Las cuatro nietas de una señora mayor que se ha suicidado en la bañera dejando un reguero de sangre se juntan en la destartalada vivienda de la abuela para resolver qué hacen con su legado. Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988) se sirve en Las herederas de esta anécdota como percha para colgar un bloque de asuntos tenebrosos que emplaza en un ambiente acorde con la dispersa problemática planteada.
La minúscula pedanía, sin localización exacta pero situable en la Castilla más asolada, está concebida según la imaginería de las narraciones góticas. Las protagonistas se hallan como enclaustradas dentro de un atemorizante espacio donde se intuyen presencias fantasmales, se palpa la carcoma de la decadencia, se genera violencia y la razón cede territorio a la locura y las pesadillas.
En esa atmósfera algo mágica se emplazan las peripecias actuales, con rescates del pasado, de las mujeres. La maniática Lis, que estuvo recluida en un centro psiquiátrico, cuida del hijo y ansía una nueva vida. Su hermana Erica piensa en organizar allí retiros botánico-espirituales. La excéntrica prima Nora libera su frustración maternal obsesionándose con el hijo de Lis. Y su hermana, la cardióloga Olivia, busca ansiosa la causa del suicidio de la abuela, arrastra un duro complejo de culpa y tiene alucinaciones.
Entre las cuatro brotan constantes rifirrafes, todas ellas manifiestan desequilibrios mentales y por la novela circulan con generosidad las drogas y estimulantes, que ya habían tenido decisivo papel en la decisión extrema de la abuela.
A partir de tan tétrica situación coral, Aixa de la Cruz despliega un racimo de asuntos que aborda con una mirada externa algo inclinada a lo discursivo. Cuestiones de menor entidad, casi apuntes, pero no menospreciables, son la precariedad laboral y la vida rural. Mayor importancia tienen la soledad y la inestabilidad sentimental, asociadas a la condición femenina. Un punto arriba se sitúa un viejo motivo naturalista, el determinismo genético, que llega a presentarse con caracteres discursivos.
No es esta una novela ligera ni complaciente; el fondo político de su escritura incita a reflexionar acerca de un mundo cambiante
Sobre estos temas se elevan los desequilibrios psíquicos, que, a su vez, dan lugar a comentarios –un tanto ensayísticos– sobre los fármacos para su tratamiento y sobre drogas y diversos estupefacientes. Y por encima de todo, la familia, con esa visión analítica muy severa que ha irrumpido desde hace un tiempo en nuestra narrativa y que la presenta como un núcleo de opresión y violencia.
No hace Aixa de la Cruz una novela ligera ni complaciente, y un fondo político de su escritura incita a reflexionar acerca de rasgos destacados de un mundo cambiante. Esta virtualidad constituye un gran valor de Las herederas, pero su abigarrada historia produce un efecto literario negativo, el de que la autora utiliza el argumento como una simple excusa para hablar de cuestiones que le urgían y en las que se ha vaciado. Habría hecho falta un criterio selectivo.
Por otra parte, terminada Las herederas me viene a la cabeza el reparo que Eugenio de Nora oponía a Nada, de Carmen Laforet. Es normal, decía, que en las familias haya un tipo raro, pero no que todos tengan alguna tara. Lo mismo ocurre con la historia de Aixa de la Cruz. Ese cúmulo de personajes trastornados, afligidos sin excepción por patologías, produce un efecto de incredulidad y al final fatiga tanto trauma.