Alcanzada la media edad, Irene, protagonista de Cien noches, último Premio Herralde de Novela, hace balance de su vida: “Mis fundamentos existenciales no han sido Sigmund Freud o William Shakespeare, sino los pezones, la espiral de las orejas, los tobillos, el clítoris, las encías o la boca del ano”. Desde la “vejez erótica”, esta estajanovista del sexo agrega, aunque ninguna relación guarde el fundador del psicoanálisis con el rezo, que “Mi espíritu se ha manifestado a través del flujo vaginal y no de la oración”.
Tal línea especulativa explora Luisgé Martín (Madrid, 1962) y la encarna en la recia figura de una madrileña cuya historia, en buena medida narrada por ella misma, abarca desde la infancia hasta los 59 años, fecha en que dispone de un balance vital entero. Irene buscó remedio a sus incertidumbres juveniles viajando a Chicago para realizar estudios superiores de Psicología. Complementó el aprendizaje teórico con una investigación empírica basada en el análisis de sus relaciones con los hombres con quienes se acuesta. Toma buena nota en sus cuadernos de ese trato, que incluye la prostitución, y mediante sus averiguaciones trata de corroborar viejas e irrebatibles tesis experimentales en mamíferos: la aparición de parejas sexuales nuevas aviva la excitación y por lo tanto determina el deseo erótico, lo cual vale también para la especie humana. La causa no es espiritual, tiene que ver con la secreción de un neurotransmisor. La mujer lo expresa de forma rotunda: “El amor, en términos químicos, es una sobredosis de dopamina que actúa como bloqueante durante un tiempo, pero no eternamente”.
Más tarde Irene se dedicará a la investigación criminal, trabajará para el FBI y montará en España una agencia de detectives. Sus investigaciones y estas actividades de infatigable emprendedora se emparejan con el estudio realizado en Harvard y financiado por un multimillonario comerciante de rosas, Adam Galliguer, sofisticado y engreído amante de la protagonista, relativo a varios aspectos de la sexualidad moderna: la castidad, la fidelidad y la promiscuidad. Tal indagación antropológica corroboró que una aplastante mayoría de personas son infieles sexualmente a su pareja. La infidelidad se convierte, así, en una característica sociológica actual.
Aunque la novela resulta algo reiterativa, las aventuras de la protagonista tienen gancho, hondura y hacen pensar
En principio, uno puede tener la impresión de que la abigarrada historia de erotismo y transgresiones de Cien noches se emparenta con las pretenciosidades metafísicas de la saga de Emmanuelle y sus penosos derivados. No es presumible que tal cosa ocurra en un escritor exigente como Luisgé Martín y, sin desvanecerse del todo esa alargada sombra, la novela conjuga la especulación erótica con un artificio narrativo complejo que aborda cómo afecta el sexo a una galería de personajes. El principal es Irene, centro de una dura experiencia vital por su determinación de vivir de acuerdo con sus convicciones. La mujer llevará su empeño a los extremos tan dolorosos de su “revelación sincera”: “ninguna vida merece la pena ser vivida”.
La mezcla de disfrute y dolor, y el negativo balance final, algo inconsecuente con el arrasador vitalismo de la mujer, le da una dimensión trágica. La llegada a este desenlace existencialista se deriva de una múltiple trama anecdótica. Sobresale la historia de amor de Irene con un músico argentino, drogadicto y ludópata, que da pie a una historia detectivesca con fondo político. A esta línea de suspense se añaden la discontinua y larga aventura de sexo con Galliguer, varios ejemplos de infidelidad y cinco indagaciones sobre el mismo asunto escritas por sendos autores amigos del autor, un rasgo más relevante por su desenfado que por el valor literario o formal.
Estos varios materiales buscan proporcionar variedad y amenidad al relato global, al que le acecha el riesgo de convertirse en una glosa de la tesis señalada en el título: “El amor erótico entre dos personas dura como máximo cien coitos. […] A partir de esa cifra, todo es previsible y ordinario”. Aunque la novela no supera del todo el peligro y resulta algo reiterativa, las experiencias de esta mujer incapaz de imaginar la castidad y enredada en un laberinto por su defensa de la promiscuidad tienen gancho, hondura y emoción suficientes, y dan que pensar.