Antes de que el coronavirus empezara a poner a prueba nuestro orden social, el mundo ya sufría otra plaga: una pandemia de autoritarismo. A lo largo de la pasada década, este mal ha atacado a democracias de todo el planeta, incluida la nuestra. Los escritores fueron de los primeros en reaccionar, ofreciendo obras de ficción distópica y no ficción apocalíptica que cuestionaban la durabilidad de una democracia bajo presión. El ocaso de la democracia, la contribución al debate de Anne Applebaum (Washington, 1964), no trata tanto de los aspirantes a autócratas y sus turbas obedientes, como de la mentalidad del séquito que hace posible al tirano: “Los escritores, intelectuales, panfletistas, blogueros, voceros, productores de programas de televisión y creadores de memes que pueden vender su imagen al público”.
Estos facilitadores, ¿son verdaderos creyentes, o tan solo oportunistas cínicos? ¿Creen en las mentiras que cuentan y las conspiraciones que inventan, o simplemente están ávidos de riqueza y poder? Las respuestas a las que llega la autora son francamente equívocas, lo cual en estos tiempos de absolutos contrapuestos es encomiable, aunque a veces algo frustrante. Applebaum, periodista estadounidense que vive la mayor parte del tiempo en Polonia, ha sido galardonada (con el Premio Pulitzer, entre otros) por sus historias, prodigiosamente investigadas y bien acogidas, sobre la Guerra Fría, los gulags y la hambruna provocada por Stalin en Ucrania. El ocaso de la democracia es un ensayo para la prensa ampliado hasta convertirlo en un libro en parte reflexión y en parte memorias.
Al igual que el artículo, el libro empieza con una fiesta que ella y su marido polaco (entonces viceministro de Exteriores en un gobierno de centroderecha) ofrecieron la noche de Fin de Año de 1999 en su casa de campo en Polonia. La lista de invitados, multinacional y políticamente diversa, tenía en común la satisfacción por la victoria de la Guerra Fría sobre el comunismo, y la creencia compartida en “la democracia, el Estado de derecho, los controles y equilibrios, y en una Polonia que fuera parte integrada de la Europa moderna”. “Casi dos décadas después, yo cambiaba de acera para evitar a algunas de las personas que estuvieron en mi fiesta”, cuenta Applebaum. “Ellas, por su parte, se avergonzaban de admitir que habían estado en ella”.
Los antiguos amigos, compañeros de clase y colegas de profesión han perdido la fe en la democracia y han gravitado hacia regímenes y movimientos de derechas. La autora los llama clercs, un término que toma del filósofo Julien Benda, quien lo utilizó hace un siglo para referirse sarcásticamente a una fusión de clerks y clerics, funcionarios y misioneros.
Applebaum defiende que las explicaciones tradicionales para el autoritarismo —economía, terrorismo y emigración— no bastan para explicar el fenómeno
Applebaum cree que las explicaciones corrientes de cómo llegan al poder los autoritarios —los problemas económicos, el miedo al terrorismo, las presiones de la emigración— no explican del todo a los clercs. Al fin y al cabo, cuando Polonia —donde empieza la investigación— llevó al poder al partido de derechas Ley y Justicia en 2015, el país era próspero, no era un destino para los emigrantes, y no se enfrentaba a ninguna amenaza terrorista. “Algo más está sucediendo, algo que afecta a democracias muy diferentes, con economías y demografías muy diferentes, en todo el mundo”, sentencia. “El resentimiento, la envidia y, sobre todo, la creencia de que el ‘sistema’ es injusto –no solo con el país, sino con uno mismo– son sentimientos importantes entre los ideólogos de la derecha polaca, hasta el punto de que no es fácil distinguir sus motivos personales y políticos”.
Un problema recurrente del libro es que la mayoría de los clercs se negaron a hablar con Applebaum, de manera que la autora tuvo que depender de la documentación pública y del buen juicio de los conocidos comunes. Pero le saca el máximo partido. Cuando examina a los intelectuales que vivieron en la órbita soviética y escaparon de ella, pisa terreno más firme. De Polonia pasa a Hungría, luego a Gran Bretaña, y para terminar, al Estados Unidos de Donald Trump, con desvíos a España y Grecia, en busca de los intelectuales caídos.
Applebaum distingue capas de desencanto: la nostalgia por el objetivo moral de la Guerra Fría, la decepción con la meritocracia, el atractivo de las teorías de la conspiración. Añade que parte de la respuesta se encuentra en “la naturaleza cascarrabias del propio discurso contemporáneo” y en la ventaja ambivalente de internet, que nos ha privado de una narrativa compartida y ha empequeñecido a la élite mediática responsable que antes filtraba y atemperaba las pasiones partidistas. Aunque no es una queja demasiado original, ello no la hace menos verdadera.
“A medida que aumenta la polarización, a los empleados del Estado se los presenta invariablemente como ‘capturados’ por sus oponentes. No por casualidad el Partido Ley y Justicia en Polonia, los partidarios del Brexit en Gran Bretaña y la Administración de Trump en Estados Unidos han lanzado ataques verbales contra los funcionarios y los diplomáticos profesionales”.
A la hora de analizar el fenómeno Applebaum distingue: la nostalgia por el objetivo moral de la Guerra Fría, la decepción con la meritocracia y el atractivo de las teorías de la conspiración
Los movimientos populistas violentos han existido siempre en Estados Unidos, tanto en la derecha (el Ku Klux Klan, por ejemplo) como en la izquierda. Lo que le parece sorprendente a Applebaum es que su encarnación actual surja en el Partido Republicano. “Para que el partido de Reagan se haya convertido en el partido de Trump, es decir, para que los republicanos hayan abandonado el idealismo estadounidense y, en su lugar, hayan adoptado la retórica de la desesperación, ha tenido que producirse un cambio radical no solo entre los votantes del partido, sino también entre sus clercs”.
Su muestra de clercs estadounidenses está formada básicamente por Pat Buchanan, Franklin Graham, Steve Bannon y Laura Ingraham, ninguno de los cuales habló con ella, si bien de todos ellos hay grabaciones en abundancia. A la autora le choca la manera en que su optimismo reaganiano ha dejado paso a una oscura visión de un Estados Unidos decadente y maldito “en el que las universidades enseñan a la gente a odiar a su país, se homenajea más a las víctimas que a los héroes, los viejos valores se han desechado. No importa el precio que haya que pagar, el crimen que haya que perdonar, si eso es lo que hace falta para recuperar el viejo Estados Unidos, el real”.
Al parecer, El ocaso de la democracia tenía que haber terminado con una valoración esperanzadora de la generación de los hijos de la autora, pero el coronavirus truncó ese final dejando a Applebaum —como al resto de nosotros— desorientada. La autora observa que los líderes populistas han aprovechado el virus para justificar sus poderes especiales. “Quizá el miedo a la enfermedad produzca miedo a la libertad”, concluye, “o quizá el coronavirus nos inspire una nueva conciencia de solidaridad mundial […]. Por exasperante que resulte, tenemos que aceptar que los dos futuros son posibles”.
© The New York Times Book Review
Traducción: News Clips