Ida Vitale, un regalo de tiempo y recuerdos
Los versos del nuevo poemario de la escritora uruguaya, 'Tiempo sin claves', están dedicados a retener lo que inexorablemente se ha ido o está a punto de irse
17 noviembre, 2021 12:19Autora de una obra espléndida, que cuenta con numerosos reconocimientos internacionales, desde el Premio Reina Sofía al Cervantes, en su poema “Accidentes nocturnos” —ya publicado en su Poesía reunida (2017)— la uruguaya Ida Vitale (Montevideo, 1923), dice: “Juega a acertar las sílabas precisas / que suenen como notas, como gloria”. Es esta la declaración de una poética en la que la palabra adquiriría musicalidad. Unos versos antes se lee en el mismo poema que “Solo abrirte a la música te salva”. Y en otro que el sonido de Mozart “da paso a más vida”. Unas palabras así servirán, se concluye, para suplir “los destrozos de los días”.
Quien se haya acercado a esta poesía sabe que sí, que su decir es sonoro y está fuertemente caracterizado por un modo de mirar el mundo y nombrarlo que es profundamente moral —como lo es su propia peripecia vital—, ligado a la vida, a su celebración pese a “lo obtuso del mundo y sus conjuras”, de las que la poeta sufrió, entre otras, el exilio que duró décadas.
Del mal del mundo la salvación la trae el amor —léase con atención el pequeño cancionero amoroso “De Enrique”—, el cántico de la vida, la música —“Solo abrirte a la música te salva”—, la poesía… Y ello a pesar de que, a la altura de la vida en que se escribe —no deja de consignarse: “Después de los ochenta” se lee en uno de los poemas—, la nostalgia de tantas cosas idas se impone. El verso “Tanto ya se ha perdido y reemplazado” parecería que desdice lo apuntado, pero la continuación, “como se perderá. La cueva espera” desvanece esa ilusión. O no, porque se pueden citar pasajes en sentido contrario, como “Ahora la ruta está casi vacía […] Pero te tuve a ti, mi alma distinta, / volviendo plata la más negra tinta”. La pena de la ausencia es redimida por el recuerdo, tanto que se llega a escribir: “Ahora es ayer” y en ese mismo poema se habla de “recuerdos analgésicos”.
Los versos de 'Tiempo sin claves' están dedicados a retener lo que inexorablemente se ha ido o está a punto de irse
Cántico de la vida, como lo es todo el conjunto de la obra de Vitale: en estos poemas las pequeñas cosas —solo aparentemente pequeñas—, atraen la mirada de la poeta y resultan ser redentoras. Así, al ver volar a unas golondrinas, estas no solo “nos libran / del precipicio sin tino / de la calle y su ruido”, sino que sus giros acaban siendo mucho más poderosos, “en nuestra memoria anulan / extrañezas, fealdades”.
Esas golondrinas se unen a varias otras aves, “con su cantar sabroso”, como escribió fray Luis de León, para proclamar la vida. No solo ellas, es la naturaleza en conjunto la que no es mero paisaje o espectáculo, sino que, como si fuese un libro, da lección de emociones y saberes. A quien sabe mirar le hablan: “Los árboles y el viento te argumentan / juntos diciéndote lo irrefutable”, “Si cae un aguacero, va a decirte / cosas finas, que punzan y te dejan / el alma, ay, como un alfiletero”, o “Mira las piedras y las hojas, umbrales de la paz”.
Tiempo sin claves está escrito para perpetuar lo vivido, incluso lo más querido, “lo aun precioso será olvido, / ya lo sabemos, la memoria y yo”, sí, “hay olvido. / E intenta proteger de destrucciones, / con gratitud, aquello que no es suyo”. A esa protección van dedicados estos poemas, a retener lo que inexorablemente se ha ido o está a punto de irse: sentimientos, emociones, cosas que, como dice Vitale , no han encontrado las palabras que las detengan.
Pero esta espléndida colección de poemas lo desmiente, pues son justamente palabras que atrapan aun lo inasible y lo ofrecen envueltas en música. Si de las mencionadas golondrinas se dice que son “pasado eterno”, lo mismo cabe afirmar de estos versos. Casi centenaria, Ida Vitale ofrece en este Tiempo sin claves un regalo más de alta poesía.
PRECIPICIO Y AIRE
Ninguno labra en Madrid
por San Isidro Labrador,
salvo, excepción clara,
las golondrinas que labran
en círculos por el aire,
sobre la terraza de esta
habitación donde estamos.
Ellas, girando, nos libran
del precipicio sin tino
de la calle y de su ruido.
Mientras chillan en la altura
quizás buscando sus nidos,
en nuestra memoria anulan
extrañezas, fealdades,
y vuelan por las edades
que hasta aquí levantaron.
Ellas son pasado eterno,
el cierto y el inventado.