Casi cuarenta años separan Violeta, la última novela de Isabel Allende (Lima, 1942), de la primera, La casa de los espíritus (1982), título imprescindible en la narrativa española contemporánea. Narraba entonces la historia de cuatro generaciones de una familia, en Chile, a través de la “sucesión de violencias, abandonos y tristezas” que marcó el destino de unos personajes irrepetibles. Con un estilo único, que desafiaba las convenciones de espacio y tiempo, de ficción y realidad, como recomendaba la fórmula magistral del realismo mágico, convirtió el relato de todos los “espíritus” que habitaron la “casa” familiar en el de la historia de un país a través de una familia burguesa que se desintegraba al ritmo de la crisis económica y la decadencia.
¡Cuántas conexiones entre aquel primer libro y éste!, salvando las distancias. No existe aquí más dimensión que la del tiempo real, ni otra voz que la de Violeta, narradora y protagonista del tiempo vivido por ella, desde su infancia en Chile. Casi cien años contados en una larga carta dirigida a Camilo, alguien cuyo afecto le empuja a desnudar su historia familiar y personal con el único fin, como la abuela Clara en sus cuadernos, de “burlar a la mala memoria”.
El plano principal lo ocupa ahora una novela argumental, ambiciosa en el empeño por abarcar desde 1920, año de la llamada “gripe española” hasta la actual pandemia, 2020. Violeta es la voz que encadena vivencias y experiencias: quinta hija de una familia de cuatro varones, infancia de patrones y mucamas, mujeres fuertes dirigiendo su mundo y protegiendo su futuro. Su punto de vista le permite explorar la educación, el amor, los conflictos generacionales. Su vida, su educación sentimental, la historia familiar, sirven de cobijo a temas de mayor calado como el maltrato, la conquista del voto de las mujeres…
Eso por un lado, por otro la perspectiva del marco histórico: un siglo de guerras, de catástrofes naturales, de infamias de las que quiere dejar testimonio. La realidad es el marco que ampara y justifica lo narrado. Justo es señalar que a su favor juegan sus tres mejores bazas narrativas: una gran capacidad de fabulación, la fortaleza de las mujeres que sostienen la estructura argumental de sus historias, y la intención de preservar del olvido la lucha contra las lesiones derivadas de la historia del siglo XX.
Hay, en la vida de Violeta, mucho de la vida y la obra de su autora: combativas, eternas extranjeras, incansables narradoras que cautivan con lo que cuentan sobre su estirpe emocional.