Asunción Escribano (Salamanca, 1964), catedrática de universidad y crítica literaria, ha publicado siete libros de versos. Como en Acorde, obra con la que Escribano obtuvo el Premio Fray Luis de León (2014), la poeta elige una expresión clara y precisa en El canto bajo el hielo.
Consciente de las fragilidades humanas, decide nombrar lo sombrío y enaltecer la existencia. Esta opción es confirmada por las citas iniciales de Christian Bobin, Erri de Luca, Eloy Sánchez Rosillo y Jesús Montiel. En el primer poema, la escritora se opone a una literatura previsible y sometida por el metrónomo, la jaula, el reloj. Con gusto por endecasílabos y decasílabos, escoge la ebriedad del arte libre.
En la segunda de las cuatro secciones del libro, “La sustancia de los milagros”, se demuestra que a veces lo minúsculo encierra poesía compacta. Una libélula de vuelo transoceánico, unos aromas, el creador que extrae destellos de la costumbre, la espera paciente o el animal bajo la ventisca son tratados con trazo elegante por la autora. Asunción Escribano describe un momento epifánico, se identifica con él y dibuja una frontera: “La máquina compite con la vida / pero la emoción está en la llama”.
Las palabras de Alfred de Musset, el genio de Johann Sebastian Bach y unos versos de José Hierro coinciden en el poema “La perfección”. Más tarde, gracias a la poeta española, el escritor japonés Kenzaburo Oé recuerda a su hijo Hikari en un texto emocionante. Los pardales, las ardillas y los topos ocupan viviendas de campo abandonadas en Finlandia. Todas las historias o reflexiones son expresadas con tanto ingenio como delicadeza verbal.
En el tercer apartado de la obra, “La arcilla de los días”, Escribano alude al dolor diario y se pregunta cómo “cantar frente a la escarcha” o cómo beber un “vaso de cal”. Menciona a un petirrojo llamado Robert Walser; evoca a una atormentada Virginia Woolf que camina hacia el desamparo. El padre de la poeta ahuyenta sombras, pero su ausencia futura ya “escuece en la saliva” y termina siendo la sensación de ahogo que cae por un abismo. El poemario termina con una sección que sólo contiene un texto: “El último carmelita”.
Doce de las veintidós composiciones de El canto bajo el hielo van acompañadas de una nota a pie de página. Es siempre una información valiosa que clarifica el origen de los versos. Asunción Escribano completa así un libro luminoso.