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Letras

Patrick Radden Keefe desafía a los reyes de las drogas legales

El periodista del New Yorker hace un retrato implacable de una familia, los Sackler, que se ha lucrado con drogas legales tan peligrosas como letales

25 octubre, 2021 10:10

El imperio del dolor
Patrick Radden Keefe
Traducción de Luis Jesús Negro, Francesc Pedrosa y Albino Santos
Reservoir Books. Barcelona, 2021. 688 páginas. 23,90 E. Ebook: 10,99 E

El imperio del dolor. La historia secreta de la dinastía que reinó en la industria farmacéutica, de Patrick Radden Keefe (1976) hará que al lector le hierva la sangre. Desde 1999, alrededor de 500.000 estadounidenses han muerto por sobredosis de opiáceos, y varios millones se han convertido en adictos sin remedio. Este desastre no se puede imputar totalmente a los Sackler, pero sí en gran parte. Con su agresiva promoción del OxyContin, la empresa de la familia, Purdue Pharma, abrió la puerta a un nuevo modelo por el cual los médicos empezaron a recetar por costumbre el sedante, muy potente y adictivo. De paso, ellos se hicieron fabulosamente ricos. Según el testimonio judicial de un experto, se embolsaron cerca de 13.000 millones de dólares.

Las líneas generales de esta historia son bien conocidas. Se han escrito cientos de artículos y varios libros sobre ella. Como se suele decir, Keefe se suma tarde a la fiesta, pero lo que normalmente habría sido un punto débil se convierte en virtud debido a que Keefe, escritor en plantilla de New Yorker y autor, entre otros, de la premiada historia del conflicto norirlandés No digas nada (2019), ha tenido el don de la oportunidad. En los últimos años, las numerosas demandas interpuestas contra Purdue han quebrado por fin la cúpula de secretismo de los Sackler. Miles de documentos judiciales se han hecho públicos gracias a la presentación de pruebas, entre ellos correos electrónicos de la empresa y memorandos que ofrecen una nueva visión de la manera de pensar y actuar de la familia.

Keefe combina este acopio de materiales inéditos con su exhaustivo trabajo periodístico –habló con más de 200 personas, aunque los Sackler, por supuesto, se negaron a ser entrevistados– para trazar un retrato devastador de una familia consumida por la codicia y poco dispuesta a asumir la más mínima responsabilidad.

Mientras que otros relatos de la crisis de los opiáceos han tendido a centrarse más en las víctimas, El imperio del dolor se ciñe a los perpetradores. La primera parte del libro narra la vida del patriarca de la familia, Arthur Sackler, el mayor de tres hermanos nacido a principios del siglo XX de padres inmigrantes judíos en el Brooklyn de clase trabajadora. Arthur tiene poca o ninguna relación con el actual Purdue Pharma aunque fue propietario de una tercera parte de la primera encarnación de la empresa, Purdue Frederick, hasta su muerte en 1987. No obstante, el autor sostiene que el patriarca de los Sackler inventó el manual que Purdue utilizó más adelante, cuando empezó a vender OxyContin. Haciendo un inquietante paralelismo, cuenta que Arthur hizo gran parte de su multimillonaria fortuna comercializando el tranquilizante Valium y convirtiéndolo en el primer éxito de ventas de la industria farmacéutica.

Este libro hará que al lector le hierva la sangre ante el retrato devastador de una familia consumida por la codicia

Aunque la vida de Arthur constituye una lectura fascinante, no desempeñó ningún papel en la saga del OxyContin, lo cual me hizo poner en cuestión la decisión del autor de dedicarle nada menos que un tercio del libro. Los herederos de Arthur, que tras la muerte de este vendieron su parte de Purdue a sus hermanos, Raymond y Mortimer,seguramente lamentarán esta elección. Los descendientes del patriarca culpan a las otras dos ramas de la familia de manchar el nombre de Sackler, y uno de los herederos se refiere a ellos como los “OxySackler”.

Es difícil no estar de acuerdo con ellos. Puede que Arthur fuera el primero en difuminar la línea que separa la medicina del comercio, pero sus pecados palidecen en comparación con los de los OxySackler. Especialmente los de su sobrino Richard Sackler, presidente de Purdue Pharma desde 1999 hasta 2003. Fue Richard quien impulsó la creación de OxyContin en la década de 1990, y quien capitaneó la decisión de ponerlo a la venta cuando la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos lo autorizó en 1995, instando al ejército de visitadores médicos de Purdue a desatar un “vendaval de recetas”.

Durante mucho tiempo, la implicación de Richard y sus primos quedó oculta por el secretismo de la familia y la disposición de los empleados a cargar con la responsabilidad. Pero la ingente cantidad de documentos que ha salido a la luz desde entonces, y que Keefe elabora en un relato ameno y perturbador, hace añicos cualquier ilusión de que los Sackler vivieran en la ignorancia de lo que ocurría en la empresa. Las huellas dactilares de las ramas de Raymond y Mortimer están por todas partes en las fechorías de Purdue. OxyContin era su vaca lechera, y ellos ordeñaron hasta el último dólar a pesar de saber las consecuencias que eso tenía para el país.

Entre el Chapo y los Sackler hay similitudes evidentes. Al igual que el capo, estos utilizaban su dinero para persuadir a la gente de que hiciera su voluntad

Keefe dio con el tema indirectamente. Estaba haciendo un reportaje sobre los cárteles mexicanos de la droga cuando se dio cuenta de que la venta de heroína era una parte cada vez mayor del negocio, lo cual guardaba una estrecha relación con el aumento exponencial del consumo de opiáceos con receta. Cuando los adictos no podían conseguir OxyContin, se pasaban a la heroína.

La analogía del narcotráfico resulta muy adecuada. Entre El Chapo y el cártel de Sinaloa, y los Sackler y Purdue hay algunas similitudes evidentes. Al igual que el capo, los Sackler utilizaban su dinero para persuadir a la gente de que hiciera su voluntad, desde el evaluador de la Administración de Alimentos y Medicamentos que consiguió un empleo de 400.000 dólares anuales en Purdue un año después de aprobar el OxyContin, hasta el exfiscal de Estados Unidos que se convirtió en asesor de la empresa tras dejar el cargo. Y, también como El Chapo, los Sackler amenazaban a quienes no podían poner en nómina. Entre ellos parece que se encontraba el propio Keefe, que advirtió que un hombre vigilaba su casa desde un todoterreno.

Si hay una diferencia entre El Chapo y los Sackler es que el primero está pagando sus crímenes con una pena de cadena perpetua en una prisión de máxima seguridad, mientras que los segundos han conseguido conservar su libertad y la mayor parte de su dinero. Con la ayuda de este libro condenatorio, hay algo que nunca recuperarán: su reputación.

© New York Times Book Review