La crueldad en Irlanda del Norte
Ver la serie 'Rebellion' durante la lectura de 'No digas nada', el libro del periodista e investigador Patrick Radden Keefe, es una lección completa e inolvidable
Fernando. R. Lafuente me recomendó que leyera No digas nada, el libro del periodista e investigador Patrick Radden Keefe, que describe la crueldad de la violencia política, el terrorismo del IRA y los modos también terroristas de los británicos en Irlanda del Norte en un periodo (60, 70, 80, hasta el 2003, con los acuerdos de paz del Viernes Santo) terrible conocido por los Troubles. Radden Keefe comenzó a investigar el secuestro y la desaparición repentina en diciembre de 1972 de una viuda con diez hijos, Jean McConville, de treinta y ocho años de edad, pero el desarrollo de su trabajo y en el proceso de la escritura el texto del periodista devino poco a poco en la historial real y absoluta del IRA en su lucha por la salida de lo que ellos llaman "el Norte de Irlanda" de lo que queda del Imperio Británico. Las páginas de No digas nada, título tomado a un verso de Seamus Heiney, Premio Nobel de Literatura irlandés, están llenas de sangre y de una crueldad extrema; la tensión lleva al lector, en muchos de los tramos de lectura, a somatizar el texto y sufrir una sensación por lo menos parecida a un estado de ansiedad transitorio que le hace casi obligatorio seguir leyendo con una angustia creciente hasta el final de las 450 páginas.
La descripción de la violencia, las actitudes del IRA y del gobierno británico, el hecho mismo del terrorismo, las bombas en medio de la ciudad de Belfast y en Derry, y hasta en Londres, la impiedad de los dirigentes políticos católicos: nombres, nombres y nombres en todas las páginas; crueldad máxima, atroz capacidad para la destrucción en beneficio de nadie, muertes por doquier; miedo en el aire y en todos los ambientes, asesinatos directos, hacen de No digas nada un libro de guerra, en cuyas páginas se describen las matanzas interminables, las rupturas de las familias entre protestantes y católicos, el caos, la lucha impenitente e impertinente entre unionistas e independentistas irlandeses. Bien podría ser mañana una serie de televisión, de esas que nos sirven ahora las plataformas televisivas y que vienen, en muchas ocasiones a recordarnos, que el futuro es cosa de la imaginación y que el pasado mediato e inmediato del ser humano es, cuanto menos, vergonzoso y difícil de asumir.
Paralelamente a la lectura de No digas nada, estaba viendo durante esta última semana la serie británica Rebellion que relata la primera fundación del IRA para la independencia de Irlanda, las primeras escaramuzas mortales y el principio de la interminable violencia, crueldad y muerte en toda Irlanda. La serie es una maravilla: los ingleses son actores y actrices de teatro; actores y actrices consumados, perfectos, profesionales de primera dimensión. Las series de televisión están interpretadas y dirigidas con una perfección asombrosas. Rebellion es una de ellas. Aconsejo a ustedes que lean el libro de Patrick Radden Keeke y hagan, al mismo tiempo, el mismo ejercicio que yo acabo de hacer: ver la serie Rebellion durante la lectura de No digas nada. La lección es completa e inolvidable.
Alguien muy cerca de la más absoluta seriedad periodista dijo alguna vez que había dos cualidades necesarias para el buen periodista: no revelar nunca sus fuentes y decir la verdad. Hace tiempo que, salvo excepciones, las dos condiciones cualitativas no se cumplen en nuestro mundo. Las empresas periodísticas persiguen más sus intereses económicos y de conveniencia política que decir la verdad, y las fuentes del suceso casi siempre están vendidas por la traición, la cobardía y la mediocridad del periodista. Alguien muy cerca de la seriedad periodística decía también que había que desconfiar, por lo menos en principio, de aquel periodista que hubiera estado durante toda su vida rindiendo su trabajo a la misma empresa. La sospecha de sumisión a esa misma empresa era lo menos que podía sospecharse, por eso se ven, felizmente, con tanta frecuencia las rupturas de escritores y periodistas independientes y librepensadores que no se someten en ninguna arbitrariedad del director o de la empresa directamente.
Patrick Radden Keefe es uno de los más raros especímenes del periodista escrito de nuestro mundo contemporáneo donde el cambalache y la mentira brillan con una presencia todopoderosa. No digas nada fue escrito con mucha pasión, pero entre todas las pasiones humanas, el libro de Radden Keeke está escrito con una excepcional cualidad que hay que aplaudir porque -también en este caso- la mies es muy poca y el barro y la basura crecen a su alrededor: la pasión por la verdad. Su investigación es un dechado de periodismo; su actitud es de una ética y una estética extraordinarias, su manera de narrar, su archivo de nombres, la forma de ensamblar los episodios del relato son asombrosamente geniales. El lector que quiera pensar en las cosas verdaderas del mundo, lo que realmente nos aflige; aquel lector que tenga la escritura, literaria o periodística, como una hechura de la estética para enseñar y mostrar y no para entretenerse, tiene en las páginas de No digas nada un ejemplar excepcional. Léanlo. Se lo agradecerán incluso antes de terminar su lectura.