La extensa obra literaria de Yves Bonnefoy (Tours, 1923 - París, 2016) ha logrado el reconocimiento entre los críticos y lectores más exigentes de Francia. Escritor nacido en una familia de economía modesta, pasa una parte de su juventud en una vivienda semidestruida por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, este hijo de obrero estudia para liberarse de las desventajas de su clase social. Se instala en París. Alumno del filósofo Gaston Bachelard, abandona el surrealismo, lee atentamente las páginas de Shakespeare, cuyos sonetos y piezas teatrales traduce, y consigue un empleo en el Centro de Investigaciones Científicas. Descifra con perspicacia el arte de Goya, Giacometti, Celan. Publica un buen número de ensayos, libros de versos y traducciones y obtiene galardones prestigiosos, como el Grand Prix de Poésie de l’Académie Française y el Premio Kafka, entre otros.
Juntos todavía, editado en Francia en 2015, es la despedida poética de Bonnefoy. El lector encontrará aquí textos en verso y en prosa. El poeta mexicano Ernesto Kavi es el traductor al español de las treinta y tres composiciones del libro. Desde el principio percibimos la atmósfera literaria de los siete apartados de la obra. Los ciento cuarenta y nueve versos iniciales del primer poema muestran tres características estéticas del conjunto: nitidez, potencia y hondura. Bonnefoy observa una garriga desierta, menciona a un niño arrojado al fondo de un pozo, recuenta las ausencias. Pero también resalta la belleza y el lenguaje frente a una realidad de piedra, hierro oxidado y viento. Recuerda a un maestro, el guía intelectual de su juventud. Consciente de la fragilidad humana, reacciona con energía: “Decidamos / Que la llama de este abecedario en nuestras mesas / Arda recto, esta noche todavía. Tomemos la copa / De nuestras palabras, aun las marchitas, las carbonizadas. / Bebamos aun la nada”.
Yves Bonnefoy nos describe un mundo de resplandores, zafre, arcilla, aguaceros. Se refiere a algunos frutos que ha visto en sueños. Alude a un dios de la benevolencia y a un jardinero de lo invisible, pero siempre apuesta por el hombre: “El cielo es hermoso, por la noche, gracias a nosotros”. Las secciones segunda y tercera de Juntos todavía empiezan con preguntas. El poeta escucha ruidos, voces de personas que dialogan desde hace siglos. Los versos son fragmentos de conversaciones mientras el cielo cae y una mujer recostada parece un tren que viene de lejos. Bonnefoy encadena pequeños misterios: sábanas que restallan, bestias pensativas, un niño subido a un muro alto, seres que hunden sus pértigas en la luz. La expresión sencilla del autor no disminuye el enigma de los objetos y personas que contempla. La experiencia amorosa es detallada con serenidad en “Juntos la música y el recuerdo”, cuarto apartado del libro. “Las manos que se unen acrecientan el espíritu”, afirma el escritor.
Las secciones quinta y sexta contienen sendos homenajes a un pintor y a minucias de la vida cotidiana. ¿Otros ingredientes poéticos? Unos muebles que se comunican en voz baja, las pilastras de una iglesia, una carta de signos deshechos por la lluvia y el lodo. La parte final de la obra, “Perambulans in noctem”, está formada por doce poemas en prosa. El autor se adentra a ciegas en el taller de un artista y oye un grito agudo; toca una espalda lanosa, un abrigo silencioso. Después retrata a un traductor, participa en una fiesta de cumpleaños bajo grandes robles y una bandada de grullas, se pasea en un bosque de las Ardenas. La prosa elegante de Bonnefoy evoca un diario íntimo, un baúl, el regreso a una casa, una escalera con peldaños de recuerdos.
La edición esmerada de Juntos todavía incluye varias notas bibliográficas y una imagen de cubierta creada por Max Ernst. La traducción de Kavi está a la altura de uno de los principales poetas franceses del siglo XX.
Brefweg, en Warbende
Esto, que recojo, es una carta.
Arrojada ayer en la hierba, al borde del camino.
Llovió, las páginas están manchadas de lodo,
la tinta desborda las palabras, es ilegible.
Sólo que ahora es casi luz,
la irisación de esos signos deshechos.
La lluvia disolvió una promesa.
La tinta se convirtió en un charco de cielo.
Amemos así las palabras de la nube,
ellas también fueron una carta y nuestro engaño,
pero la luz las atraviesa y las redime.
¿Intentaré descifrar esas frases?
No, son más valiosas para mí al deshacerse.
Sueño que la noche es un día que se alza.