Louise Erdrich se hunde en sus raíces indígenas
Sin perder sus intereses narrativos, esta novela galardonada con el Pulitzer convierte en ficción la realidad de las cartas del abuelo de Erdrich
20 julio, 2021 09:05“Por último, si alguna vez dudan de que una sucesión de palabras áridas en un documento gubernamental puede destrozar espíritus y triturar vidas, que este libro borre esa duda” (p. 408). Esta postrera y concluyente reflexión de la novelista nativo-americana Louise Erdrich (Little Falls, Minnesota, 1954) sintetiza el mensaje que pretende transmitir en su última novela, El vigilante nocturno, basada “en la extraordinaria vida de mi abuelo”. Lo narrado tiene que ver con la legislación de “emancipación” de indios, presentada a comienzo de la década de 1950 por el Gobierno norteamericano ante el Congreso. El propósito: derogar los históricos tratados firmados con distintas tribus “mientras crezca la hierba y fluyan los ríos”.
Con Love Medicine (1984), Erdrich, de origen chippewa y alemán, se convirtió en una de las voces más sobresalientes —desde luego la más premiada— de la literatura nativo-americana. Ninguna de sus novelas posteriores había logrado alcanzar el reconocimiento de aquella referencial primera, hasta que El vigilante nocturno conquistó el último Pulitzer, pero obras como The Painted Drum (2005) o LaRose (2016; en español El hijo de todos) son títulos de incuestionable calidad literaria. Similar apreciación se puede formular a propósito de El vigilante nocturno, donde, sin perder la esencia de sus intereses narrativos, la autora logra ficcionar la realidad que leyó en las cartas de su abuelo Patrick Gourneau, que en la novela adopta el nombre de Thomas Wazhashk.
Thomas es el vigilante nocturno aludido en el título. Trabaja en la primera fábrica instalada junto a su reserva de Turtle Mountain y es también miembro del Consejo Chippewa. Impedir que se apruebe lo que a todas luces resulta ser un ultraje para los nativos se convierte en el verdadero objetivo de su vida. Este sería el primer hilo narrativo; el segundo tendría que ver con su sobrina de 19 años Patrice Parateau –o Pixi, como es conocida aunque ella odie tal apelativo.
Sin perder sus intereses narrativos, Erdrich fusiona con encomiable acierto acontecimientos reales y ficción en el más puro sentido del término
Su comportamiento poco o nada tiene que ver con la impuesta tradición tribal, pues aborrece la idea de pasar de hija a esposa y convertirse en madre como generaciones de mujeres Chippewa. Su hermana mayor, Vera, ha sucumbido a los cantos de sirena que prometían una idílica vida fuera de la reserva y se “relocalizó” en Minneapolis, donde se perdió su pista. Patrice acudirá en su busca y lo que descubre en la gran ciudad tiene bastante más de infierno que de paraíso. Wood Mountain, el joven pretendiente de Pixie aficionado al boxeo, le ayudará en este iniciático periplo.
Erdrich ha logrado en esta novela fusionar con encomiable acierto acontecimientos reales y ficción en el más puro sentido del término. La doble línea argumental se ve implementada por las distintas personalidades de ambos protagonistas —Thomas y Patrice—, que, representando generaciones distintas y de forma racional y/o intuitiva, entienden su posición en el mundo de forma similar. Eso sí, ya en el siglo XXI Patrice, que me ha recordado en ciertos momentos a la Esperanza de Sandra Cisneros en Una casa en la calle Mango, está decidida a romper ancestrales costumbres sin que ello implique renunciar a su esencia: “… ella se consideraba a sí misma como esa pequeña carpa de cuero, estirada hasta la delgadez” (p. 263). La búsqueda de su hermana desaparecida se convertirá, en cierta forma, en la búsqueda de su propia identidad.
El vigilante nocturno tiene más que aportar, pues la historia trasciende los dos protagonistas, Thomas y Patrice, para interesar a toda la comunidad. Sin llegar a ser una novela coral, escuchamos las voces de un amplio elenco de personajes como Juggie Blue, madre de Wood Mountain, quien acompañará a Thomas a Washington; del espíritu de Roderick, amigo de la infancia, que deja oír su voz; también de Valentine, la mejor amiga de Patrice; de su propia madre Zhaanat; de Betty, quien informará a Patrice sobre temas sexuales; de Lloyd Barnes, profesor de matemáticas y entrenador de Wood Mountain, también enamorado de Pixie… Todos ellos tienen algo que contarnos.