La de Ayacucho fue la madre de todas las batallas en la guerra por la independencia de América del Sur, una liberación que llevaba dieciséis años fraguándose. Sobre este episodio fundamental de nuestro pasado, Fermín Goñi (Pamplona, 1953), escritor, periodista, politólogo y profundo conocedor de la historia de Hispanoamérica, acaba de publicar Un día de guerra en Ayacucho, la tercera novela de una trilogía sobre la emancipación que inició con Los sueños del libertador (2010) y continuó con Todo llevará su nombre (2014). La primera es una biografía del militar criollo Francisco de Miranda y la segunda cuenta los últimos días de la vida de Simón Bolívar, el “Libertador de Venezuela”.
En Un día de guerra en Ayacucho, Goñi recrea el combate que tuvo lugar en la Pampa de Quinua, en Ayacucho (Perú), el 9 de diciembre de 1824, después de que los bandos implicados caminaran en paralelo durante semanas “mirándose al bies”, uno capitaneado por Bolívar y su comandante en jefe, el general Antonio José de Sucre, y otro por el virrey José de la Serna. La obra relata una batalla en la que dos ejércitos trataban de salir victoriosos, bien para mantener el poder, bien para conseguir la ansiada independencia.
Pero no solo eso. También detalla las jornadas previas al enfrentamiento, explica la situación política española que condujo al desastre, revela la importancia de la masonería en el conflicto, describe los acontecimientos bélicos en sí y la estrategia de cada bando, y pinta de forma muy visual tanto la geografía en la que se baten los dos ejércitos como el día a día de la milicia.
El lado humano de la guerra
Lo más interesante, tal vez por ser lo más desconocido, es el relato de la cotidianeidad de los soldados y de un grupo de personas que seguían al grupo vencedor a través de un paisaje inhóspito. Las rabonas fueron una congregación de mujeres que acompañaba a sus esposos, padres y parientes en la retaguardia. Se encargaban de cocinar, curar a los enfermos y aliviar las penas de los combatientes.
Entre ellas, Goñi focaliza su narración en Flora Barros y se centra en su faceta de madre y de esposa del sargento Felipe Reyes, al mando de Sucre. Así pergeña la intrahistoria del ejército y muestra la parte más humana de la guerra, que cobra tintes especialmente afectivos cuando relata la reunión entre familiares de ambos bandos en campo neutral antes de la batalla. La exposición de los hechos, minuciosamente documentada, utiliza con frecuencia el presente histórico, de gran viveza. El texto deleitará a los incondicionales de la novela histórica.