Pongamos que escriben de Madrid
De Quevedo y Calderón a Almudena Grandes y Rosa Montero, 18 miradas sobre Madrid, una ciudad que es un género literario en sí misma
31 diciembre, 2020 09:14Hay quien dice que todas las ciudades del mundo caben en Madrid, y que esta ciudad, que tantos sueños y desengaños ha albergado, es un género literario en sí misma. Para cerrar las visitas guiadas por barrios y enclaves de interés que organiza el Ayuntamiento de Madrid, recorremos de la capital cortesana de Lope a la urbe distópica de Rosa Montero, he aquí un paseo por 18 instantes de su pasado, presente y futuro, de la Puerta del Sol a Lavapiés, entre pícaros, amantes desdichados y activistas, hermanados todos, vengan de donde vengan, bajo un cielo único, invencible contra la tristeza.
VIOLANTE: Mudar en mí
con el traje la ventura.
Buscar el alma robada
que se va tras el honor;
dar, ya que estoy deshonrada,
diligencias a mi amor,
o a mis agravios espada.
En Madrid hay tribunales
para todos, y también
han de hallarle en él mis males;
a extranjeros trata bien,
si mal a sus naturales.
Yo espero en Dios que ha de ser
madre Madrid de mi honor.
La villana de Vallecas. Tirso de Molina (1620)
“Al fin, ya eran las dos; y como era forzoso el caminar, salimos de Madrid. Yo me despedí de él, aunque me pesaba, y comencé a caminar para el puerto. Quiso Dios que, porque no fuese pensando en mal, me topé con un soldado. Luego trabamos plática; preguntóme que si venía de la Corte. Dije que de paso había estado en ella. ‘No está para más - dijo luego -, que es pueblo para gente ruin […] ‘ A esto le dije yo que advirtiese que en la Corte había de todo, y que estimaban mucho a cualquier hombre de suerte”.
Historia de la vida del buscón. Francisco de Quevedo (1626)
“La mayor honestidad
que fue de la villa espejo
le debe al campo el despejo
de su verde soledad.
Descubrid, mirad, matad;
que es crüel razón de estado
mostrar, con el desenfado
de que amor se maravilla,
bizarrías en la villa y desdenes en el Prado”.
Las bizarrías de Belisa. Lope de Vega (1634)
Yo, Isabel, lo sospeché
cuando de mi hermano oí
la pendencia, y cuando vi,
que el herido el huésped fue;
pero aún bien no lo he creído,
porque cosa extraña fuera
que un hombre a Madrid viniera,
y hallase, recién venido,
una dama que rogase
que su vida defendiese;
un hermano que le hiriese,
y otro que le aposentase.
La dama boba. Pedro Calderón de la Barca (1636)
“Tan apegada era la buena señora al terruño de su arrabal nativo, que para ella no vivía en Madrid quien no oyera por las mañanas el ruido cóncavo de las cubas de los aguadores en la fuente de Pontejos; quien no sintiera por mañana y tarde la batahola que arman los coches correos; quien no recibiera a todas horas el hálito tenderil de la calle de Postas, y no escuchara por Navidad los zambombazos y panderetazos de la plazuela de Santa Cruz; quien no oyera las campanadas del reloj de la Casa de Correos tan claras como si estuvieran dentro de la casa” .
Fortunata y Jacinta. Benito Pérez Galdós (1887)
“Madrid, plano, blanquecino, bañado por la humedad, brotaba de la noche con sus tejados, que cortaban en una línea recta el cielo; sus torrecillas, sus altas chimeneas de fábrica y, en el silencio del amanecer, el pueblo y el paisaje lejano tenían algo de lo irreal y de lo inmóvil de una pintura. Clareaba más el cielo, azuleando poco a poco. Se destacaban ya de un modo preciso las casas nuevas, blancas; las medianerías altas de ladríllo, agujereadas por ventanucos simétricos; los tejados, los esquinazos, las balaustradas, las torres rojas, recién construidas.”
La busca. Pío Baroja (1904)
“Era un día claro y glacial de los que tanto abundan en el invierno de Madrid. Lucía el sol; el cielo estaba azul; pero de la sierra, cubierta de nieve, llegaba un viento helado que endurecía la tierra, dándola una fragilidad de cristal. […] La escalinata del Museo recordaba al maestro su adolescencia. Aquellos peldaños los había subido muchas veces a los 16 años, con el estómago desfallecido por la ruin comida de la casa de huéspedes. ¡Cuántas mañanas pasadas en aquel caserón, copiando a Velázquez! Estos lugares traían a su memoria las esperanzas muertas, un cúmulo de ilusiones que ahora le hacían sonreir.”
La Maja Desnuda. Vicente Blasco Ibáñez (1906)
MAX: Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato.
DON LATINO: ¡Estás completamente curda!
MAX: Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada. DON LATINO: ¡Miau! ¡Te estás contagiando!
MAX: España es una deformación grotesca de la civilización europea.
DON LATINO: ¡Pudiera! Yo me inhibo.
MAX: Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.
DON LATINO: Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato. MAX: Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta, Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas.
DON LATINO: ¿Y dónde está el espejo?
MAX: En el fondo del vaso.
Luces de Bohemia. Ramón María del Valle-Inclán (1924)
“La mujer se va por la acera, camino de la plaza de Alonso Martínez. En una ventana del Café que hace esquina al bulevar, dos hombres hablan. Son dos hombres jóvenes, uno de veintitantos y otro de treinta y tantos años; el más viejo tiene aspecto de jurado en un concurso literario; el más joven tiene aire de ser novelista. Se nota en seguida que lo que están hablando es algo muy parecido a lo siguiente:
-La novela la he presentado bajo el lema "Teresa de Cepeda" y en ella abordo algunas facetas inéditas de ese eterno problema que...
-Bien, bien. ¿Me da un poco de agua, por favor?”
La colmena. Camilo José Cela (1951)
“Conoce Madrid como la palma de su mano de tantos ires y venires, que cualquier ocasión es buena para ver mundo. Ahora bien, fuera de Sevilla, lo mejor del universo —es bien sabido—: Madrid. ¿Para qué más? El cielo ha sido tan misericordioso que, de buenas a primeras, le plantó en la cumbre de lo creado. Con esa seguridad lo único que puede hacer, para quedar como Dios manda, es disfrutarlo, dando a las tertulias —donde la verdad tiene su asiento más sólido— lo mejor de su tiempo”.
La calle de Valverde. Max Aub (1961)
“Cuando se vinieron del pueblo yo ya se lo dije, que no encontraría nunca casa. Y ya estaba cargado de mujer y de las dos niñas. Pero él estaba desesperado. Y desde la guerra, cuando estuvo conmigo, le había quedado la nostalgia. Nada, que le tiraba. Madrid tira mucho. Hasta a los que no son de aquí. Yo lo soy, nacido en Madrid. En Tetuán de las Tiempo de silencio 24 Victorias. De antes de que hubiera fútbol. Y él se empeñó en venirse. A pesar de que se lo tenía advertido, que no viniera, que la vida es muy dura, que si en el pueblo es difícil aquí también hay que buscársela”.
Tiempo de silencio. Luis Martín-Santos (1962)
“La primera noche que entré en el Café Gijón puede que fuese una noche de sábado. Había humo, tertulias, un nudo de gente en pie, entre la barra y las mesas, que no podía moverse en ninguna dirección, y algunas caras vagamente conocidas, famosas, populares, a las que en aquel momento no supe poner nombre. Podían ser viejas actrices, podían ser prestigiosos homosexuales, podían ser cualquier cosa. […] El café tenía y tiene un sistema de espejos que, además de hermosearle, permiten verlo todo a la vez, de un golpe y al mismo tiempo. Este sistema de espejos permite hacerse bien la idea de que uno está en el centro literario de Madrid, que Madrid es el centro de España, que España es el centro de, y así hasta el infinito.”
La noche que llegué al Café Gijón. Francisco Umbral (1977)
“La gente en Madrid andaba de otra manera, miraba, se vestía y hablaba de otra manera, con una especie de desgarro; yo espiaba los rostros cambiantes que, alguna rara vez, se fijaban unos instantes en el mío, sobre todo durante los trayectos en el metro, dentro del vagón donde no había que pedir excusas por rozarse con otros cuerpos y aspirar su olor, me gustaba el olor de aquella gente desconocida que podía estarse preparando para apearse en la próxima estación, a la que iba a perder de vista irremisiblemente, trataba de descifrar, por la expresión de sus rostros y el corte de sus ropas, a qué oficio se dedicarían o en qué irían pensando”
El cuarto de atrás. Carmen Martín Gaite (1978)
“A mí me gusta Madrid. Aquí nadie te pregunta de dónde vienes ni se preocupa de si tienes una camiseta de Milikaka o no. Cada cual va a su rollo y punto. Cada movida tiene su zona. Si quieres marcha de pijos, la tienes, si te gusta un tipo de música o te gustan los maricones o qué sé yo, tienes zonas y gentes para todos los gustos. —...
—¿Qué te pasa, Roberto? ¿Te sientes mal?
—Nada. A mí también me gusta Madrid, pero tiene muchas cosas malas. Cuando viene mi tío de Valladolid se queda acojonado con el tráfico, me dice que es una ciudad de locos y no comprende cómo podemos vivir aquí”.
Historias del Kronen. José Ángel Mañas (1994)
“Mi abuelo me señaló el sol tan rojo a punto de desaparecer detrás del Árbol del Ahorcado. Mi abuelo dice que el suelo de Carabanchel es horroroso, pero que el cielo es de los más bonitos del mundo, tan bonito como las pirámides de Egipto o el rascacielos de King Kong. Es la octava maravilla del mundo mundial. Todo estaba tan quieto como en una película que echaron en la tele en la que un abuelo y un niño se quedaban los últimos en el cementerio después del entierro de uno que era negro. […] No te lo vas a creer, pero creo que fue la tarde más feliz de mi existencia en el planeta Tierra. "
Manolito Gafotas. Elvira Lindo (1994)
“Mi situación económica no era buena. Había tenido que cambiar mi apartamento de Tirso por otro en Aluche, en lo alto de una cuesta con un gran solar. Me dijeron que se trataba del cerro donde Antonio López pintó uno de sus cuadros, pero lo único que encontré en mi búsqueda internauta fue un paisaje de Vallecas y otro que rezaba MADRID SUR, que no concordaba con lo que yo veía desde la ventana. No obstante se le parecía, sobre todo al subir del asfalto y de los tubos de escape esa nube cenicienta y achicharrante que se mezclaba con la luz del verano, y cada vez que iba a la terraza lo hacía con la convicción de que ese era el punto exacto desde el que se desplegaba el sur de Madrid.”
La trabajadora. Elvira Navarro (2014)
“Estamos en un barrio del centro de Madrid. Su nombre no importa, porque podría ser cualquiera entre unos pocos barrios antiguos, con zonas venerables, otras más bien vetustas. Este no tiene muchos monumentos pero es de los bonitos, porque está vivo. Mi barrio tiene calles irregulares. Las hay amplias, con árboles frondosos que sombrean los balcones de los pisos bajos, aunque abundan más las estrechas. Estas también tienen árboles, más apretados, más juntos y siempre muy bien podados, para que no acaparen el espacio que escasea hasta en el aire, pero verdes, tiernos en primavera y amables en verano, cuando caminar por la mañana temprano por las aceras recién regadas es un lujo sin precio.”
Los besos en el pan. Almudena Grandes (2015)
“Vallecas era una zona residencial de gente muy rica. Décadas atrás había sido un tradicional barrio proletario, pero su cercanía al nuevo centro urbano había atraído a los especuladores inmobiliarios que, tras desalojar a los antiguos vecinos, habían derruido los viejos edificios y construido grandes torres rutilantes de apartamentos de lujo con jardines aéreos y guardias privados las veinticuatro horas. Por aquí no se veían muchos reps. Tampoco circulaba mucha gente por las calles, y lo que era más notable, apenas había pantallas públicas, un oasis acústico en medio del incesante parloteo que inundaba Madrid.”
Los tiempos del odio. Rosa Montero (2018)