No es Cuando dejó de llover una antología al uso; de hecho, ya en el subtítulo anuncia que lo que la publicación recoge son poéticas, si bien la cantidad de cincuenta se refiere, no a poemas, que son algunos más, sino a los poetas antologados. Así, no se trataría de una colección de poemas, —sino de voces lo que, como puede suponerse, es inevitable—, cada una de las cuales representa una concepción poética. Que se trate de cincuenta poéticas, y no “poetas”, implica, por otra parte, el desplazamiento de tal palabra, de los actores del hecho literario —cuya presencia, hay que decir, es también inevitable—, sustituidos por los textos, como si se quisiera dejar en pura ausencia lo biográfico.
Apunta a eso mismo el que no se aporta ninguna referencia biográfica que no sea el lugar y fecha de nacimiento —salvo en el caso de Carlos Allende: Granada, ¿?—, ni tampoco información de las publicaciones de los poetas, excepto en aquellos casos en que el poema hubiese sido publicado en libro anteriormente. De los datos que se dan, lo que resulta es que los poetas aquí reunidos (Rocío Acebal, Rosa Berbel y Carlos Catena, entre otros) nacieron entre 1984 y 2001, es decir, son nativos digitales, lo que no es asunto menor.
Y no lo es por cuanto en este tiempo los cauces de circulación de la palabra poética, y de las que no lo son, no se circunscriben al circuito de los libros y las revistas en papel, de las que tan pocas sobreviven, sino que son las redes, el universo virtual, su espacio. Lo dice Luna Miguel en el epílogo: cómo, al ver los nombres de los poetas, no puede dejar de pensar en “los selfis de Instagram que he visto hacerse —ya sea en congresos, en recitales, en sesiones de Zoom o desde sus casas—” y expresa su admiración por “los intercambios críticos que muchos realizan a diario en redes”.
Esta antología es una colección de voces, cada una de las cuales representa una concepción poética
Ese nuevo mundo se transparenta, entre otras cosas, en expresiones como “2:27 del vídeo de Button Poetry en Youtube” (Javi Navarro), “Enviar un WhatsApp” (Rocío Acebal), “la Red sepultará / años de tradición occidental / y letra escrita” (Juan de Beatriz), “Syntax error. / Internal server not found” (David Leteo González), “el byte y la digitalización” (Jesús Pacheco Pérez) o “Consejo de Estado 2.0” (Anabel Úbeda), ¿de un sepultar la tradición occidental? Parecen desmentirlo las referencias bíblicas y mitológicas, que se mencione o cite, entre otros, a Goethe, W. H. Auden, César Vallejo, Pasolini, Borges, Wittgenstein y Vattimo, a Gil de Biedma o Vila-Matas, además de la reiterada presencia de Dámaso Alonso, lo que se debe, al menos en parte, a la actualización de su título más conocido en Los hijos de los hijos de la ira de Ben Clark. Y también tiene su lugar, hubiese sido extraño no encontrarlo aquí por su teoría y práctica de la postpoesía, Agustín Fernández Mallo.
Que todo lo anterior esté haciéndose accesible más allá de en los libros no parece que signifique su funeral, sino más bien una nueva vida, al fin la cultura no es sino un fluir. Es muy notable en esta voz de voces, en esta poética de poéticas, el compromiso del poeta con el otro, más allá del yo y las efusiones sentimentales. No andan faltos de razón quienes han pasado y pasan en sus vidas años de crisis. Desazón, voces que se alzan para decir su verdad con un discurso coral que no suena impostado ni falso; un discurso poético que prolonga, trazando nuevos meandros, continuando la fe en la palabra, el participar de lo propio, como dádiva, al lector.