“La única gente que me interesa es la que está loca; la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes… sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas, y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un ¡Aaahhh!”.
Quizá este fragmento de En el camino resuma mejor que cualquier biografía quién era Jack Kerouac, qué fue el movimiento beat, y qué significó para tantas generaciones de lectores el relato de sus viajes (solo y acompañado, en coche o haciendo autostop) por Estados Unidos, de Nueva York a Los Ángeles, de Denver a México, de San Francisco a Nueva Orleans y Nueva York. Destacados beatniks como Neal Cassady (Dean Moriarty en la novela), el propio escritor (Sal Paradise) Allen Ginsberg (Carlo Marx), William Burroughs (Old Bull Lee), Haldon Chase (Chad King) o Lucien Carr (Damion) vagabundeaban también por las páginas del libro, apenas disfrazados con nombres supuestos.
En realidad, Burroughs, Kerouac, Ginsberg y Carr se conocieron a finales de los años 40 en la Universidad de Columbia, donde el novelista y poeta de origen canadiense estudiaba gracias a una beca deportiva a la que tuvo que renunciar tras una lesión; en 1947 descubrieron a Neil Cassady; en 1948 se unieron Carl Solomon y Philip Lamantia, en 1950 Gregory Corso y en 1954 Lawrence Ferlinghetti y Peter Orlovsky.
El propio Kerouac intentó explicar en una revista qué suponía ser “uno de los suyos”: “Beat quería decir derrotado y marginado pero a la vez colmado de una convicción muy intensa”. Y añadía: “Teníamos nuestros propios héroes, nuestros propios místicos, escribíamos novelas sobre ellos, las cantábamos, y componíamos larguísimas odas a los ángeles nuevos de la América subterránea”.
Les unía, además, el ansia de apurar la vida tras la Segunda Guerra Mundial, de experimentarlo todo, con inocencia (Kerouac), rabia (Ginsberg) o tragedia (Burroughs), rebelándose contra las convenciones y reinventando el lenguaje hasta convertirlo en puro bebop. En pleno viaje iniciático, mezclaban velocidad y escritura, aventura y poesía, drogas y sexo, estilo y pasión. Encarnaban la subversión contracultural, y no respetaban nada.
Un rollo de 175.000 palabras
De hecho, para escribir En el camino Kerouac utilizó un rollo de papel de casi cuarenta metros que le permitía desplegar lo que él llamaba su “prosa espontánea” sin apenas puntos y pausas, para, decía, “seguir el libre desvío de la mente hacia los infinitos mares del pensamiento, zambullirse en el océano del idioma sin otra disciplina que los ritmos de exhalación retórica y de la narración protestada, como un puño que cae sobre una mesa con cada sonido completo ¡bang!”. Naturalmente, cuando los editores recibían el amasijo de papel de 175.000 palabras lo rechazaban de inmediato, sin poder intuir siquiera que medio siglo después el rollo original sería adquirido por un coleccionista a cambio de dos millones y medio de euros.
En cuanto a la novela, aunque estuvo a punto de publicarse en una editorial menor por apenas 1.000 dólares, tuvo que esperar a 1957 para que Viking Press se atreviera a lanzarla, no sin antes suprimir algunos párrafos sexualmente explícitos o violentos. Dos días después ocurría el milagro: el crítico habitual del The New York Times, enemigo de los experimentos y famoso por su rigidez, no pudo ocuparse del libro y fue Gilbert Millstein quien descubrió en Kerouac al “nuevo Hemingway”.
No todos estuvieron de acuerdo. Truman Capote, por ejemplo, protestó diciendo que “eso no es escribir, ¡es mecanografiar!”, aunque ya cinco años antes, en junio de 1952, su amigo Ginsberg le había advertido de que el libro era una “locura incoherente” y le aconsejó cortarlo, porque “es genial pero desquiciado en el peor sentido de la palabra”.
La respuesta de Kerouac fue tajante: “¿Crees que no me doy cuenta de la envidia que me tienes y de que tú, Holmes y Solomon daríais vuestro brazo derecho por poder escribir con el estilo de En el camino? […] Ha llegado el momento de que los bufones frívolos os deis cuenta de qué es poesía… y cierra el pico… déjame en paz y no vuelvas a entristecerme nunca más”.
El público, en cambio, reaccionó con tal entusiasmo que parecía cuestión de tiempo que se convirtiera en película. El propio Kerouac le propuso por carta a Marlon Brando que interpretase el papel de Moriarty y se ofreció a simplificar la historia: “Rezo para que compres En el camino y lo conviertas en una película. No te preocupes por la estructura. Sé que comprimir y readaptar la trama un poco es perfectamente aceptable para la manera de hacer una película: puedes hacerla como un viaje que incluya todos los viajes del libro”. Brando ni siquiera contestó.
La pasión de Coppola
Convertido durante décadas en un proyecto maldito, en 1980 Francis Ford Coppola compró los derechos de adaptación de la novela por 95.000 dólares para dirigir él mismo el filme, pero finalmente fue el director brasileño Walter Salles quien en 2012 llevó a la pantalla una versión que, como confesó a Javier Yuste en esta revista, “se acerca mucho al libro, pero a veces se aleja respetuosamente de él”. Algo inevitable, si quería ser fiel al espíritu del libro y seguir En el camino desde la libertad y la pasión.