Un malcasado, Ismael, recibe la noticia de que Noray, el gran amor de su vida, ha ingresado en un hospital. Sin dar explicaciones a su legítima, se instala en la habitación donde su amada lucha por recobrar la consciencia. Hurga en la mochila de la mujer y encuentra una libreta con una larga narración que va leyendo ensimismado en las horas de espera. Ambos planos –la vigilia y la historia manuscrita– se alternan y proporcionan la trama argumental que Inés Martín Rodrigo (Madrid, 1983) cuenta en Las formas del querer.
La estancia hospitalaria funciona como recurso formal que aporta movimiento y variedad al relato, aunque apenas añade noticias notables, salvo evidenciar la pasión amorosa del hombre y subrayar un tema complementario, el sentimiento de culpa que aflige a los dos personajes. Ello se debe a que la novela inédita contiene absolutamente todos los elementos de la historia personal de Noray, desde sus bisabuelos y hasta la actualidad. En suma, Inés Martín Rodrigo escribe una pormenorizada historia familiar. Se atiene al convencional y decimonónico modelo de la novela río que engarza las peripecias de sucesivas generaciones. Podría inscribirse en el subgénero de la novela histórica. El amplio fresco de época recuerda, a grandes rasgos, a Almudena Grandes por un coincidente empeño, salvados todos los matices ideológicos necesarios, de mostrar una estampa testimonial y crítica de la España contemporánea.
El recorrido histórico establece una completa serie de hitos relevantes del pasado desde la guerra civil. Aparecen el salvajismo ideológico, la miseria de la España profunda, la emigración a la gran ciudad, la actividad etarra, el golpe de Estado del 23F y episodios posteriores ya en democracia, hasta hoy. Todo ello se sostiene en una mirada costumbrista atenta a detalles esperables, pero también haciendo hincapié en un par de asuntos del particular interés de Martín Rodrigo. Por una parte, una reivindicación, un tanto idealizadora, por cierto, de las bondades de lo rural, a tono con inquietudes de nuestros días. Por otra, la condición femenina, el estado de subordinación de la mujer en una sociedad machista, al punto de que el libro está permeado por lo que ahora llamamos perspectiva de género.
Martín Rodrigo muestra capacidad fabuladora, pero le falta fulgor a la prosa y la forma es en exceso tradicional
Muestra Inés Martín Rodrigo capacidad fabuladora y en algún caso alcanza tensión dramática, así en el episodio del brutal castigo a un homosexual o en los sucesos que acompañan la anorexia y su curación. También tiene aciertos en la creación de personajes, sobre todo los abuelos de Noray. Igualmente atina al razonar el motivo de la escritura de la chica, un ejercicio de defensa frente al instinto autodestructivo, que da pie a reflexiones sobre el peso de la memoria en el discurso narrativo.
Estos méritos se opacan por algunas serias reservas. No se libran los personajes de un punto de esquematismo buenista. La forma es en exceso tradicional, insensible a los muchos y fructíferos avances habidos en el arte de narrar desde hace al menos una centuria. Y, sobre todo, a la corrección morfo-sintáctica le falta un mínimo de fulgor de la prosa que evite el efecto de un estilo plano. Tendrá que vigilar Inés Martín Rodrigo estos flancos muy débiles si quiere sacarle buen fruto en el futuro a su cualidad de narradora de intensas y robustas aventuras humanas.