Este volumen está compuesto por nueve ensayos que zigzaguean entre la autobiografía, la historia, la política, el feminismo y el arte. El engarce de todos ellos es la indagación en el proceso de transformación que tiene lugar cuando alguien se pierde, es encontrado o decide seguir perdido. Si bien en la actualidad, con los teléfonos inteligentes, es más difícil perderse que cuando Rebecca Solnit (Bridgeport, Estados Unidos, 1961) publicó este libro en inglés en 2005, lo que nos traen estas páginas es tanto la materialidad de estar perdido como el sentido espiritual inherente a adentrarse en lo desconocido. Una puerta abierta a las grandes cuestiones existenciales. Un estado propicio para preguntarse de dónde se viene y a dónde se va.
Hija de padre judío y de madre irlandesa católica no practicante que pensaba que “era bueno mantener la tradición –judía– por los hijos”, se crio en una zona cercana a San Francisco, ciudad a la que Solnit regresa una y otra vez en sus obras. Un espacio cargado de contradicciones que conforma el lugar de referencia constante en su ya extensa obra. La disarmonía de su hogar la empujará a trasladarse a París a los diecisiete años para luego volver a EE.UU. y estudiar periodismo en la Universidad de California, Berkeley.
Activista a favor de los derechos de las mujeres, del medioambiente y de los derechos humanos de todo tipo de minorías, en 1991 salió a la venta su primer libro. En 2015, Los hombres me explican cosas se convirtió en un inesperado éxito mundial del que aquí dimos cuenta y razón. Desde entonces, Capitán Swing ha tenido el acierto de verter al español varios de sus libros anteriores. (Quien suscribe quedó fascinado por Wanderlust. Una historia del caminar).
Cuatro de los nueve ensayos tienen el mismo título y estructuran el libro: “El azul en la distancia”. El primero es un canto a ese color. “El mundo es azul en sus extremos y en sus profundidades”. En el siglo XV los artistas renacentistas comenzaron a pintar el azul de la distancia, ingrediente básico para estar perdido. Lo encontramos en el Tríptico de la Resurrección de Hans Memling, en el famoso San Jerónimo de Patinir o en el Retrato de Ginebra de Benci de Leonardo.
El segundo ensayo se inicia con la presentación de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, el gran explorador español que en 1527 desobedece a Narváez y se interna en un territorio deshabitado que Ponce de León había llamado la Florida catorce años antes. Tras muchos avatares, Cabeza de Vaca se transforma en su recorrido hacia el oeste, a ojos de los nativos, en un ser sagrado con capacidad para sanar. El relato de Cabeza de Vaca le sirve a Solnit para señalar que la palabra “perdido” puede adquirir connotaciones espirituales a la vez que convierte al “perdido” en un ser que se transmuta en otro al quedar transformado por un nuevo entorno. Un cambio que la autora ilumina con la historia de varios niños blancos capturados por tribus indias. Las cautivas, pues solían ser mujeres, pueden dejar de estar perdidas al transformarse en otras personas integradas en un mundo nuevo.
'Una guía sobre el arte de perderse' zigzaguea entre la autobiografía, la historia, la política, el feminismo y el arte
El tercer ensayo “azul” explora el mundo de la música country y wéstern, sus historias de pérdida y desaparición. El cuarto conduce a la excéntrica vida y obra de Yves Klein, quien patentó la fórmula de su azul eléctrico a la vez que se reclamaba como el iniciador de una nueva Era Azul. Nacido en Francia en 1928, intercaló desde muy joven su carrera artística con la mística medieval y el judo. Para conseguir ser cinturón negro cuarto dan se trasladó quince meses a Japón. En 1957 sólo usaba en sus pinturas un azul ultramar que, mezclado con resina sintética, era capaz de conservar una intensidad viva y profunda. Para Solnit, Klein pinta el mundo de azul para convertirlo “todo en terra incognita, indivisible e inconquistable, un feroz acto de misticismo”. Una mística que trataba de disolver la mente racional y adentrarse en la pérdida.
Entretejidas con estas cuatro piezas están las cinco restantes. En ellas el lector contempla a los ancestros inmigrantes de la autora, los amigos perdidos, los antiguos amantes, las viejas películas preferidas, sus sueños, la casa en la que creció, el desierto o los edificios en ruinas. Todo ello conforma el material con el que Rebecca Solnit explora la pérdida, el perderse y el estar perdido.
Antes o después el ser humano está destinado a perder, a perderse en algún momento. Al final, la vida se pierde. De ahí que este agudo y lúcido libro tenga un valor permanente. Es un libro a conservar para volver en distintos momentos y etapas del decurso vital. (Desaparecer de sí de David Le Breton, Siruela, también aquí recensionado, añade otra perspectiva sobre la pérdida muy a tener en cuenta).