El beso se titula la obra escrita por Ger Thijs, dramaturgo, director y columnista holandés, que imagina un delicado e íntimo diálogo entre dos extraños en un parque. Los extraños son Isabel Ordaz y Santiago Molero en la piel de dos personajes que, cruzado el ecuador de sus vidas, sacan a relucir cuestiones existenciales y sentimentales que, es más que probable, resonarán con familiar eco entre los espectadores maduros que suelen ir al teatro. Animo a que no se pierdan esta lírica y sincera pieza que se representa en el Teatro Español de Madrid.
Todo en este espectáculo de pequeño formato que ha dirigido María Ruiz trasmite autenticidad y mimo. La escenografía (de Elisa Sanz) es bella y delicada, nos traslada al banco de un parque de suave y alfombrada topografía y desde el que se ofrece una espléndida panorámica de varias ciudades holandesas cerca de la frontera alemana y belga. Hasta el banco llega una mujer y poco después, de manera fortuita, se encuentra con un hombre. Ella es hermosa y distinguida, pero algo triste. Él es más joven que ella, tiene un aire canalla, y algo le perturba. ¿Qué va a ocurrir entre ellos dos? Son tan diferentes. La sorpresa forma parte de la intensa deriva que nos depara el espectáculo y que a ellos les hará pasar un día inolvidable (pintado con la luz de Felipe Ramos).
La Ordaz en El beso es un fresco cromático interpretativo: contenida en un principio, con la educada distancia protestante respecto a su contrario, y con un empleo muy sugerente del humor; poco a poco su rostro y sus gestos ganan en matices y una no se aburre viendo la evolución del viaje dramático que experimenta. Cuando tras varios desencuentros con su antagonista, su personaje encuentre en él un confidente y un aliado, su viaje emocional gana en intensidad y dramatismo, especialmente en la última parte de la obra.
Molero sirve en ajustada complicidad con su partner un personaje verosímil y no falto de ironía. En su papel de ángel o demonio, es la espuela que anima el deseo apagado y la razón de vivir de esta mujer. En él descansa la labor de rescatar en ella el recuerdo del primer beso de juventud.
Esta es una obra sobre la decadencia humana, sobre la dificultad de explicarse la existencia cuando perdemos nuestra salud y nuestro coraje, y sobre cómo el valor que damos a las cosas cambia con la edad. Es, sin embargo, una obra optimista, nos anima a confiar en el otro, aunque sea un desconocido o justamente por eso. La vida es un milagro y los milagros no se pueden explicar.