El escritor Juan Carlos Méndez Guédez (Barquisimeto, Venezuela, 1967) creció rodeado por una familia de espiritualidad mágica, heterogénea, en la que era común combinar las creencias católicas con el ancestral rito de María Lionza, una diosa local y deidad máxima del espiritismo venezolano que otorga voz a la naturaleza y cuyo culto sincrético entremezcla características de religiones indígenas, negras, amazónicas y europeas, e incorpora referencias al mundo pop sin admitir lógicas terrenas. Sobre las bases de la mitología que la entreteje Méndez Guédez ha publicado recientemente La diosa de agua (Páginas de Espuma), un conjunto de relatos amazónicos con explosión de verdes y rugidos nocturnos.
El autor redescubre el rito de María Lionza desde una perspectiva íntima, personal y, justamente por eso, lo convierte en universal. Los ríos tienen voces, los tigres hablan, las frutas cantan como en un viaje lisérgico. La religión marialioncera se apoya en doctrinas espiritistas y santeras y tiene su epicentro en la montaña selvática de Sorte, en el estado venezolano de Yaracuy, en la región centro-norte del país donde cada 12 de octubre, cuando España celebra su Fiesta Nacional con presencia del rey y desfile militar, se reúnen acólitos, religiosos, espiritistas e investigadores a celebrar el Baile de la Candela, una danza ritual sobre fuego en honor a la diosa indígena. Se estima que al año más de 150.000 personas visitan la montaña para rendirle tributo.
Pregunta. Escribe en primera persona un libro en torno a una espiritualidad que para quienes vienen de la capital les queda lejana, periférica, ¿cómo se vive esa religiosidad desde donde creció?
Respuesta. Esa religiosidad rural y campesina viajó a las ciudades venezolanas muy pronto, pero se mantuvo en esos segmentos poblacionales y se quedó allí, agazapada. Fue la conexión con el mundo que habían dejado atrás que encontraron quienes emigraban desde zonas rurales hacia las grandes ciudades. Era su conexión con la naturaleza, con lo sagrado y ellos lo conservaron. Porque en el momento en que pierdes lo sagrado te quedas más desnudo. Y en una ciudad grande, atractiva, como Caracas, que es un lugar con muchas capas donde conviven muchísimas voces y distintas maneras de entender el mundo, una de estas capas es la religiosidad marialioncera, y lo que yo he hecho es revelar parte de esa capa que permanecía un poco oculta. Había todo un submundo vinculado a lo mágico que palpitaba allí. En el ámbito internacional quien visibiliza de una manera importante el culto a María Lionza es el cantante panameño Rubén Blades. Me pareció muy interesante que él percibiera el valor mítico y la belleza que hay en una religiosidad autóctona y entonces pensé que si él lo había descubierto y lo había visto cómo es posible que nosotros nos mantengamos de espaldas a esa gran creación cultural, a esa creación mítica de inmenso valor poético y que incluso dentro de las religiones criollas, mezclas de catolicismo con otras religiones locales, es muy original, porque no tiene la misma raíz africana que tienen otras religiosidades de América Latina.
P. ¿Entonces cuál es su origen, su raíz? Porque en La diosa de agua se borra el límite entre lo terrenal, lo animal y lo sagrado y la cosmogonía de esa religión parece hermanarse con la de la mitología griega o con las historias o patakíes de la religión yoruba.
R. Trabajé este libro con mucha espontaneidad a partir de narraciones orales que escuché en mi infancia, pero como esas historias eran insuficientes y había muchas que faltaban comencé a expandirlas a través de mi imaginación y de mis propias lecturas. Cuando yo le cuento a mi editor, Juan Casamayor, cómo opera la religiosidad marialioncera, que es una religiosidad muy reciente cuyos testimonios más antiguos datan del siglo XX, le cuento que es un culto que va incorporando lo que la realidad le entrega y lo va asumiendo de manera muy rápida, muy orgánica. Por eso, por ejemplo, existe en la religión una corte vikinga, porque había cómics y programas de televisión donde se veían vikingos y eso es lo que, según algunos, explica que haya vikingos en un culto del estado Yaracuy. De la misma manera, cuando en los rituales se trabaja con espíritus de la corte india, la vestimenta que utilizan corresponde a los indios de las películas del oeste. Como esos hay muchos ejemplos de apropiaciones por lo que estamos, además, ante una religiosidad pop que toma mucho de su imaginario de los medios de comunicación. Tiene algo de catolicismo, también tiene un componente indígena, por supuesto, porque es una diosa amazónica, pero tiene características del culto mariano, de la tele, del cine, de la historia de Venezuela, de las leyendas… entonces él vio que había trabajado el libro con el mismo espíritu con el que esa religiosidad ha operado, tomando de ella lo que me hacía falta: los mitos griegos, el Popol Vuh, la Biblia, el Pentamerón, que es un libro muy bello, los cuentos de hadas. De cierta forma yo estaba reproduciendo literariamente lo que ha sido el mecanismo natural de esta religión.
P. Se percibe en La diosa de agua una mirada primigenia, desprovista de prejuicios. Se advierte al niño subyacente, aunque no es un libro escrito con esa intención.
R. Cuando escribo sobre María Lionza estoy escribiendo sobre mi infancia y sobre mi adolescencia porque esa era una religiosidad muy extendida en la ciudad donde vivía mi familia. Era la mirada mágica que recibíamos desde la niñez, así que era importante recuperar esa inocencia, esa conexión mítica absoluta con la tierra, con lo sagrado, con las aguas, con la montaña, pero además se nos inculcaba la idea del secreto: no lo podíamos comentar en público porque era una religiosidad rural, campesina, asociada a la pobreza. En público no se hablaba de eso para que la familia no fuera catalogada como bruja. Además, era una religiosidad perturbadora porque estaba encabezada por una mujer.
P. ¿Cómo se asume lo femenino desde esa espiritualidad entendiendo a Venezuela, además, como un país de mujeres solas? María Lionza es una diosa asistida por dos hombres, el indio Guaicaipuro y el Negro Felipe, que siempre la acompañan desde un segundo plano.
R. Eso es muy interesante porque esas religiosidades donde la diosa máxima era una mujer desaparecieron, según dicen los expertos, cuatrocientos años antes de Cristo y fueron sustituidas por religiones donde la figura máxima era un hombre. Cuando empecé a investigar y a escribir mis historias me pareció fascinante que un grupo de campesinos venezolanos del estado Yaracuy se haya reconectado mágicamente con algo que existió. La concepción de una religiosidad que contradice las figuras patriarcales masculinas es muy de avanzada, pero, también, por otro lado, es una conexión con religiones ancestrales muy antiguas, muy de la naturaleza. Es un milagro espontáneo de la imaginación humana, pero también muy relacionado al tipo de sociedad venezolana que, en efecto, es una sociedad de mujeres solas. Una sociedad donde la mujer tenía que ocuparse de todo, tenía que ser la jefa, gestionar, dirigir, porque la figura del padre o del hombre era muy periférica, muy ausente. Sobre todo, en las clases populares donde la figura visible siempre era la de una gran madre con su lado luminoso, pero, también, con su lado oscuro, porque en ese país en el que yo crecí las mujeres solas eran quienes tomaban decisiones y criaban a sus hijos, pero siempre con una referencia aspiracional a lo masculino, aunque fueran una presencia intangible. Por eso creo que hay una correspondencia con el tipo de sociedad que éramos y que quizás aún somos, y es muy lógico que se haya generado una religión en la que a la diosa, entre otros nombres, se le llama “madrecita”. Una diosa que no está vinculada a un dios, que no es la esposa de otro dios. Ella funciona de manera autónoma y tiene a su servicio una cantidad de hombres y mujeres, entre ellos a Simón Bolívar en la corte militar, y eso a nivel simbólico también me parece interesante, que lo militar esté al servicio de una diosa de la fertilidad, porque es un matriarcado con códigos propios.
María Lionza es una diosa líquida que no necesita un marido y también es una madrecita que no tiene hijos, eso lo investigué mucho. Ella está sola reinando en la montaña y a veces aparece con un segundo rostro, que es el de una diosa seductora que atrae a los hombres y cuando aparece un hombre que le gusta y se asoma a la laguna ella se lo lleva, por lo que también puede ser una diosa muy sexual. Y si estudias de cerca el rostro de la escultura que le hizo Alejandro Colina te das cuenta de que es el mismo rostro de Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, aunque tiene cuerpo de mulata, del Caribe, y está sentada sobre una danta, así que desde su principio iconográfico está el tema del mestizaje y del sincretismo, porque María Lionza, desde donde yo la veo, más que un mito o leyenda es un ser vivo.