y hostil, un no-lugar en el que resulta imposible encontrar una compañía amistosa.
Villajos, así, nos actualiza el mito de Caperucita, cercada por la amenaza del lobo en periplo por el bosque, y también, según apunta el jurado, se puede erigir en una suerte de versión femenina de El guardián entre el centeno, la mítica novela de formación de Salinger. Aparte, revitaliza con su galardón el espíritu de un premio que instituyó, en 1958, la editorial catalana, entonces dirigida por Carlos Barral.
En esa primera edición se concedió a Las afueras de Luis Goytisolo, con lo que se ponía en el frontispicio del premio los conflictos sociales del momento. Villajos hace un retrato generacional que arriba, con significados y lecturas diversos, a nuestro presente. Más oportuno, que oportunista, apunta Villajos, que lleva tiempo enfrascada con la escritura de la novela. Un trabajo que ha merecido el respaldo de los miembros del jurado: Pere Gimferrer, Inés Martín Rodrigo, Elena Ramírez, Isaac Rosa y Pilar Eusamio.