El escritor y periodista Juan Soto Ivars (Águilas, Murcia, 1985) es especialista en pisar charcos y no calcular la profundidad. En su nuevo libro, Nadie se va a reír. La increíble historia de un juicio a la ironía (Debate), el asunto que escudriña es bien complejo. Se trata de la sentencia que condena a Anónimo García a 18 meses de cárcel y 15.000 euros de indemnización por “trato degradante” a la víctima de La Manada, el grupo de varones que llevó a cabo la violación de una joven de 18 años en los Sanfermines de 2016. El sujeto, miembro de un provocador colectivo de izquierdas partidario de causas como el desarrollo sostenible o el feminismo, publicó una web que “recreaba” el falso tour que habrían recorrido los protagonistas de aquella aciaga madrugada.
¿El motivo? Supuestamente, criticar desde la sátira la cobertura morbosa y sensacionalista con que los medios trataron el caso. ¿El problema? Que la abogada de la víctima lo demandó. La web emulaba la oferta de una agencia de viajes y no duró más de 48 horas “porque cuando la prensa cayó sobre ella, se sustituyó por un desmentido”, cuenta el autor, que considera “una verdadera aberración” lo que está ocurriendo con Anónimo, sobrenombre del líder de Homo Velamine, organización desintegrada tras la sentencia.
Nadie se va a reír, extraído del título de un relato de Milan Kundera en El libro de los amores ridículos, es la crónica de las acciones que llevó a cabo el colectivo de activistas hasta el momento de la condena. Tras la oportuna contextualización, el autor de Arden las redes y La casa del ahorcado revisa la legitimidad de la sentencia desde una reflexión punzante: en este país “el acercamiento dramático está permitido, mientras que el acercamiento satírico no lo está”.
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La sentencia, según nos dice el periodista, “está argumentada sobre una falacia: no distingue entre la ficción y la realidad, entre la parodia y el mensaje literal”. Por ello, “el propósito de este libro es desenredar la madeja irónica, separar la mentira de la verdad”, tercia en el libro. Y adelanta: “Me parece una injusticia”. El lector comprobará que no deja un cabo suelto. Desde luego, es el perfil idóneo para defender un caso tan controvertido.
Amante de las causas perdidas, abogado del diablo, como quieran. Antes que todos los lugares comunes a los que la tentación nos arrastra a situarlo, Soto Ivars es un brillante exégeta de la realidad, un analista agudísimo, aunque polémico, del presente más frenético. Más allá de que su discurso se aloje en las antípodas de tus opiniones, siempre tendrá un argumento original, una vuelta de tuerca que al menos te conduzca a cuestionártelo. Un outsider que hoy defiende una causa por la que considera que merece luchar: la libertad artística.
Pregunta. ¿Este libro pretende hacer justicia? Si es así, ¿lo logrará?
Respuesta. Para que se haga justicia primero se tiene que dar información. La sentencia a Anónimo García es fruto de la desinformación. Me gustaría que lo leyera la jueza que lo condenó porque, en buena medida, el libro arroja esa información, pero no va a influir en lo que piense el Constitucional.
"Vivimos en una sociedad donde el papel que le hemos dado a las víctimas es indiscutible"
P. ¿Por qué cree que dictaminan esta sentencia? En un momento del libro dice que algunos tribunales “sospechan de sus motivaciones”. ¿Un juez debe realizar estas interpretaciones o simplemente impartir justicia con arreglo a las leyes?
R. La sentencia es un texto muy raro. No solo porque yo lo piense, sino porque también lo piensan algunos juristas a los que se lo he mandado. Están todos muy extrañados con la redacción de la sentencia, porque hay un juicio de intenciones, suposiciones, incluso una frase atribuida a Anónimo que no pronunció en la sala. Huele raro. El artículo que se aplica contra Anónimo es inaudito en un caso de libertad artística y hasta que no he escrito el libro no ha trascendido el caso, porque la prensa no se ha atrevido a reflejarlo.
P. ¿La justicia se ha dejado llevar por la “corriente general” —lo señala en su libro— que ha arrastrado el caso "La Manada"?
R. No puedo afirmar eso porque no he podido hablar con la jueza y, en realidad, no sé cuál es la causa. Desde luego, un juez de Pamplona podría tener el pudor y el miedo de exonerar a un tipo que, según la prensa, estaba ofertando un servicio morboso. Pero también lo dudo. Lo que está claro es que desde que la víctima de La Manada denuncia el daño moral, que es perfectamente comprensible, todo se interpreta. Ese es el problema, pese a que Anónimo pidiera perdón en el juicio, dijera que no era su intención y que lamentaba el daño.
»»Lo que sí influye culturalmente es que vivimos en una sociedad donde el papel que le hemos dado a las víctimas es indiscutible. El dolor no se puede discutir, de acuerdo, pero ¿qué influencia han tenido las víctimas del terrorismo en la política española? Igual sí merecía una discusión. Me da la impresión de que una vez que existe ese daño se nos hace muy difícil matizar lo que ha provocado. Esa es la tragedia del libro. Anónimo quiere matizarlo, que esa persona le entienda, y es imposible. Han opacado la posibilidad de comunicación entre dos seres humanos. Podría haberse resuelto la confusión.
"La sentencia de Anónimo nos dice que no se puede parodiar el tratamiento mediático de un caso sobre el que habla todo el mundo"
P. Entiendo, por lo que argumenta, que los jueces no se han atrevido a dar un paso atrás.
R. Para que te hagas una idea, el jurista Jacobo Dopico se entera de que el tour no es real diez meses después —imagínate el tamaño de la distorsión mediática, es una monstruosidad—, cuando Anónimo es denunciado por la víctima de la Manada, y dice en un tuit que he incluido en el libro: “No se discute el dolor legítimo de la víctima, pero los tribunales deberían parar este proceso”. Es lo que acabas de decir. Puede haberse hecho mal, pero llevarlo en un proceso penal… Los jueces tienen que parar estas cosas.
»»En realidad, también criticaría la condena si se hubiera llevado por lo civil, porque la víctima no aparece en la web; no está profanando su intimidad, como han hecho otros. Esta sentencia es muy importante porque nos está diciendo que no se puede parodiar el tratamiento mediático de un caso sobre el que habla todo el mundo. Esto es lo más gordo. Si existe la posibilidad de que una de las víctimas del caso se sienta dolida y te denuncie, has perdido.
P. ¿No cree que también le movió la vanidad en un momento que, quizás, habría tenido que ser más cauto, tratándose de un caso tan obsceno?
R. En primer lugar no es una acción individual, sino colectiva, por mucho que luego Anónimo fuera el que pagase todo el pato. Pero la acción se le ocurre a él sí, porque en Pamplona, donde tiene a sus suegros, tropieza con una ciudad manchada por el morbo. Se le ocurre atacar a la prensa haciendo exactamente lo mismo que han hecho ellos, pero sin moralina. En todo caso, durante el proceso posterior le empieza a afectar el agravio judicial y el hecho de que toda esa izquierda haya abandonado al mismo grupo que exaltaba cuando se reían de los fachas. Empieza a sentir que le han dado la razón. Así que no es tanto la vanidad, sino que su comportamiento se corresponde con el orgullo del maldito.
"Lo contrario de la autocensura es el bocachanclismo: decir lo primero que se te ocurre y no bajarte de ese burro"
P. ¿No le parece que el enfoque estaba cogido con pinzas? O sea, puede que la ironía no fuese la mejor herramienta para elaborar esa crítica, teniendo en cuenta que se trataba de un caso donde, como bien dice, había “una corriente general”. Quizá debía haber incluido una acotación en letra pequeña, no sé…
R. Muchos en Homo Velamine lo ven igual, pero estamos hablando de hechos consumados. Yo también tengo críticas hacia el tour, y algunas coinciden con las que tú dices. Creo que el hecho de que nadie pensara en la posibilidad de que esto llegue a esa persona y la haga daño, es un error central. Otro de los fallos es que la acción estaba calculada en dos pasos: primero hacen la web para que la prensa se ofenda, y luego la cambian incluyendo unos links —referentes al tratamiento que los medios hacen del caso "La Manada"— para que la prensa ofendida se dé cuenta de que ha caído en su propia trampa. El error de planteamiento es no calcular que la prensa va a hacer mutis por el foro en el segundo paso, o sea, no va a enmendársela.
P. A lo largo de todo el texto sobrevuela una reflexión sobre la autocensura. Incluso ha reconocido que usted mismo a veces se ha autocensurado en Twitter o en sus columnas…
R. Claro, pero hay que distinguir muy bien. La censura es mala, pero la autocensura es buena.
P. Le confieso que no esperaba esta afirmación.
R. Sí, porque cuando matizas lo que estás escribiendo, o incluso discutes con otros el artículo ya publicado, es autocensura, y eso es fundamental. Lo contrario es el bocachanclismo: decir lo primero que se te ocurre y no bajarte de ese burro. Eso es muy malo para el debate. En el caso del tour de La Manada por el que fue condenado Anónimo, el problema fue que muchos sabían lo que estaba pasando pero no lo decían. No estaban dispuestos a partir una lanza a favor de “ese hijo puta”. A esto la gente le llama autocensura, pero cuando el criterio es el miedo se llama censura.
"La derecha denuncia la hipocresía de los progres que llevan IPhone, pero a mí esa crítica me parece muy superficial"
P. Usted sí ha partido esa lanza. ¿Cree que posicionarse a favor de alguien a quien ha denunciado la víctima de la Manada suscitará muchas críticas?
R. Pues este libro no está escrito con ánimo provocador. No hay un exceso de interpretación porque no quería hacer otro ensayo, sino que está escrito como una novela. Narra la crónica de unos hechos que fueron verdad. No sé qué espero, pero estoy contento porque hoy ha salido una reseña en Infolibre y la verdad es que yo temía un silencio sepulcral por parte de la izquierda, que se tiene que ver interpelada porque ha dejado que se pisotee a uno de los suyos. Es más arriesgado escribir sobre este caso en un medio de izquierdas.
P. ¿Se siente Anónimo decepcionado por algunos compañeros o con el movimiento izquierdista que representaba?
R. Piensa que cuando sale Podemos, él está metido haciendo campañas. Todo el “progrerío” le hacía la ola, pero él fue entendiendo que el dogmatismo no era una cosa de la derecha. Él apoya a Podemos incluso después de esto, pero mantiene ese cinismo, como de Diógenes, que consiste en burlarse de cualquier cosa que se parezca al poder. Sabe que en la izquierda, aunque esté en la oposición, hay estructuras de poder: gente a la que no se le chista, elefantes gigantes, dogmas indiscutibles… Desde el momento en que decide atacar eso, la izquierda lo abandona. Nunca lo había pensado hasta ahora, pero esta es la historia de un hereje de la izquierda.
P. ¿La progresía, la corrección política y el buenismo son, para usted, directamente proporcionales a la hipocresía?
R. Sería más preciso el término “autocomplacencia”: no sentir la necesidad de cuestionarse. La hipocresía es lo que la derecha denuncia del progre. Los llama hipócritas porque llevan IPhone, pero a mí esa crítica me parece muy superficial. Lo que detecto en la izquierda es una renuncia a reflexionar, a que le saquen de su sitio. Por eso lo que hacía el colectivo de Anónimo era tan interesante. La provocación es condición previa para pensar y no se puede pensar desde la complacencia, es el principal virus.
"Me enfurece la izquierda, precisamente porque me inclino más hacia ese lado"
P. ¿Entiende que le llamen facha?
R. Sí, pero me la suda. Un día me di cuenta de que uno de los problemas que tiene la gente de izquierdas (y no lo tiene la gente de derechas) es que les da mucho miedo que les llamen facha. Es como que les desnaturaliza. Reconozco que a mí también me pasaba. “A ver qué van a pensar los Reincidentes de mí”, me decía a mí mismo (risas). Cuando comprendí lo ridículo que era eso, decidí que yo no era de izquierdas. No sé lo que soy y no voy a promocionar mi ideología. Sigo votando a los partidos de izquierdas porque soy subnormal, no porque sea de izquierdas. Yo voto y luego les despellejo en la prensa porque me enfurece, precisamente por el hecho de que me inclino más hacia ese lado.
P. ¿Ha sentido la tentación de echarse en los brazos de la derecha?
R. Sí, pero la he evitado. Cuando me han atacado mucho desde la izquierda, he tenido el deseo de refugiarme con los otros. Hay que tener mucho cuidado con los mimitos porque puedes caer en el síndrome de Boadella, un tipo brillante que no es lo suficientemente crítico con aquellos que lo acogieron cuando lo descuartizaron los indepes y los nacionalistas. Una vez que tú decides que da igual lo que la gente piense, tienes una libertad absoluta.
P. ¿No se reconoce en ninguna ideología específica o en algún movimiento filosófico?
R. Igual en demasiados (risas). Tengo una postura sentimentalmente antineoliberal que no tengo razonada. Hay algo ahí que tiene que ver con el temperamento. Como soy compasivo, podría decir que soy socialdemócrata. Los años del New Deal han sido muy prósperos y creo que es un modelo muy bueno. Sin embargo, si me pongo a discutir con Juan Ramón Rallo, seguramente me desmonta. Entonces lo que pienso es que si gente tan brillante tiene opiniones que yo considero equivocadas, como mínimo hay que recibirlas con espíritu autocrítico. Lo que no hago es demonizar. Por ejemplo, he leído que el comunismo en la práctica ha sido una monstruosidad, pero en el pensamiento marxista hay mentes muy superiores a las mías. Lo mismo ocurre con los liberales de Austria. En fin, son visiones contrarias de la política pero las ideas son interesantes para pensar.
"Hay que tener mucho cuidado con los mimitos porque puedes caer en el síndrome de Boadella"
P. ¿Cómo fueron los encuentros con Anónimo? ¿Qué sensación tuvo después de cada uno de ellos?
R. Lo había conocido hace muchos años, desde mis textos en El Confidencial. Lo vi tres o cuatro veces en los últimos diez años hasta el momento de la condena. Recordaba a Anónimo como un tipo pizpireto, hiperactivo, efervescente… y lo que me encontré después del juicio, cuando me lo llevé a casa de mi suegra, fue un hombre destruido. La condena, el ostracismo, la destrucción de su colectivo y, por si fuera poco, la reciente separación con una cría recién nacida lo han dejado en la mierda.
P. ¿En qué lugar cree que queda Greenpeace tras ejecutar el despido de Anónimo?
R. Greenpeace debería readmitir a Anónimo hoy mismo. Él trabajaba dentro de la organización en acciones por la libertad de expresión: contra la Ley Mordaza, contra la desinformación… Además, conocían sus actividades. En un campamento para ecologistas organizado por ellos mismos, él mismo impartió una charla antes de la sentencia. El caso de Anónimo demuestra que la cultura de la cancelación también tiene relevancia en España, y esto se debe a que las instituciones, las empresas, las oenegés… son muy cobardes. Sigo creyendo que la misión de Greenpeace es importante, pero mi opinión sobre ellos quedó depauperada.
P. Por cierto, Greenpeace España aún no se ha pronunciado con rotundidad sobre los ataques de los activistas contra las obras de arte en Europa. A propósito de los conflictos morales, ¿usted tiene alguna opinión al respecto? ¿Ha seguido esta escalada?
R. Sí. El debate sobre el sentido de la conservación (¿por qué respetar las obras del hombre y no la naturaleza?) me parece que es una buena pregunta mal planteada. Al final, se está hablando mucho de lo idiotas que son y no de lo que ellos quieren que se hable. Insisto, la pregunta está guay, aunque es un falso dilema, porque no hay que elegir; hay que conservarlo todo. Pero la acción es una mierda, es ridículo ver a una persona tirando tomate sobre un cuadro.