No se asuste el lector por el título de este volumen: La casa del ahorcado. Cómo el tabú asfixia la democracia occidental. Lo que ofrece es un luminoso análisis de buena parte de los cambios sociales y políticos que están ocurriendo en el mundo. La casa del ahorcado es un concepto cesta en el que Juan Soto Ivars (Águilas, 1985) recoge de Hannah Arendt —y de Adorno— la inquietud ante el totalitarismo. Ideología autoritaria, aislamiento, masas descontroladas, cultura de la cancelación e instituciones en quiebra conforman el alimento de la fiera. Estos elementos junto al tabú, la herejía y el narcisismo tribal —las tres grandes partes del libro— articulan la inquietante situación de amenaza a la democracia occidental.
El totalitarismo del siglo XXI no asesina, no monta gulags. Se sirve, sin embargo de un instrumento nuevo de doble cara: las redes. Un espacio virtual de efectos reales en el que emoción, mentira, chabacanería y ganas de hacer daño se mezclan para linchar y destruir personas e instituciones. El trumpismo con sus mentiras, manejo de las redes y el intento de la toma del Capitolio del día de Reyes de 2021 es, como vemos aquí, la expresión de una cristalización ideológica capaz de sostener los nuevos intentos totalitarios. Intentos que desde la izquierda identitaria adoptan formas como el levantamiento en 2020 del Black Lives Matter con saqueos y una masa dispuesta a demoler las bases del Estado liberal.
Al tiempo que la globalización neoliberal se afianzaba desde finales de los 70, la izquierda desconfiaba de la razón ilustrada y la libertad hasta adoptar un marco cognitivo postestructural. Desde esa posición se supone que el sujeto toma decisiones empujado por la cultura. “Para los postestructuralistas la libertad está tan intervenida por la cultura como la elección entre productos limitados por la oferta y la demanda en el mercado”. Ahí pone Soto Ivars la base intelectual de la corrección política, las microagresiones, el narcisismo tribal o el poder de las masas. (Para un análisis de la perspectiva estructural es recomendable leer a Markus Gabriel en Por qué el mundo no existe).
El lector queda atrapado por este luminoso análisis de buena parte de los cambios sociales y políticos actuales
La casa del ahorcado comienza por indagar la función del tabú como un sesgo cognitivo que distorsiona la percepción de la realidad. En su recorrido histórico, Soto Ivars recuerda que, al principio, la idea de una pandemia grave a cargo de un virus —SARS-CoV-2— procedente de una ciudad china no encajaba en la opinión pública. Era un tabú. En un segundo tramo del libro, la Ginebra en la que Calvino impuso su teocracia y mandó a la hoguera a Servet junto a los ejemplares de su obra en 1553, compone la ilustración central del papel de la herejía como arma de censura. Censura que hoy se cultiva y expande desde numerosas universidades norteamericanas.
Por último, “narcisismo tribal”, la parte más cuajada de actualidad, es una espléndida carga tanto contra la derecha como contra la izquierda identitaria. Al reflexionar sobre lo que nos “religa”, Soto Ivars advierte sobre cómo se produce un deslizamiento de los movimientos de emancipación, una vez conseguida la inclusión, hacia posiciones de presión social. Al tiempo que las masas identitarias se empoderaban, cundía la ideología de la realización personal y la búsqueda de la felicidad individual. El resultado del cruce de estos elementos habría derivado en una proyección de frustraciones individuales y grupales sobre el sistema democrático. Un inquietante movimiento en el que el narcisismo se vuelve tribal y condensa una peligrosa energía capaz de disgregar la estructura del Estado liberal.
No es Juan Soto Ivars el primero en denunciar el cúmulo de cambios que a la postre deterioran la libertad individual y la calidad de la democracia (véase la reseña de La masa enfurecida, de Douglas Murray). La singularidad de este volumen es su capacidad de disección a izquierda y a derecha, en un análisis que no es tanto un ejercicio de equidistancia como de rigor. El lector queda atrapado en una dinámica que recuerda a los buenos surfistas capaces de identificar las olas más significativas del cambio social y político, y seguirlas hasta contemplar los efectos de su choque contra las estructuras del mundo.