Aunque no le gustan las entrevistas ni “oírme a sí mismo, no por nada, sino porque creo sinceramente que no tengo nada interesante que decir. Cuando se habla mucho, se dicen muchas banalidades y tonterías”, Luis Landero (Alburquerque, 1948) contesta con amabilidad a El Cultural dos semanas antes de que el libro se publique. Eso sí, confiesa que, como ha sido profesor durante más de treinta años, sabe que “he hablado mucho, he armado mucho ruido verbal. Cuando me jubilé, descubrí maravillado mi propio silencio. Si he escrito algo que merezca la pena, es el libro el que tiene que hablar, no yo”.
“He hablado mucho, he armado mucho ruido verbal. Cuando me jubilé, descubrí maravillado mi propio silencio”
Hombre más bien solitario y con poca vida social, dice que vive de por sí medio confinado desde hace mucho tiempo, así que lo que más le ha afectado estos dos últimos años “es el sufrimiento que la pandemia causa a los demás”. Y menciona, claro, la muerte de su amiga Almudena Grandes: “Sí, le quedaban muchos y buenos años por vivir, y mucho que escribir. Y era tan vital, tan arrolladora e incansable, que no acabamos de aceptar que haya muerto. Y luego las infamias que se han dicho sobre ella, la desvergüenza, la elemental falta de piedad, la cosa bruta del español que embiste más que piensa… ¡Qué país! O como dijo Unamuno: ¡Qué melonar!”
Pregunta. Hace tiempo pensó en abandonar la novela, pero comprendió que un fabulador lo es para siempre. ¿Sabe ya para quién escribe?
Respuesta. Yo no escribo para nadie. Escribo porque no sé vivir sin escribir. Pero, claro, quizá todo lo escrito aspira secretamente a tener un lector. Así que es posible que escriba para nadie y para todos. En fin, la botella que el náufrago lanza al mar.
P. ¿Cómo nació Una historia ridícula?
R. La historia de esta novela viene de muy atrás. Hace más de treinta años escribí el comienzo de un relato que se titulaba: “Asalto a la casa de la mujer amada”. Trataba de alguien que no era admitido como pretendiente en casa de su amada. Sí a los otros pretendientes, pero a él no. Él mismo contaba su historia. Era nada, apenas una cuartilla, pero ese personaje, esa voz, quedó muy adentro de mí, y más de una vez me sentí tentado de tirar de aquel hilo, a ver qué salía. Y de ahí nace esta obra.
La historia de Marcial
P. Aunque la novela es una historia de amor, también es el retrato de un resentido: ¿retrata quizá una de las peores características del español, somos un pueblo rencoroso?
R. No, no, yo solo cuento la historia de Marcial, que es como se llama el personaje, no la de los españoles. No me gustan las alegorías ni los mensajes subliminales. Y para resentidos, crueles, envidiosos y vengativos, los personajes de Shakespeare. Pensemos en Iago. Nadie ha odiado tanto y mejor que él. Odia porque sí, como de un modo altruista. Es el mal en estado puro. Y algo parecido le ocurre a Shylock o a Lady Macbeth. Pero sí, todo invita a pensar que en este país hay bastante mala leche. Y desde que existe Twitter, todavía más.
P. Una de las constantes de su obra es la nostalgia de la infancia. La del protagonista de este relato, en cambio, es muy desdichada. ¿Tanto le ha marcado ese periodo crucial? ¿Qué añora más de aquellos años?
“Sí, todo invita a pensar que en este país hay bastante mala leche. Y desde que existe Twitter, todavía más”
R. Es posible que en la infancia se forje nuestro carácter. Y, como dijo Heráclito con una clarividencia extremadamente sutil, “el carácter es el destino”. En tu modo de ser está contenido tu destino. En mi caso, yo salí de la infancia y de mi primera adolescencia siendo ya el que habría de ser para siempre. Y supongo que a Marcial, el protagonista de la novela, le ocurre lo mismo. Salió muy chamuscado de la infancia, con una visión del prójimo y del mundo que ya no lo abandonaría nunca. De los años de mi niñez, añoro la mirada limpia que tenía entonces. Y los veranos en el campo. Aquella fue la época más feliz e intensa de mi vida.
P. Otra de las características de Marcial es su saber autodidacta y disperso, de anécdotas y curiosidades. ¿Es a lo que nos lleva esta sociedad marcada por la televisión y la frivolidad?
R. Bueno, yo he conocido a bastante gente como Marcial. Gente que hizo algunos cursos de Bachillerato, y que oyó el runrún de la alta cultura. Luego dejaron de estudiar (algunos porque vieron truncados sus proyectos por la guerra o la posguerra), pero les quedó el respeto y el anhelo y la admiración por ese mundo cultural entrevisto, y de algún modo lo cortejaron y lo enriquecieron con revistas y libros divulgativos, debates y documentales enjundiosos en la televisión, artículos de periódico de grandes plumas… Y se esmeraban en hablar bien, con un léxico culto, con elocuencia, y el respeto que le tenían a la alta cultura los llevaba a ser un tanto solemnes y redichos. Es gente que a mí me produce mucho respeto y no poca ternura. Bueno, pues de esos Marciales que yo he conocido en la vida real, sale el Marcial de mi novela. Y de él, lo último que se puede decir es que sea frívolo.
P. Uno de los descubrimientos del protagonista es la identificación entre amor y odio, hasta provocar ambiguos episodios francamente divertidos. ¿Se puede odiar tanto a lo que se amaba hasta desear su muerte?
De los años de mi niñez, añoro la mirada limpia que tenía entonces. Y los veranos en el campo. Fue mi época más feliz
R. Remito a Iago o a Lady Macbeth. O a la muerte de tantas mujeres a manos de sus parejas. Odio y amor a menudo se mezclan, al igual que pasión y posesión. Para Marcial, el odio une mucho, tanto o más que el amor. Y, al igual que en el amor, hay flechazos sentimentales, odios a primera vista. Pero, claro, Marcial es un personaje bastante cómico, un poco esperpéntico, y todas esas pasiones tremendas que hay en él a veces mueven más a risa que a otra cosa. De hecho, yo he tenido a menudo la impresión de estar escribiendo una novela cómica.
El enamorado impostor
P. Marcial cae deslumbrado ante Pepita, llegando a preparar los encuentros haciéndose pasar por experto en arte o literatura: ¿el enamorado es un impostor? ¿o lo es el fabulador?
R. El enamorado siempre es un poco impostor. Fíjate en el mundo animal cómo los machos lucen las plumas, la melena, la cuerna, el canto… En el amor y en casi todo, muchos (y muchas, por supuesto) aparentan más de lo que son. Lo que le ocurre a Marcial es que Pepita está por encima de sus posibilidades. Ella representa todo lo que él admira y no tiene: belleza, elegancia, sensibilidad artística, alta posición social, cultura refinada… Marcial es un desclasado cultural y social, pero a la vez tiene muy buena opinión de sí mismo. De modo que, para conquistar a Pepita, duda si aparentar más de lo que es o mostrarse como realmente es. Bueno, todo el que ha estado enamorado sabe de qué va este juego entre apariencia y realidad.
P. ¿Realmente tiene la sensación de haber llegado a todo demasiado tarde?
R. Bueno, como mi padre me puso a trabajar a los 14 años, y luego me dediqué a la guitarra y al mundo de la farándula, siempre iba retrasado en los estudios. Pero es que a la guitarra también llegué tarde, porque empecé con 16 años. A esa edad, un guitarrista ya tiene que estar casi hecho. Llegué tarde a la universidad, publiqué tarde… Bueno, espero morirme también tarde.
P. Hace un año nos comentaba que teníamos que entrenarnos en el asombro: ¿no es eso, que nos conformemos, lo que pretenden los políticos para que seamos sumisos?
“Mientras haya pan y circo, el que más y el que menos tiende a encogerse de hombros ante las injusticias”
R. Lo del asombro ya lo dice Aristóteles, porque de él mana la fuente primigenia del conocimiento. No hay más que ver los ojos de un niño para entender este concepto. Y en cuanto a lo otro, creo que no hay gobierno que no haya aspirado desde siempre a la sumisión y al conformismo de los ciudadanos. Pero en estos tiempos, y quizá en casi todos, mientras haya pan y circo, el que más y el que menos tiende a encogerse de hombros ante las desgracias y las injusticias, siempre que no les toque a ellos. Incluso el calentamiento global, a la mayoría de la gente le es indiferente, porque ellos no lo van a ver ni a sufrir. Allá donde vaya el hombre, irá con él la insolidaridad y el egoísmo.
P. ¿Ha vuelto al cine, al teatro?
R. Veo mucho cine en la tele, a menudo películas antiguas, de los años 40 y 50. Regreso a menudo a Bergman, a John Ford… Y hace tiempo que no voy al teatro. Lo último que vi fue El viaje a ninguna parte, en versión de Ignacio del Moral.
P. ¿Y qué está leyendo?
R. Suelo leer varios libros a la vez. Los voy alternando según el momento. Ahora estoy leyendo la última de Paul Auster; El año del Búfalo, de Pérez Andújar; la poesía de Rafael Soler; La calle del medio, de Justo Vila; una biografía monumental de Chéjov… Y eso por no hablar de los libros que releo.