En 1995, año de su publicación en Buenos Aires, Bajar es lo peor habría sido mi libro favorito del mundo. Y si fuera una novela escrita en 2022, estaríamos ante un mecanismo referencial perfecto, ultramoderno, con su atmósfera rara (¿nos parecería recordada, soñada…?) como puntazo mayor. Pero Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) concibió Bajar es lo peor entre los 17 y los 22, y yo y casi todos la descubrimos ahora, tardíamente, familiarizados con la madurez de su autora. Por lo tanto, diré otras cosas.
La primera, que esta novela es buena, incluso rebuena en tanto que debut veinteañero… Y, sin embargo, objetivamente, Enriquez lo ha hecho mejor con el tiempo. El metrónomo crítico registra flaquezas que puntúan el texto: un contraste genérico, algún diálogo envarado, cierta solemnidad teen… Más aún, echo en falta el riquísimo sedimento de horrores característico de su obra reciente.
¿Y bien? Como crítico profesional, ¿habría lanzado estos reproches en 1995? Ni hablar, ¡solo aplaudiría! En el prólogo, Enriquez comenta que las reseñas calificaron Bajar es lo peor de “realismo sucio”, una misreading extravagante porque estamos ante una genuina historia de vampiros. Compartirán mi criterio quienes logren discernir el terror gótico del narcótico (ambos presentes).
Así llegamos a lo segundo que deseo decir: he disfrutado Bajar es lo peor, en parte porque sus virtudes sobreviven al tiempo y a las irregularidades. La joven Enriquez exhibe agilidad, ritmo, certidumbre; su personalidad asoma con fuerza, eso sí, envuelta en ese aire de época y tribu que proporciona la cuota restante de placer lector.
En efecto, las tramas de Facundo, Narval y Carolina contienen todo cuanto yo manoseaba obsesivamente entonces: Anne Rice, Bram Stoker, el grunge, ecos de Iggy Pop o Lou Reed, Trainspotting en el horizonte, la noche, la resaca del yonquismo ochentero, Baudelaire o Rimbaud enarbolados en un bar engagé…
Un misticismo cínico
De Buenos Aires a una isla mediterránea, Bajar es lo peor encapsula un código fin-de-siglo que apela a quienes fuimos algunos. Me parece una virtud noble, generosa, en absoluto necesitada de coartadas reivindicando que su valor hoy no es “solo” este... Aunque sea verdad.
No olvidemos la enormidad que suponen 27 años para una escritura. Que Bajar es lo peor se sostenga ante el lector actual refrenda el talento de Enriquez. Más allá, el rescate invita a contrastar el pesimismo de los 90, creativo y selecto, con el hartazgo hegemónico de 2022.
¿Son tan diferentes los estilos resultantes, su ideología, su tristeza? A la luz de la novela, la relación estética con el dinero ha acelerado hacia un misticismo cínico, y expiró la exangüe memoria colectiva. Por lo demás, seguro que los hermosos muchachos de Enriquez bailarían con Yung Beef, felices, autodestructivos.