Daniel Kahneman, catedrático de Psicología en la Universidad de Princeton, recibió en 2002 el Premio Nobel de Economía. Hijo de judíos lituanos emigrados a principios de los años 20 a París, nació en Tel Aviv en 1934 con ocasión de una visita de su madre a parientes asentados en Palestina. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, su familia abandona Francia para instalarse en Israel.
Tras graduarse en psicología por la Universidad Hebrea de Jerusalén y cumplir el servicio militar en la unidad de análisis psicológico de las Fuerzas Armadas israelitas, fue becado para ampliar estudios en distintas universidades norteamericanas. Instalado en Estados Unidos, su trabajo universitario destaca por una brillante capacidad para integrar psicología y economía. Su aportación a la economía conductual, y su investigación sobre la psicología del juicio y la toma de decisiones en momentos de riesgo e incertidumbre, le abrirán las puertas del Nobel.
El subtítulo de Ruido, Un fallo en el juicio humano, es una clara indicación de su contenido: un lúcido intento destinado a evitar errores en los juicios que nos formamos y en las decisiones que tomamos. Al mismo tiempo, revela que es, en gran medida, la continuación de Pensar rápido, pensar despacio. Una innovadora explicación del modo como pensamos y establecemos nuestros juicios basada en la articulación de un Sistema 1, rápido, intuitivo y emocional, con un Sistema 2, más lento, deliberativo y lógico. Publicado en 2011, este primer libro de divulgación de Kahneman aporta una potente luz para entender cómo se adoptan decisiones en la vida personal o profesional. Pese a sus casi 700 densas páginas se convirtió de inmediato en un éxito mundial.
El error humano es, como acabamos de señalar, el tema de Ruido, un texto que cuenta con la colaboración de Olivier Sibony, “escritor y consultor especializado en tomas de decisiones estratégicas”, y Cass R. Sunstein, “el profesor de derecho más citado de Estados Unidos”, articulista y autor de Rumorología. Dos potentes vectores centran el resultado de esta labor de equipo. Por un lado, la minuciosa descripción de los numerosos sesgos que inducen al error en el juicio y, por otro, acuñar el concepto de ruido como el efecto de la variabilidad en el juicio. Si sobre el sesgo se ha escrito mucho, sobre la noción de ruido entendida “como una variabilidad no deseada en juicios sobre un mismo problema” se sabe poco por su sutileza. El ruido es difícil de detectar en las decisiones singulares pero las organizaciones deben tomar medidas para controlarlo en los juicios individuales de sus miembros.
Este libro ilustra mecanismos cognitivos de vital relevancia, sesgos y errores que determinan nuestra vida, tanto cotidiana como institucional
Con frecuencia sesgos —errores específicos— y ruidos se mezclan y es necesario distinguir el papel de unos y otros. Si el sesgo es el protagonista del espectáculo, el ruido es un actor de reparto. Sin embargo, el ruido es a veces determinante y está presente en campos como la medicina, la judicatura, la selección de personal, o la ciencia forense, por ejemplo.
El recorrido de los autores, ilustrado con casos concretos, por saberes en los que se producen errores es amplio y sorprendente. Detengámonos en uno de especial significación. El 11 de marzo de 2004 (11-M) estallan diez explosivos colocados por terroristas en cuatro trenes de la red de cercanías de Madrid. Fallecieron 193 personas y alrededor de 2.000 fueron heridas. La policía encuentra una huella dactilar en una bolsa de plástico en la escena del crimen y vía Interpol llega al laboratorio de criminalística del FBI. En pocos días se identifica la huella: pertenece a Brandon Mayfield, un antiguo oficial del ejército estadounidense, residente en Oregón, casado con una egipcia y convertido al islam. Como abogado había defendido a personas condenadas por trasladarse a Afganistán para unirse a los talibanes. La vigilancia del FBI no reveló ninguna información importante, pese a lo cual fue detenido.
En el curso de la detención la policía española informó al FBI de la falta de coincidencia entre la huella dactilar de la bolsa de plástico y la de Mayfield. En dos semanas el detenido quedó en libertad y recibió una indemnización de dos millones de dólares del Gobierno estadounidense. ¿Cómo pudieron los mejores dactilocopistas de Estados Unidos equivocarse en la identificación de la huella de un ciudadano que llevaba diez años sin salir de Oregón? La respuesta la encontrará el lector en las páginas de un libro que ilustra mecanismos cognitivos de vital relevancia tanto en la vida cotidiana como institucional.