Ilustrador antes que narrador, Rafael Salmerón (Madrid, 1972) fue desde niño “un contador de historias” que, poco a poco, se fue dando cuenta de que “para poder contar esas historias que vivían en mí, el dibujo no era suficiente, porque la palabra era para mí un lenguaje más natural que el de la imagen”. Por eso hace unos años decidió dedicarse en exclusiva a la escritura.
En cambio, la vocación de Pedro Mañas (Madrid, 1982), que quiso ser “actor, médico, periodista…”, fue fraguándose inconscientemente “gracias a mis lecturas y a mi afición a fabular”, aunque todo cambió en 2007, “al plasmar en papel una vieja idea para enviarla a un certamen de literatura infantil de la editorial Anaya. Si mi obra no hubiera ganado aquel primer concurso, seguramente mi vida profesional hubiera tomado otros derroteros”, confiesa.
Ahora, ninguno de los dos se plantea escribir para adultos. La razón de Mañas es que la literatura juvenil, “me permite conectar con ese niño interior que sigue demandando atención y sugiriéndome nuevas historias. Escribo para rendir cuentas con él, y me resisto a abandonar esa parcela de imaginación y fantasía donde todo parece aún posible”, mientras que Salmerón también prefiere “dirigir mi voz hacia los jóvenes. Son el futuro y tienen la mente mucho más abierta que los adultos”.
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Feliz por el reconocimiento de su trabajo y la inyección de energía que supone el Premio Nacional obtenido por La rama seca del cerezo (Anaya), explica Salmerón que es el mejor remedio para el síndrome del impostor que sufre: “Sí, por una parte, estamos orgullosos de nuestro trabajo, pero, al mismo tiempo, sentimos el temor de que, tarde o temprano, el público va a descubrir que somos mediocres, o que no tenemos nada interesante que decir. Y un reconocimiento como el Premio Nacional sirve para decirte que, por ahora, no lo debes de estar haciendo del todo mal”. Y eso que La rama... aborda temas como las tragedias de Hiroshima y Fukushima, el bullying, la soledad y el suicidio.
Sin embargo, para él, “obviar, o directamente ocultar estos temas es esconder la cabeza frente a realidades a las que los adolescentes y los jóvenes se enfrentan de manera cotidiana. La violencia y el bullying son problemas reales a los que hay que dar la cara y ante los que debemos presentar soluciones y alternativas. La literatura puede contribuir a ello, siempre que se afronten de un modo honesto y veraz”. Y Mañas lo confirma, explicando que a los niños, como a los adultos, se les puede hablar de cualquier cosa “mientras se encuentren las palabras adecuadas. De momento no he escandalizado a nadie, pero incluso si lo hiciera prefiero afrontar ciertos temas directamente antes que silenciarlos. Ocultar ciertas cosas a los niños no les protege de ellas, más bien todo lo contrario”.
Rafael Salmerón: “Las redes son importantísimas, el nuevo boca-oreja en el que los lectores jóvenes confían”
Claro que Mañas, autor de la serie Anna Kadabra (Destino), sabe bien de lo que habla. En Un calcetín infinito (Nórdica) trata de la soledad de los ancianos, y lo hace en verso y con humor. A fin de cuentas, dice, “somos los adultos los que mostramos esos prejuicios hacia la poesía, quizá porque en cierto momento de nuestra formación deriva hacia algo indescifrable y tedioso. Por suerte, para los niños el género poético resulta un medio de lo más natural que los acompaña desde las canciones de cuna”.
Sea como fuera, los dos tienen claro que si quieren seducir al lector joven, deben ser ante todo honestos. “Desde luego –apostilla Salmerón–, no debemos caer en la moralina, ni presentar personajes a los que juzgamos desde un púlpito”. “Sin duda”, confirma Mañas, que apuesta por emplear “el humor”, con el que se siente “más cómodo y hábil para conectar con los lectores más jóvenes. Por lo demás, los libros infantiles deben contener verdad, pasión, emoción”.
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Otra cosa muy distinta es lograr que los jóvenes se enganchen definitivamente a la lectura, para lo que son necesarias, a juicio de Salmerón, “historias sinceras y honestas. No creo que el tema, el género o la propia trama sean tan importantes como el ser capaz de construir personajes creíbles, humanos, con piel, en los que el lector pueda verse reflejado”.
A fin de cuentas, tercia Mañas, ha cambiado “el paradigma sobre la infancia. El niño ya no es un adulto incompleto, sino un individuo de pleno derecho cuya formación humana y artística ocupa un lugar predominante a lo largo de la vida. Queremos que los niños lean. Para aprender, claro, pero también para disfrutar, para vivir otras vidas, para convertirse en mejores personas. Aunque no toda la literatura que se les ofrece es buena, tienen gran cantidad de opciones donde elegir. Eso es maravilloso”.
Pedro Mañas: “Ocultar ciertas cosas a los niños no les protege de ellas, más bien todo lo contrario”
Y para conocerlas, cuentan además con las redes, “tremendamente importantes como herramientas que ayudan a la difusión y al conocimiento de obras y autores”, confirma Rafael Salmerón, pues se han convertido en un sistema global e instantáneo, “un nuevo boca-oreja en el que los lectores confían y en el que buscan y encuentran el siguiente libro que leer”.
Menos entusiasta se muestra Pedro Mañas, que se sitúa en un punto intermedio porque teme “perder el foco y convertirse en su propio escaparate. Si uno tiene que desatender la escritura para estar permanentemente conectado, su labor puede acabar desvirtuada. Más vale no vender libros que perderse en un mar de ruido”, concluye.