El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, al que buena parte de la opinión pública local e internacional considera un dictador por sus continuos ataques al sistema democrático, la represión de sus opositores y sus artimañas para perpetuarse en el poder, ha solicitado el cierre de la Academia Nicaragüense de la Lengua, la institución civil más antigua del país. Fundada en 1928, es una de las 23 academias de la lengua española que existen en el mundo.
El pasado sábado, Ortega pidió el cierre de la Academia y otras 82 organizaciones sin fines de lucro, con el pretexto de no haberse inscrito en el registro de “agentes extranjeros”. Este lunes, el Gobierno de Nicaragua solicitó formalmente al Parlamento su disolución, que será debatida este martes en el pleno de este órgano, con una abrumadora mayoría absoluta del mismo partido en el Gobierno, el Frente Sandinista de Liberación Nacional que preside Ortega.
La Real Academia Española ha emitido un comunicado en el que “manifiesta su profunda preocupación por la noticia del posible cierre de la Academia Nicaragüense de la Lengua propuesto a la Asamblea Nacional de Nicaragua que privará de personalidad jurídica a la corporación centroamericana y causará su desaparición después de noventa y cuatro años de fecunda existencia al servicio del mayor valor cultural de la nación”.
“La Academia Nicaragüense es una institución fundamental para el cuidado de la lengua que han llevado a su más alto grado de excelencia escritores del país como los maestros Rubén Darío, Alfonso Cortés, Ernesto Mejía, José Coronel Urtecho, Lisandro Chávez, Ernesto Cardenal o Pablo Antonio Cuadra, entre otros. Desarrolla una labor incansable en beneficio directo del pueblo, que es el dueño del idioma, y cumple una función imprescindible en el concierto internacional como parte de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), a cuyo trabajo mancomunado contribuye de manera ejemplar. La cooperación de Nicaragua a la acción de la ASALE promueve el idioma común como el mejor instrumento de diálogo, concordia y entendimiento entre los pueblos hermanos”, prosigue el comunicado.
“Por todas estas razones la RAE, que defiende las libertades de pensamiento, expresión y asociación como los primeros valores de cualquier sistema de convivencia, respalda y reivindica enérgicamente el legítimo derecho de la Academia Nicaragüense de la Lengua a servir a sus conciudadanos y a hacer posible la participación de Nicaragua, en términos de igualdad, en la preservación del bien cultural superior tanto de la propia nación como de la comunidad de naciones y pueblos que comparten la misma lengua, hoy patrimonio común de casi seiscientos millones de personas en todo el mundo”.
Por último, “en solidaridad con los académicos de Nicaragua, la RAE reclama el apoyo y la adhesión de las instituciones públicas y privadas de todo el ámbito hispanohablante a fin de evitar la desaparición de la Academia Nicaragüense de la Lengua, que supondría un gravísimo perjuicio y una pérdida irreparable para la lengua española, hoy patrimonio común de casi seiscientos millones de personas en todo el mundo”.
El exilio de los intelectuales nicaragüenses
El Gobierno autoritario de Ortega ha provocado en los últimos años el exilio de algunos de sus más destacados intelectuales. Uno de ellos es el escritor Sergio Ramírez, Premio Cervantes de 2017 y miembro de la Academia nicaragüense y también de la española.
Ramírez se instaló en nuestro país a raíz de una orden de detención emitida contra él por el gobierno de Ortega. El autor fue en su día compañero de Ortega en el Frente Sandinista de Liberación Nacional y ambos formaron parte de la junta de gobierno que se creó tras el triunfo de la revolución sandinista que en 1979 derrocó al dictador Anastasio Somoza.
En 1985 incluso llegó a ser vicepresidente del país mientras Ortega desempeñaba el cargo de presidente. Ya en los 90, Ramírez fue el líder de la escisión del FSLN llamada Movimiento Renovador Sandinista y poco después se consagró por entero a la literatura.
En un acto público celebrado en la sede central del Instituto Cervantes el pasado mes de septiembre, Ramírez aseguró que estaba “siendo perseguido por una dictadura enemiga de los libros”. Al parecer, su visión crítica de la realidad política de Nicaragua, vertida en su novela Tongolele no sabía bailar, fue lo que precipitó la orden de arresto.
No obstante, sus críticas hacia Ortega han sido una constante en los últimos años. Su discurso de agradecimiento por el Premio Cervantes, el galardón más importante de la literatura en español, lo dedicó “a la memoria de los nicaragüenses asesinados en las calles por reclamar justicia y democracia y a los miles de jóvenes que siguen luchando sin armas por que Nicaragua vuelva a ser una república”.
Un caso parecido al de Sergio Ramírez es el de la poeta Gioconda Belli, recién exiliada en España. Al igual que Ramírez, ella también militó en las filas del FSLN. “Estar en España es el resultado de un exilio inesperado, pero tendré que reinventar una etapa de mi vida cuando creí ya superadas las sorpresas de esta magnitud”, declaró hace apenas un mes en una entrevista en El Cultural.
Tanto Ramírez como Belli se encuentran lejos de su patria por cumplir a rajatabla con sus convicciones morales: “Creo en la responsabilidad del intelectual frente al colectivo”, señala la poeta. Dicho de otro modo por Ramírez, también el día en que recibió el Cervantes: “Cerrar los ojos, apagar la luz, bajar la cortina, es traicionar el oficio. Todo irá a desembocar tarde o temprano en el relato, todo entrará sin remedio en las aguas de la novela. Y lo que calla o mal escribe la historia, lo dirá la imaginación, dueña y señora de la libertad”.