La pandemia de coronavirus obligó a Jennifer Doudna (Washington, 1964) y Emmanuelle Charpentier (Juvisy-sur-Orge, 1968) a aceptar el Premio Nobel de Química 2020 por internet, en vez de asistir a la ceremonia de la Academia Sueca de las Ciencias que se celebra cada mes de diciembre en la Sala de Conciertos de Estocolmo. En ella, el rey Carlos Gustavo de Suecia habría hecho entrega de una medalla de oro de 18 quilates a cada una y les habría dado un apretón de manos de enhorabuena. La gala de este año, como tantos acontecimientos en todo el mundo, se canceló por primera vez en décadas.
La trascendental investigación que ha llevado a ambas científicas a la cima del reconocimiento mundial ofrece la posibilidad de controlar futuras pandemias, ya sea burlando la próxima plaga viral mediante un mejor cribado y tratamiento, o diseñando seres humanos con una mayor resistencia a las enfermedades programada en las células. La técnica de edición genética que han patentado, y que responde al enrevesado acrónimo de CRISPR-Cas9, permite cortar y modificar selectivamente fragmentos de ADN como si fueran dobladillos que recoger. El método se basa en las defensas iniciadas por las bacterias en su milenaria batalla contra los virus.
Doudna y Charpentier son la sexta y la séptima mujeres que ganan el Nobel de Química en la centenaria historia del galardón. (Marie Curie fue la primera en 1911). Ya habían formado un destacado binomio en 2015, cuando ganaron conjuntamente el Premio Princesa de Asturias, y de nuevo en 2018, cuando recogieron el codiciado Premio Kavli en Noruega. Aunque nunca han pertenecido a la misma institución de investigación, desarrollaron una fructífera colaboración mutua y con numerosos compañeros de varios países basándose en los intereses compartidos, la camaradería y la competencia.
En esta biografía Isaacson combina la vida de Doudna con reflexiones sobre las futuras consecuencias de la revolución CRISPR y su inmenso potencial positivo
La historia de la técnica CRISPR tiene un atractivo evidente para Walter Isaacson (Nueva Orleans, 1952), biógrafo de Albert Einstein, Steve Jobs y Leonardo da Vinci. Si bien Doudna, una auténtica heroína de nuestro tiempo, es la “cortacódigos” [no descifra el código, sino que lo corta] del título original inglés (The Code Breaker), constituye solo una parte de la historia que Isaacson cuenta en El código de la vida. El subtítulo —Jennifer Doudna, la edición genética y el futuro de la especie humana— promete abarcar más. Isaacson dedica buena parte del texto a discurrir con preocupación sobre la ética de la edición genética, especialmente en lo que se refiere a los cambios en la “línea germinal” que pueden trasmitirse a través de las generaciones, y a “mejoras” como ojos verdes o un elevado coeficiente intelectual que los futuros padres podrían insertar en el genoma de sus hijos.
El código de la vida presenta a Doudna durante una noche en vela a principios del pasado marzo, junto antes de que “confinamiento” se convirtiera en una palabra de uso cotidiano. Ella y su marido, el genetista de Berkeley Jamie Cate, se dirigen a Fresno a recoger a Andy, su hijo adolescente, de un concurso de robótica que iba a empezar ese mismo día. Unas pocas horas de reflexión han dado tiempo a Doudna para poner en duda la conveniencia de dejar a Andy con más de mil niños en un centro de convenciones cerrado, dada la amenaza de la incipiente epidemia. Como es lógico, Andy no está demasiado contento de volver a ver a sus padres tan pronto, pero cuando toda la familia se pone en marcha, recibe un mensaje de texto anunciando que el concurso se ha cancelado.
El episodio es un buen punto de partida para la historia, ya que, en ciertos aspectos, El código de la vida es un diario de 2020, el año de la plaga. Al llegar al último capítulo, el autor se ha apuntado a un ensayo de vacunas. Entre el frenético viaje por carretera de la protagonista y la manga enrollada del autor hay margen para explorar la infancia de Doudna, seguir la pista de su carrera, conocer a sus competidores y a sus colaboradores, preocuparse por las futuras consecuencias de la revolución CRISPR y maravillarse por su inmenso potencial positivo.
Afortunadamente para Doudna, su temprana lectura de La doble hélice, de James Watson, resultó instructiva. La joven pasó por alto los mordaces comentarios del autor sobre el aspecto de la bióloga estructural Rosalind Franklin, y se quedó con un mensaje importante: Franklin era científica, por lo tanto, ella también podía serlo. El eco de esas palabras alentadoras emana de las páginas de El código de la vida, así como del libro de la propia Dounda Una grieta en la creación (Alianza, 2020). Isaacson mantiene un pulso firme y experimentado en las explicaciones científicas, que domina a través de un considerable número de lecturas y entrevistas, todas ellas con sus correspondientes notas al pie. En un capítulo titulado “Aprendo a editar”, el propio autor prueba a editar ADN humano utilizando la técnica CRISPR con la guía experta de los colaboradores de Doudna.
Isaacson mantiene un pulso firme en las explicaciones científicas. Asiste a conferencias, recorre laboratorios, consulta a expertos de ambos lados de los debates
La mayoría de las apariciones en primera persona de Isaacson en su libro, que son numerosas, demuestran su diligencia como periodista. Asiste a conferencias científicas, recorre laboratorios, consulta a expertos de ambos lados de los debates, incluso facilita una importante llamada telefónica entre dos personalidades destacadas. Sin embargo, algunas de estas referencias tienen algo de esnobismo, como cuando nombra los restaurantes en los que tienen lugar conversaciones clave, llegando a incluir, en un caso, los platos más destacados del menú.
Por el contrario, algunos de los capítulos más apasionantes del libro detallan el modo en que los investigadores de las CRISPR se enfrentaron al reto de la covid: desarrollaron procedimientos de prueba rápidos y estrategias de vacunación, y los publicaron en una base de datos abierta en beneficio de toda la comunidad científica, lo cual puso el avance al galope.
Escribir un libro sobre un campo científico en desarrollo supone un reto considerable. A pesar de todo el esmero invertido, por no hablar de la perfecta sincronización con la Nobel, el epílogo de El código de la vida contrasta desafortunadamente con nuestra situación actual. Mientras disfrutaba de un bonito día del pasado otoño en el balcón del Barrio Francés de Nueva Orleans, el autor podía “volver a oír la música en la calle y oler las gambas hirviendo en el restaurante de la esquina”. No podía saber que, en la fecha de publicación de su libro, el virus enemigo cobraría nuevas fuerzas y mutaría para ser aún más contagioso que antes, aunque sospechaba que podía hacerlo.
Al reflexionar sobre la naturaleza de la investigación científica, Isaacson deja la última palabra a Emmanuelle Charpentier: “Al fin y al cabo”, le dice la investigadora, “lo que perdura son los descubrimientos. Solo estamos de paso en este planeta. Hacemos nuestro trabajo, y luego nos vamos y otros lo retoman”.
© The New York Times Book Review
Traducción: News Clips