Uno de los principales debates de la modernidad es el debate sobre la modernidad: las clases pensantes de las democracias occidentales no han dejado de reflexionar sobre el destino de un proyecto ilustrado que hoy, fatigados por el peso de unas expectativas desmesuradas, percibimos como necesitado de un nuevo impulso.
El filósofo Luis Arenas (1969) presenta en este volumen un conjunto de ensayos, escritos bajo el estímulo intelectual de la crisis económica de la pasada década, cuya vocación es tomar parte en esa conversación. Su premisa es concluyente: nuestra civilización está condenada. Y si bien podríamos pensar que solo queda entonces abandonarse al derrotismo, Arenas cree que hay margen para la esperanza: lo que toca es situar el desafío ecológico en el centro de nuestro tiempo y esforzarnos por superar el capitalismo para tener quizá un futuro como especie.
Reaccionando a lo que la historia le pone por delante, el autor presenta la pandemia como una oportunidad indeseada para sacudir el orden establecido. Es en el prólogo donde desarrolla esta idea. Y acierta cuando describe la pandemia como “universal concreto”, fenómeno mundial que de paso supone una victoria del materialismo filosófico tras décadas de construccionismo social y énfasis en la diferencia.
Arenas se pregunta si la toma de conciencia que ha acompañado el amenazador progreso del virus dará una oportunidad a la constitución de un sujeto político global, sembrando la semilla de un demos cosmopolita. Pero lo cierto es que ese demos está haciéndose esperar y quizá no llegue nunca; seguramente hayamos de conformarnos con una cooperación internacional más intensa: la democracia global se antoja un objetivo poco realizable y quién sabe si eficaz llegado el caso.
Sea como fuere, el autor asume muchos riesgos en esas páginas iniciales: como si el estado de ánimo generado durante los meses en que el mundo se detuvo para hacer frente a la pandemia hubiera de permanecer con nosotros para siempre. Arenas habla con desenvoltura fatalista de “la hecatombe económica a la que nos enfrentará el coronavirus” y da por segura “la catástrofe social que acompañará a la catástrofe sanitaria”, anticipando el tiro de gracia a un sistema económico enfermo desde los 70. Nos habríamos situado ante el umbral de un “sistema completamente distinto”, sin que por ello seamos capaces de vislumbrar lo que vendrá en su lugar.
Pero el coronavirus no ha producido las catástrofes que se anunciaron en su momento; es legítimo preguntarse si el autor tiene razón cuando se instala en el tremendismo. Es lo que hace cuando describe una crisis ecológica inevitable –la misma que lleva siendo profetizada desde los años 60– para la que no existiría otra vacuna que “transformar radicalmente” nuestra forma de vida. Por deseable que pudiera ser ese objetivo, hay diagnósticos más optimistas y soluciones menos exigentes: cambiarlo todo, incluido al ser humano, no parece una carta ganadora.
Este libro funciona como un catálogo de perplejidades, a veces indignado, que interpela a los defensores de la modernidad liberal
Nada de lo anterior resta interés a los ensayos que siguen, empeñados en dibujar con excelente prosa el retrato de un capitalismo desorientado y privado de la legitimidad de antaño. Otra cosa es que la caracterización del sistema liberal-capitalista como “irracional” resulte siempre convincente. El autor recurre a Karl Marx pero también a John Maynard Keynes o Thorstein Veblen, resaltando todo aquello que nuestras sociedades tienen de superfluo, injusto o estúpido, que es bastante. Y emplea con provecho a Martin Heidegger para reivindicar una forma menos agresiva de habitación humana del planeta, lamentando el obstáculo que supone una subjetividad individual erosionada por las nuevas tecnologías de la comunicación.
En última instancia, el libro funciona como un catálogo de perplejidades que a ratos se tiñe de indignación y, sin dejar de interesar a los neófitos, interpela de manera sofisticada a los defensores de la modernidad liberal.