El tiempo canalla de Ernesto Calabuig
En 'La playa y el tiempo', el escritor ofrece un magnífico repertorio de situaciones de alcance filosófico que debe figurar entre nuestros mejores libros recientes de cuentos
4 agosto, 2020 09:33La tardía dedicación de Ernesto Calabuig (Madrid, 1966) a la narrativa se ha beneficiado de un balance unitario de la existencia que tiene como motor la reflexión sobre la temporalidad. La playa y el tiempo continúa con esta preocupación básica y con sus alrededores, el paso del tiempo, la memoria y el presentimiento del futuro; en suma, la desazón seminal por adquirir “una perspectiva ajustada y bastante exacta de en qué consiste la vida”, como dice el elocuente título del último cuento del libro, “Lo que sea el mundo”.
Tal núcleo de inquietudes se asedian en diecinueve piezas de variada morfología. Unas participan del gusto por narrar y ofrecen con detenimiento una historia individual redonda y cerrada. Otras se comprimen en la corta medida del microrrelato y sustituyen lo narrativo por la ideación alusiva. Esto produce una beneficiosa variedad que, sin embargo, resulta compatible con la insistencia en unos mismos motivos o circunstancias que proporcionan una fuerte impresión de artefacto literario unitario.
Se repite con frecuencia un escenario, Berlín. Predominan los personajes cultos, traductor, escritor, cantautor, artista… Medio velada, subyace una veta confesional que no llega al puro autobiografismo (salvo en la apelación a un amigo del autor, el narrador Pepe Cervera) y produce el efecto de que las historias proceden de una misma voz autorial. Varios relatos participan explícitamente, además, de la conciencia de la escritura, de que lo que leemos es o podría ser materia literaria.
Al servicio de estas constantes pone Calabuig un buen y variado aparato inventivo. Cuenta historias curiosas entre lo sorprendente y lo común. Un viaje con resultado imprevisto. La aparición en el túnel del tiempo de Heráclito y Parménides. La vuelta pujante de amores adolescentes. Hijos que crecen y se alejan de los padres. Las relaciones, referidas en una pieza extraordinaria, entre Leonard Cohen y su anciano maestro zen Roshi, imbricadas en la trayectoria de éxitos, dudas, desequilibrios mentales y entrega a la meditación del cantante. O la firme determinación de una mujer que decide prorrogar el veraneo como respuesta a una vida a la que no ve sentido, relato antológico que inicia y da título al volumen.
Calabuig ofrece un magnífico repertorio de situaciones de alcance filosófico que debe figurar entre nuestros mejores libros recientes de cuentos
Tan dispar anecdotario tiene en todos los casos como fondo intencional la meditación acerca de “ese canalla llamado tiempo”, según el calificativo utilizado en una pieza sobre la relación con España del artista francés Dominique Forest. Justo en ella, el narrador-autor explica que “al cumplir cincuenta años” satisfizo el viejo sueño, siempre aplazado, de aprender a tocar la guitarra española. Aquí se halla el gran rasgo singularizador del libro respecto de su inagotable tema literario. Calabuig lo ciñe a lo que la psicología denomina crisis de la media edad, ese momento vital en que se generan decisivas cuestiones: la conciencia del paso del tiempo, la memoria de lo vivido, el conformismo o la ruptura con el pasado, las pulsiones de rejuvenecimiento, las opciones para el tiempo restante o el señuelo del carpe diem ante la fugacidad de lo vivido. Todo ello constituye el bucle temático manifiesto o insinuado que auscultan los cuentos.
El virgiliano tempus irreparabile fugit late en los relatos de Calabuig. La constatación de esta verdad elemental suele producir rebeldía, pesimismo o impotencia. No es, por el contrario, el caso de La playa y el tiempo. Su autor tiene una mirada positiva porque pone por delante el valor de la madurez y las lecciones que ésta proporciona para lo que queda por vivir. Lo vivido estimula los recuerdos, en los que, eso sí, no falta un punto de melancólica nostalgia. La free lance del primer cuento nos da una entera lección: se retira del mundo con la alegría de no haberse vuelto tóxica para los demás a pesar de los reveses de la vida.
La veterana pareja protagonista de otro cuento regresa de un viaje a casa con “más calor que frío en el alma” y saborea que, aunque hayan pasado los años y los hijos vayan despegando, se tienen todavía el uno al otro. ¿Y la muerte, broche fatal del tiempo? Calabuig le reserva en el conjunto de sus anécdotas una prosa poemática de emotivo estoicismo: Canela, hermosa perra de aguas, disfrutó el corto tiempo que le cupo en suerte hasta que le ha llegado, “injusto y simple”, “un sereno cerrar de ojos agotados”.
La reflexión de Ernesto Calabuig acerca de la temporalidad se asienta en historias atractivas y en un trabajo literario, no discursivo. El resultado es un magnífico repertorio de situaciones de alcance filosófico que debe figurar entre nuestros mejores libros recientes de cuentos.