“La identidad es una red compleja, producto de lo que los demás dicen que somos. La identidad entendida como autoconstrucción es una proyección delirante, una alucinación del ego”. Así lo sostiene el iconoclasta poeta, narrador y ensayista Agustín Fernández Mallo (A Coruña, 1967) en su nueva aventura filosófica, La mirada imposible, un lúcido, original y ecléctico ensayo en el que reflexiona en torno a cómo y quién construye la identidad humana en la era del Big Data.
Mezclando conceptos del más puro humanismo con la cultura pop, al estilo de lo expuesto en su Teoría general de la basura, y a través del desarrollo de conceptos como quinta pared, geolocalización, drones o ciudades vacías, Fernández Mallo sostiene que la identidad individual es la suma e interacción de multitud de informaciones que no sólo no controlamos sino de las que ni tan siquiera tenemos ni jamás tendremos conocimiento. Es decir, que son para nosotros una mirada externa e imposible.
El escritor divide el libro en dos capítulos donde explora otras tantas ideas. El primero, dedicado al escenario, habla de nuestra necesidad de ataviarnos, del espacio pactado que son estos constructos humanos y de nuestra percepción de qué es realidad y qué es ficción. En él escribe sobre “el origen del disfraz y del teatro, nuestro mejor y más supremo hallazgo: simular ser otro para ser uno mismo. Es en nuestra cotidianidad cuando llevamos puesto un disfraz”, sostiene y es, por el contrario “en el travestismo donde emerge nuestro más secreto yo, lo que querríamos ser y no somos”. Ahí ya aparece una mirada imposible y totalizadora que sería la de ese ente que en gran parte de la Historia se llamó Dios y que debería ser capaz de observar todos los escenarios desde todos los ángulos posibles.
Fernández Mallo reflexiona en torno a cómo y quién construye la identidad humana en la era del Big Data
En el segundo capítulo, el escritor se adentra en la idea de cuerpo y bucea en el nacimiento del placer estético y con él del deseo de representación artístico de una realidad que la simple oralidad no puede recrear. Así, se adentra en el cine, donde esa mirada totalizadora e imposible sí existe, algo que jamás ocurre en el teatro, donde la quinta pared es irrepresentable. Con ejemplos de la película Zabriskie Point, de Antonioni y Carretera perdida, de Lynch llega Fernández Mallo al quid de la cuestión de este ensayo, que no es otra idea que la de la autocreación de la identidad, que “contrariamente a lo difundido por la psicología convencional o la política identitaria de masas, no es producto de una construcción personal ni colectiva”. Esta mentira consoladora la enfrenta a la realidad de que “nuestra identidad la construyen otros en un proceso que incluye exclusivamente su mirada y en el que poco o nada podemos intervenir”.
Ahora bien, el radical aporte y la novedad que plantea el autor reside en que en ausencia de un ente divino y en este mundo globalizado actual, “por primera ve en la historia, la identidad de los seres humanos es construida por una abstracción externa, una red en la que no es posible hallar un claro centro”. En definitiva, se pregunta Fernández Mallo, ¿quién construye la identidad, ese escenario en el que desarrollamos nuestras vidas? “Pues nadie y todos, es una aporía sin respuesta, como preguntar si una esfera tiene final”, responde.
Por ello, en un apéndice dedicado al confinamiento donde teoriza sobre la luz y la oscuridad a través de las dos grandes miradas de nuestro hogar, la mirilla y el agujero del váter, termina concediendo a la palabra escrita, contrapuesta a la oralidad, el rango de mirada más imposible jamás inventada por la humanidad en su sentido de perpetuidad. Y concluye, “antes de caer presas de la oscuridad total en la que se convierte tarde o temprano la oralidad, creamos a través de la escritura una nueva luz, el texto, último escenario posible”.