El 8 de febrero de 2021 se anunció que Juan Manuel Gil (Almería, 1979) había resultado ganador del prestigioso Premio Biblioteca Breve con Trigo limpio. En su siguiente novela, La flor del rayo (Seix Barral), que se publicó este miércoles, el narrador (en primera persona) se llama Juanma, ganó el mismo premio el mismo día y se encuentra sumido en un bloqueo creativo que le lleva a forzar una historia que poder contar.
¿Cómo no pensar que Gil está atravesando esa situación y nos cuenta su propia experiencia? Nada más lejos de la realidad, qué paradoja, porque lo que el autor hace en esta novela es “un tributo a la ficción”. A pesar de que “hay muchos elementos que tienen que ver con mi realidad”, concede en la entrevista con El Cultural. El misterioso juego que plantea no es más que una farsa que se apoya en un episodio real que aconteció segundos después de bajar del escenario tras recoger el Biblioteca Breve: un periodista le preguntó si podría con la presión en su segunda novela.
“En aquel momento no le di ninguna importancia”, asegura Gil, aunque luego decidió que “la novela la iba a escribir ese narrador que el periodista tenía en la cabeza”. Antes había esbozado algunas ideas en torno a una casa aparentemente abandonada, una ambulancia en la puerta y un tipo que llora. Cuando confluyeron el hecho biográfico y la trama imaginaria, afloró una novela menos trepidante que lúdica donde la metaliteratura es un pretexto para armar una parodia, repleta de ironía y sentido del humor, del solemne debate acerca de los límites entre la realidad y la ficción.
Pregunta. Esta vez es imposible no recurrir a la pregunta tópica: ¿Cúanto hay de Juan Manuel Gil en el protagonista de La flor del rayo?
Respuesta. Pues una de las cosas que más me representan es, precisamente, la obsesión del narrador por la ficción. Los elementos reales (la pareja, el perro, el barrio en el que vive, la casa próxima…) se alinean de tal manera que generan una constelación que poco o nada tienen que ver con mi propia vida. Mi realidad la entiendo como una puerta de acceso a la ficción, no un lugar donde quedarme. Si no me ayuda a acceder a la ficción, no me interesa y la desecho en mis novelas.
P. Entenderá, sin embargo, que pueda resultar paradójico, por cuanto el planteamiento invita a pensar que se trata, efectivamente, de usted. En todo caso, ¿cómo se le revela esta peripecia argumental?
R. Por supuesto, pero hay dos cosas esenciales en la génesis de este libro. Por un lado, un paseo que yo me realizo con mi perro por las cercanías de mi casa. Yo pasaba por los alrededores de una gran vivienda que parecía abandonada y una noche observé que una familia cenaba y escuchaba música clásica detrás de un gran ventanal. Pensé que aquello era algo inquietante, empecé a tomar notas… pero me faltaba algo. Y de pronto me acordé de la primera pregunta que un periodista tras recoger el Biblioteca Breve: “¿Podrás con la presión?” Sería interesante hablar de un escritor que, después de ganar un premio, se encuentra bloqueado.
P. ¿Y usted realmente sintió alguna presión?
R. La verdad es que no. De hecho, cuando me entregaron el premio ya había esbozado en mi cuaderno determinadas ideas que tenían que ver con aquella casa. Lo que sí sientes, en el momento de la publicación de la novela, es vértigo. Incluso más que en el momento de escribirla. Ahora que sabes lo que piensa la gente de tu libro anterior, te preguntas si este les gustará.
"Mi realidad la entiendo como una puerta de acceso a la ficción, no un lugar donde quedarme"
P. Más allá de lo imaginado, es muy interesante cómo reflexiona acerca del bloqueo del escritor, que incluso acude a una psicóloga... ¿Alguna vez lo había experimentado?
R. Sí, claro. Pero la clave está en la importancia y el lugar que das a ese bloqueo. Creo que la literatura es una moneda que tiene dos caras: una es la lectura y otra es la escritura. El canto es el bloqueo. Cuando lanzas la moneda, hay veces que cae de canto, pero la moneda no se puede entender sin ese bloqueo; te bloqueas porque escribes. Es un periodo consustancial a la propia escritura.
>>Siempre digo que no necesariamente tienes que teclear para escribir. Se puede escribir con las manos en los bolsillos, porque estás tratando de resolver alguna encrucijada, pensando cómo solventar una situación, o porque estás investigando o leyendo, que también es escribir. Los escritores no dejamos de escribir cuando dejamos de teclear. Siempre estamos escribiendo, aunque estemos lejos del ordenador o del cuaderno.
P. Muchos incluso dicen que una novela no se acaba, sino que se abandona.
R. Pues sí. Hay un momento en que uno tiene que aprender a cortar el cordón umbilical, que es muy fuerte porque has puesto mucho de ti. Si tienes algún editor o un lector de confianza con los que exista un feedback, ellos tienen la responsabilidad de avisarte del momento en que la novela se emancipa. Pero a un padre le cuesta mucho dar una patada en el culo a su hijo para que se vaya de casa, aunque sepa que es lo natural y lo conveniente.
"Se puede escribir con las manos en los bolsillos, no necesariamente tienes que teclear"
P. Volviendo al impulso que necesitaba el narrador, ¿qué opina de la creación, en este sentido? ¿Puede nacer una novela de una imagen que de pronto se ve en la calle?
R. Yo creo que casi todas las novelas parten de algo germinal, muy pequeño: una intuición, una sospecha, una conjetura, una pregunta… Algo que en principio no parece tener la capacidad de soportar sobre sus hombros una novela. Pero la pericia, la habilidad y el conocimiento del escritor permitirán que aquello se lleve a buen término.
P. Cuando le ocurre esto, ¿ya sabe que será el argumento de su próximo libro? ¿Cuál es su método?
R. Mi manera de trabajar empieza por tomar notas a mano en mi cuaderno. Procuro rellenar en mi cuaderno todas las páginas que puedo: preguntas que intento responderme, personajes sobre los que reflexiono, posibilidades que me ofrecen alguna de las opciones que he encontrado… Así hasta que llega un momento en el que considero que he apilado la suficiente leña como para encender, como mínimo, una fogata. Cuando llega ese momento, me levanto a las 5 de la mañana. Ese es el día en que declaro oficialmente que he empezado a escribir una novela. A partir de aquí, solo me tengo que preocupar de inventar, fabular… Tecleo y ya no dejo de hacerlo hasta que termino la novela.
P. Es interesante su relación con lo metaliterario en esta novela, donde incluso se detiene para advertir de lo que era cierto y lo que no unas páginas atrás…
R. Lo metaliterario que aparece en el libro es, probablemente, una de las partes más autobiográficas. Yo paso buena parte de mi tiempo pensando en lo que tiene que ver con las estructuras narrativas. En ese sentido, le aporto al narrador esa obsesión que yo también tengo por gobernar lo que ocurre. Te da la sensación de que las cosas funcionan mejor cuando obedecen a las normas narrativas: cuando la vida es caótica, desordenada, aleatoria e incontrolable. Uno de los males que este narrador tiene es que cree que la vida es explicable a través de la literatura. Eso es un disparate porque la vida es mucho más poderosa y salvaje que cualquier libro.
"La vida es mucho más poderosa y salvaje que cualquier libro"
P. En lo teórico parece que lo tiene claro, ¿pero a Juan Manuel Gil le ocurre algo parecido a lo que le ocurre al protagonista?
R. No de una manera tan exacerbada, pero en ocasiones he podido tener determinados destellos obsesivos con mi escritura, pero he procurado alejarme de ellos. En esta novela he tratado de parodiar la solemnidad con que los autores nos tomamos nuestra tarea de escribir. Parece que el cerebro de un escritor es un laberinto totalmente distinto a aquellas personas que no escriben, con preocupaciones y preguntas de gran hondura que están alejadas de lo tangible y lo superficial.
>>No me siento muy identificado con esa imagen de escritor. De hecho, generalmente la solemnidad me provoca rechazo en la literatura. Lo he parodiado a través de este escritor, que pone la literatura en el centro de si vida y piensa que si su literatura está bien, la vida está bien. Eso es un drama para el narrador, porque si tienes que escribir algo para entenderlo, significa que lo has entendido tarde. La literatura puede ser algo que te permita vivir otras vidas, pero también puede alejarte de lo más cercano.
P. A usted no parece importarle mucho cuánto hay de verdad y de mentira en una historia.
R. No me importa, no, porque pienso que la ficción y la realidad son compañeras de viaje. No solamente en los libros; también en nuestra vida estamos constantemente fabulando sobre cómo va a ser nuestro día, cómo va a ser el próximo viaje que haremos este verano. Tiramos de ficción constantemente para armar nuestra realidad. Lo hacemos con tal naturalidad que no interpretamos que eso que hacemos es un ejercicio prácticamente literario para rellenar los huecos que no somos capaces de rellenar con la realidad.
P. Por cierto, el planteamiento también sugiere una provocación en torno al eterno debate de la realidad y la ficción en las novelas.
R. En realidad, es una parodia sobre la solemnidad en cualquier discurso literario: en el de la realidad y la ficción, y en el de la autoficción, esa cosa engolada de hablar de uno mismo y repudiar la ficción. A mí eso no me interesa, por más que algunos tildarán esta novela con esa etiqueta.
P. Por otro lado, no pierde de vista el humor. Me ha llamado la atención que las dos últimas obras reconocidas con el Biblioteca Breve, la suya y la de Isaac Rosa (Un lugar seguro, 2022), están atravesadas por una sustancia irónica. ¿Cree que hay una tendencia en la literatura más contemporánea?
R. Probablemente el humor puede ser una buena vía de escape, ahora que acabamos de pasar una pandemia y hay una guerra en el corazón de Europa. Sin embargo, no podemos olvidar que el humor no deja de ser algo transversal a la propia tradición literaria española, que nos ha demostrado que es el instrumento más poderoso a la hora de alcanzar cotas de profundidad, por más que se suele asociar con lo ligero y lo divertido. Don Quijote y Sancho viven situaciones muy disparatadas, pero a la vez muy tremendas; por ejemplo, que se burlen de una persona vulnerable que no se encuentra en sus cabales.
"Si tienes que escribir algo para entenderlo, significa que lo has entendido tarde"
P. Pero eso no es tan fácil…
R. Claro que no. Lo fácil es caer en la caricatura y en el chiste. Muchas veces me pregunto cómo gestiono yo esto, y me doy cuenta de que mi humor siempre revolotea en mis miedos, es la semilla que hace mantener esa tensión. En esta novela, la relación del narrador con sus padres es paródica, pero en el corazón hay un miedo a la falta de esos padres. El humor es una manera muy sofisticada de ofrecerle un gran espejo al lector para que se vea reconocido en sus virtudes, pero sobre todo en sus defectos, lo que no queremos ver.
P. Vemos en su Instagram que lee a sus contemporáneos con entusiasmo. Hace muy pocos días Elvira Navarro me decía que eran tiempos en los que, felizmente, los autores se leían mucho entre sí. ¿Qué le parece?
R. Yo también lo creo. Probablemente tiene que ser por esa hiperinformación al instante en la que vivimos. Cuando sales a la calle, parece que tienes que terminar el ciclo. Yo tengo mucha curiosidad por lo que se hace en estos momentos, pero también me genera una ansiedad porque no se puede leer todo.
P. ¿Y cuáles son los autores que más le interesan?
R. Uno de los que más sello me han dejado es Antonio Orejudo. Su uso del humor, la profundidad, el dolor y la oralidad es una fuente inagotable de inspiración. También me interesa de Enrique Vila-Matas y su reflexión acerca de la propia literatura. Ray Loriga, por cierto, acaba de sacar una novela muy irónica, e Isaac Rosa tiene una mirada muy afilada sobre la sociedad del momento, es capaz de radiografiar lo que está pasando y también lo que puede llegar a pasar. Karmele Jaio es un hallazgo muy importante de nuestra literatura. La casa del padre y una colección de cuentos que publicó posteriormente tienen una mirada y una sensibilidad que yo encuentro en pocos escritores. La literatura actual está trufada de escritores que me provocan una envidia casi insana.
"La literatura actual está trufada de escritores que me provocan una envidia casi insana"
P. Guía inútil de un naufragio es su último libro de poemas, publicado en 2004. ¿Se ha enemistado con la poesía? ¿Qué relación mantiene con ella actualmente?
R. Soy la prueba viviente de que de la poesía se sale (risas). Cuando tienes veinte años, vives las cosas con otra intensidad y entiendes que el lenguaje poético tiene un potencial que la narrativa no tiene para expresar aquello que llevas dentro. Sin embargo, mi manera natural de estar en la literatura es contar historias. Y lo mismo que soy un gran amante de la poesía, pues sigo leyéndola y garabateando en cuadernos, no tengo ninguna necesidad de publicar poemas.
P. ¿Se reconoce en el autor de aquellos años?
R. Sí, porque siempre me ha gusto contar. No solo escribiendo, sino también charlando, que es algo que mamé en mi barrio, donde hay una poderosa tradición oral de la calle. Me di cuenta muy pronto de que saber contar las cosas te abre puertas, así que procuré cuidar eso. Desde luego que me reconozco. La pregunta que me hago es qué pensaría aquel chaval si me viera ahora a mí, con una novela recién publicada tras ganar el Premio Biblioteca Breve. No sé si se tendría que pellizcar, porque yo mismo a veces tengo la pesadilla de que me levanto y me encuentro en el momento anterior a ganar el premio: no había pasado nada.
P. Se van a cumplir dos años del acontecimiento. ¿Cómo le ha cambiado la vida desde entonces? Tanto en lo personal como en lo profesional, ¿ha logrado dedicarse solo a la escritura?
R. Me ha cambiado en el plano literario. Me ha sacado de la intemperie editorial: eso de ir tocando de puerta en puerta para que te lean, recibir el rechazo o la indiferencia, no saber donde ir con tu manuscrito… No es poco, porque te da una tranquilidad y un sosiego para dedicarte a la escritura. Quizás lo más singular fue que el premio me permitió pedirme tres meses de excedencia para trabajar en La flor del rayo sin distracciones. Ahora imparto clases, impartí un taller de escritura en Almería… Sigo conformando todos esos palos de los que, de momento, no he pensado desprenderme.