Vernos inmersos en la celebración de los 700 años de la muerte de Dante Alighieri (Florencia, 1265-Rávena, 1321) supone una prueba de hondo calado, sobre todo en su país, donde se está dando una profunda presencia del autor de la Commedia. Esta efeméride también nos permite que vuelva a nosotros esta figura grande de la literatura universal. Reparar en Dante, poeta europeo y ejemplo máximo del humanismo, nos remite a la situación de crisis en que nuestro continente se encuentra sumido, en la que precisamente es el humanismo lo que está en juego.
Abordar a Dante, concisamente aquí, supone una dura prueba. Porque ¿a qué Dante o a qué obras suyas vamos a referirnos? Antes de escribir, nos hemos fijado en ese viaje —exterior e interno— que supuso la vida de este autor, revelado a través del compromiso, el humanismo y la trascendencia. Compromiso porque estamos ante un caso en el que la sensibilidad del escritor choca con Historia. Este cruce con el compromiso sociopolítico no suele tener buenas consecuencias. En Dante de manera evidente, pues acabó en persecución y exilio, pero a la vez en una misteriosa metamorfosis del ánimo que afortunadamente le condujo al hallazgo de esa recta vía que son sus obras.
Ese camino, tan difícil como fecundo, no fue el de cualquier autor sino el de una persona con una profunda base formativa, que asumió las controversias y lo provisional del presente, transformándolo no sólo en valores de referencia para todos sino en un radical afán de ir más allá. Así fue porque de manera plena alcanzó en su Paraíso no sólo un mensaje de alcance estético fulgurante, sino porque nos encontramos —con todas las reservas que queramos— ante un poeta místico; no por la avasalladora ortodoxia que encontramos en su Infierno, sino porque el desenlace final de su obra es resolutivo y excelso.
La sensibilidad y el compromiso de Dante chocaron con la Historia, lo que acabó en persecución y exilio, pero a la vez en una misteriosa metamorfosis del ánimo
La sólida estructura de sus endecasílabos, del terceto encadenado, es otro de los pilares de su obra, pero lo primordial radica en ese viaje iniciático hacia sí mismo. Comenzamos encontrándonos con ese testimonio que ya asoma de manera amena en esa deliciosa obra que es su Vita Nuova. Deslumbrado por la magnitud de la Divina Comedia el lector no especializado suele ignorar ese libro primero que tantas claves nos ofrece de la vida del poeta, como la de su amor temprano, enternecedor, platónico, hacia Beatrice Portinari para acabar convirtiéndose en un poderoso medio de transformación anímica y de creatividad.
Cuanto en la Vida Nueva hay de relato en prosa se enriquece con los poemas intercalados, algunos de los más celebrados por los lectores por su delicadeza airosa y su hondura. El modelo amatorio provenzal, toscanos como Guittone d’Arezzo, los grandes stilnovisti como Cavalcanti o Guinizzelli, serán sus primeras e influyentes lecturas. Más personales y ahondadoras serán sus posteriores Rime, en las que ese tono sublime se intensifica con la gravedad de la muerte, pues no solo el amor es el protagonista. Fundir amor y muerte llega a su cima en versos así: “Morte, assai dolce ti tegno; tu dei omai esser cosa gentile, / poi che tu se` ne la mia donna stata” (“Muerte, por algo muy dulce te tengo; debes de ser ya algo gentil, / pues que tú has estado en el cuerpo de mi amada”.)
Antes del sentido supremo que la mujer adquiere en la Comedia esta ha pasado por otras evocaciones valiosas, como en el celebérrimo soneto “Due donne in cima de la mente mia”, de las Rimas, donde el poeta se sitúa ante una dualidad no solo de significación amorosa sino metafísica, pues esas dos mujeres son a la vez representación de lo placentero y del bien obrar (de lo moral entendido como algo que atañe a la conciencia).
Deslumbrado por la magnitud de 'Comedia' el lector no especializado suele ignorar la primeriza 'Vida Nueva', que tantas claves nos ofrece de la vida del poeta y de su amor temprano
Estamos sorprendidos por las varias y valiosas ediciones que de la Divina Comedia se están publicando entre nosotros. No solo antes de la conmemoración, sino en este mismo año. Y es así cuando Dante Alighieri no ha sido tradicionalmente en nosotros un escritor de amplio eco. En el horizonte lejano estaba, sí, la traducción anotada del Conde de Cheste (Edaf, 2000), puesta al día con un sabio prólogo de Vintila Horia. También conocimos pronto la traducción en prosa de Nicolás González Ruiz, sobre la interpretación literal del hispanista Giovanni Bertini (BAC, 1973). En prosa despuntan igualmente las ediciones de Francisco J. Alcántara, con prólogo del italianista Joaquín Arce y la de Ángel Chiclana, con un extenso ensayo previo (Austral, 1977) y Violeta Díaz (Sial, 2012).
El empeño de traducir literalmente una obra tan compleja se enriquece con la edición de Giorgio Petrocchi y el poeta Luis Martínez de Merlo (Cátedra, 1998), que lucha por salvar el espíritu del texto, aspecto tan digno de alcanzar al traducir poesía. La contundente edición de la Comedia debida a otro poeta y traductor, Ángel Crespo —manteniendo no sólo la estructura métrica sino la rima de los tercetos— supuso un gran referente. Su logro es grande, pero nos sitúa frente a ese dilema de preguntarnos si esta versión salva lo esencial tras su ejemplar y férreo formalismo. Para sacarnos de dudas y ver enriquecido dicho espíritu nos han sorprendido y han llegado felizmente la rotunda edición de José María Micó (Acantilado), Jorge Gimeno (Penguin) y Juan Barja y Patxi Lanceros (Akal). En ocasiones, algunas de las ediciones citadas fueron acompañadas por las valiosas ilustraciones de Botticelli, Doré o Barceló.
Dispone así el lector en español de una base muy amplia para enfrentarse a esta obra magna. Quedan el resto de los libros dantescos sumidos en cierto desconocimiento, pero no ignoramos versiones de ellos, como la traducción bilingüe de la Vida Nueva, debida a otro poeta, Julio Martínez Mesanza, con prólogo de Carlos Alvar, (Siruela, 1988), o los sucesivos estudios y versiones del Convivio debidos a Vicenç Beltran (2007, 2009 y 2019) o la de Fernando Molina Castillo (2005).
Por razones subjetivas, sí, pero entrañables, se me permitirá recordar la edición original del poeta que, ya desde mis años en Italia, me ha acompañado: Opere, debida a Manfredi Porena y Mario Pazzaglia, (Zanichelli, 1966). Gracias a ella perdura en nosotros el compromiso, humanista y trascendente de este grandísimo representante de la cultura europea. Hacia él —en estos tiempos críticos, de extravíos— debe volver sus ojos Europa.