Decía Juan Marsé que el cuento plantea mayores dificultades que la novela, y, si lo decía Marsé, es algo que debe tomarse en serio. Al ser un género de largo aliento, en una novela no es difícil disimular errores o conseguir que se diluyan en la amplitud de la anécdota, pero la brevedad del cuento exige un cuidado extremo y la máxima precisión de sus componentes. Laura Ferrero (Barcelona, 1984) lo sabe porque es una excelente cuentista, como ya demostró en Piscinas vacías (2016) y como corrobora en La gente no existe.
En este libro, Ferrero escribe relatos en los que confluyen varias historias. Todos revelan situaciones cotidianas en las que aparecen personajes conocidos (una madre, una niña, un novio, una abuela…). Y tienen cierto aire autobiográfico, como si la autora supiera exactamente cómo relatar porque hubiera vivido algo parecido, aunque después crecen por el lado de la ficción. Además, son historias vinculadas con las emociones de los personajes, a menudo con lo que hay dentro de nosotros cuando decimos que estamos bien y no es cierto. De ahí que en muchas de ellas se trate de repensar la realidad o de darle la vuelta a lo que parece y, en el fondo, no es. Por eso casi todas están narradas en primera persona, y por eso exigen un lector inteligente, capaz de reconstruir lo que cuentan y de leer entre líneas.
Hay en este libro relatos sobre el duelo, los malos tratos, el miedo, el olvido... Espléndido libro para empezar el año
En estas narraciones, además, se percibe un hondo sustrato cultural y se observa el gusto por conjeturar sobre la composición y el lenguaje, lo que revela a una autora consciente, preocupada por no dejar nada al azar. En “Candy Crush”, por ejemplo, que trata sobre el poder de la escritura y sobre las relaciones, a menudo permeables, entre la realidad y la ficción, leemos: “Porque la literatura se parece a la vida pero no es la vida, y quien las confunde paga, a veces, incluso con la suya propia”, un fragmento revelador sobre su sentido.
En La gente no existe encontramos relatos de antología, como el citado o el que da título a todo el conjunto, un texto preciso y bien dosificado en el que el lector comprende lo que sucede en el momento justo y que revela nuestra forma inconsciente de conducirnos en la vida. En “Mi padre en Atocha” se descubre una relación padre hija que se abandona a la inercia de lo que podría ser y que se resuelve en la melancolía de la despedida en una estación de tren.
“Aquellos ojos verdes” es un relato que dialoga con “Una trenza”. El primero tiene como protagonista a una anciana con alzhéimer, personaje que volvemos a encontrar en el segundo, a punto de morir en un hospital, lejos de su familia aunque amparada por los sanitarios que la cuidan en tiempos de la COVID. Se nota que en él late un duelo. Pero también hay relatos sobre los malos tratos y su presencia, a menudo lábil, en nuestras vidas; sobre el miedo del joven padre de un prematuro a perder a su hijo; sobre los problemas que causa la adopción; o sobre cómo se olvida a una pareja, este con una resolución perfecta. Espléndido libro para empezar el año.