Quijote Welles, el título del último libro de Agustín Sánchez Vidal (1948), recoge con ambivalencia los dos contenidos esenciales de la obra: la indagación sobre el proceso de gestación durante tres décadas de la inacabada película conocida como Don Quijote de Orson Welles —montada finalmente por Jesús Franco— y el quijotismo agónico del cineasta, cuyos itinerario biofilmográfico y poliédrico perfil personal quedan magistralmente elaborados.
El dispositivo narrativo empleado por Sánchez Vidal es el siguiente: el 7 de mayo de 1985, la periodista Barbara Galway entra en contacto con Orson Welles con el propósito de entrevistarlo repetidas veces a fin de escribir su biografía y aclarar las circunstancias que han determinado y todavía determinan la aplazada finalización de su actualizada versión fílmica de la novela de Miguel de Cervantes. Lo que viene a continuación —hasta un imponente total de 668 páginas— es la crónica ficcionada del recorrido de la investigación de Galway, que incluye sus sucesivas conversaciones con Welles; sus entrevistas con un nutrido contingente de cineastas —y otras personalidades y personajes— que ofrecen su testimonio de primera mano sobre el director y su obra; la aportación de pasajes del guion, notas y otros documentos relativos a la filmación e intenciones de su Don Quijote y un bien trabado sinfín de anécdotas y de historias suculentas que conciernen tanto al creador de Ciudadano Kane como al mundo del cine.
Al hilo de esto último, si Welles se nos aparece como un personaje quijotesco y si su Don Quijote es un objeto sustancial del libro —y un “macguffin” cuya pista lleva a otros terrenos—, el autor acaba por elaborar una narración plenamente cervantina, con pluralidad de voces, situaciones e historias.
La Barbara Galway de Quijote Welles es —que uno sepa— un personaje ficticio, quien sabe si trasunto, a modo de homenaje, de la biógrafa norteamericana Barbara Leaming, quien publicó en 1985 —con traducción española en Tusquets— la mejor biografía a día de hoy existente sobre el director de Sed de mal, dicho sea con permiso del muy discutido Charles Higham. La editorial Fórcola ofrece el libro de Sánchez Vidal como novela, y leerlo bajo esa disposición podría no complacer a algunos lectores.
Emerge en estas páginas el retrato en movimiento de un personaje titánico, de un genio cuyos grandísimos logros no desmienten su condición de perdedor
Pese a haber certificado líneas arriba el carácter cervantino del libro, lo que Sánchez Vidal pone en pie con sólido y rítmico ensamblaje es un formidable y apasionante artefacto literario —tapiz, fresco, puzle, patchwork, mosaico…— esquivo a las clasificaciones genéricas. ¿Cómo catalogarlo? ¿“gran reportaje-ficción”?, ¿“docuficción”? Empezando por Welles, todos los personajes tienen por sí solos encarnadura novelesca, y las descripciones, situaciones, diálogos, escenarios, peripecias y conflictos narrados también la tienen y están tratados con arreglo a requisitos plenamente literarios.
Por otra parte, las secuencias encadenadas por Sánchez Vidal —o yuxtapuestas por corte—, siguiendo las idas y venidas de Barbara Galway, responden también a técnicas cinematográficas. El libro, con su rica textura, procede de una ingente cantidad de fuentes documentales escritas y audiovisuales, adecuadamente recreadas, que podrían haber sido consignadas —al menos, las principales— sin inconveniente y sin demérito para su autor —al contrario— al final de la obra.
Con el indudable atractivo de la presencia de un elenco imbatible de “artistas invitados” —de Huston a Buñuel, de Heston a Leone, y tantísimos otros— y, por encima del sabroso recuento biográfico y filmográfico, emerge en estas páginas el retrato en movimiento de un personaje titánico, de un genio cuyos grandísimos logros no desmienten su condición de perdedor en el combate que mantuvo contra sí mismo y contra los elementos.
Y lo que el lector va a disfrutar, junto a todo lo demás, es el detalle no sólo de la enorme potencia intelectual del shakespeariano Welles a propósito de todo, sino de su amor y gran conocimiento de la historia y de la cultura españolas y de España misma. En nuestro país vivió y trabajó durante largas temporadas y culminó al menos tres de sus películas más logradas (Mr. Arkadin, Campanadas a medianoche y Una historia inmortal). Y en nuestro país —en un pozo de la finca rondeña de su amigo, el torero Antonio Ordóñez— descansan, según su deseo, sus restos. El libro es un banquete en consonancia con la opulencia y el apetito de Orson Welles.