“Tengo la sensación de haber llegado a casa”, dice Carlos Castán al ver publicados sus tres libros de relatos en un solo volumen por la editorial Páginas de Espuma, la que más y mejor empeño ha puesto en los últimos años por situar el género de la narrativa breve en el lugar de prestigio que le corresponde. Cuentos reúne los que formaron parte de Frío de vivir (1997), Museo de la soledad (2000) y Solo de lo perdido (2008) —cuyas distintas ediciones hoy son inencontrables—, con el añadido de Polvo en el neón (2012), su relato más extenso.
Castán (Barcelona, 1960) es un escritor que, como él mismo reconoce, empezó tarde a escribir y además ha intercalado la práctica de la literatura con largos periodos de silencio. “Es como si en mí se dieran dos impulsos contrapuestos: por una parte, la necesidad de decir; por la otra, la de permanecer callado”, confiesa. Eso no ha impedido que colegas como Lorenzo Silva lo califiquen como “el mejor narrador que tenemos en España”. Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma, lo considera “uno de los autores imprescindibles del cuento contemporáneo en español”. Además de su “exquisita preocupación por el lenguaje”, el editor destaca también como elementos fundamentales de la literatura de Castán “la soledad de unos personajes en continua búsqueda, la debilidad, la nostalgia” y la creación de atmósferas que tienen incluso más peso que lo narrativo.
“Es muy difícil encontrar un denominador común para todos mis cuentos”, opina Castán. “Pero algo puede hallarse y Juan ha señalado algunos de los temas que más me han preocupado. Abunda en mis relatos un personaje protagonista con una sensación de hallarse viviendo poco menos que a la intemperie. Es algo que está en la naturaleza de la literatura en sí; siempre se parte de alguien que desea algo. Esto, que en las historias tradicionales y las novelas de aventuras para niños puede ser un tesoro o la toma de un castillo, en la vida adulta es a veces más intangible. Uno anda buscando cosas que en realidad no sabe bien qué cosas son, qué es lo que le hace falta, y sí que he tenido especial predilección por hablar de la irremediable soledad de los débiles, de los conflictos interiores. Intento reflejar la realidad pero no circunscribiéndola a la superficie de las cosas, sino que me refiero a otra realidad que está en una capa inferior, algo difícil de nombrar y que tiene que ver con las quiebras y la fragilidad”. Es ahí donde aparece una veta fantástica en los cuentos de Castán, que confluye con elementos cotidianos. En todo caso, su “intención última” es “arrojar algo de luz acerca de la condición humana”.
“¿Para cuándo la novela?”
Castán ha dedicado casi toda su carrera literaria al cuento, aunque también ha escrito una novela (La mala luz, 2013). Hoy ya no es tan infrecuente que un autor decida consagrarse a la narrativa breve, pero Juan Casamayor, el editor de Páginas de Espuma, recuerda una anécdota que ilustra cómo se percibía el género no hace tanto tiempo: Castán fue uno de los autores elegidos por Andrés Neuman para la antología de la misma editorial Pequeñas resistencias (2002) —que reunió a 30 cuentistas nacidos a partir de 1960 y fue prologado por José María Merino, otro gran cultivador del género que de ese modo tendía su mano a una nueva generación—. En la rueda de prensa en la que se dio a conocer el libro, le preguntaron a Castán “¿para cuándo la novela?”, a lo que este respondió bromeando que así se iba a titular, precisamente, su siguiente libro de cuentos.
“Antes se consideraba el género del cuento como un precalentamiento para dedicarse después a la novela. Gracias a Páginas de Espuma se ha revertido esa situación”, opina el escritor, que analiza una de las posibles causas de que la narrativa breve sea un género aún minoritario: “Las novelas son más fáciles de leer porque se habitan. Una vez que entras en su mundo, conoces los personajes y los ambientes, te quedas a vivir allí. En cambio, en un libro de cuentos el lector tiene que hacer el esfuerzo de entrar y salir todo el tiempo. Apenas te has familiarizado con la atmósfera, el relato se acaba y tiene que volver a poner el pie en otro mundo, en el del cuento siguiente”.
Además, un cuento debe contar algo “realmente significativo” en una extensión menor. En ese sentido, es como “una explosión que deja un eco en el ambiente, que abre de par en par las ventanas”, define Castán. Por eso es necesario buscar esa precisión lingüística que comenta Casamayor.
Hacer algo aunque nada importe
En el prólogo del libro, Castán explica algunos hechos de su biografía que sirven para entender su obra. Algunos excesos de juventud en el Madrid de los 80, su regreso a la tierra familiar de los Pirineos de Huesca y el contraste entre la vida en la capital y la vida de provincias, la ruptura de una relación y sobre todo la muerte accidental de su hermano marcaron su juventud y sus inicios en la literatura. “Tuvo que suceder algo así de terrible para que yo entendiera que, si de verdad quería ser escritor, había llegado el momento de ponerse a ello”. Aquella pérdida trajo otra contradicción a su vida: “Entendí en un mismo instante que había que hacer algo y que nada importaba”.
Castán estudió filosofía, su segunda opción. La primera era filología, pero la descartó “para que nadie me ensuciara lo que más creía amar y resguardar lo que guardara con mis lecturas literarias a salvo de análisis estructuralistas y demás autopsias carniceras, exámenes y obligaciones en general”. La filosofía, además de la literatura, llegó a convertirse en su principal medio de vida, como profesor de la materia en la enseñanza pública. “Si algo se parece mi literatura a la filosofía es en que contiene más preguntas que respuestas”, afirma Castán. “Y ocurre algo paradójico: mi formación filosófica, por la facultad y los tiempos en los que me tocó estudiar, es muy materialistas, por no decir marxista. Sin embargo, los cuentos me han permitido trascender y soslayar esa visión excesivamente racionalista de las cosas y explicarme las cosas mediante otros recursos. No soy nada sospechoso de haber caído en el pensamiento mágico supersticioso, pero algunos temas me vienen impuestos. Tengo la sensación de que hay historias que me preceden y que mi trabajo consiste en atraparlas”.
Los textos reunidos en Cuentos siguen un orden estrictamente cronológico, lo que permite observar la evolución del autor a través de los años. “Lo paso bastante mal leyéndome a mí mismo de jovencito, me parece una experiencia un poco siniestra eso de encontrarme con algo escrito por un yo que en algunos sentidos ya no soy yo”, dice Castán, que recomienda leerlos salteados. En cuanto a los cambios que él mismo observa en sus textos de madurez con respecto a los primeros, considera que estos los escribió casi siempre “bajo el signo del arrebato”, mientras que los posteriores fueron concebidos cada vez “con más sosiego, aunque tampoco mucho, porque siempre he intentado dotar de intensidad y tensión a mi prosa”.