Hoy por hoy, sólo un insensato negaría la existencia del cambio climático, una realidad que, pese a las innumerables discusiones sobre sus causas, su intensidad y su posible evolución, ha llegado para quedarse entre nosotros. Y una de sus primeras víctimas no es otra que el invierno, una estación que ha determinado la vida humana y nuestra relación con el entorno a lo largo de la historia, y que hoy se encuentra en serio peligro de extinción. Así lo afirma el reportero y ensayista Bernd Brunner (Berlín, 1964) en su obra Cuando los inviernos eran inviernos (Acantilado), una aproximación transversal -histórica, antropológica y científica- y plagada de referencias culturales que bucea en todas las caras de una realidad capaz de abarcar el horror del hielo eterno, la belleza de los paisajes nevados intactos, el anhelo de la pureza invernal o el enorme placer del alpinismo y los deportes de invierno.
De todas estas caras da buena cuenta Brunner, que captura la esencia del invierno a través de historias que transitan una amplia gama temporal y geográfica, aunando crónicas históricas y datos científicos con pinceladas culturales y humanísticas. Viajamos así desde la última glaciación “digna de ese nombre”, hace 20.000 años, hasta los fríos inviernos de la Europa de la Pequeña Edad de Hielo, inmortalizados en cuadros de maestros como Hendrick Avercamp o nos adentramos en los relatos de escritores como Pushkin, Goethe o Robert Walser, conocido como el poeta del invierno. También hay espacio para lugares y gentes con modos de vida únicos, como como el de los inuit, cuyo cuerpo se ha adaptado a un consumo casi exclusivo de carne y a la ausencia de carbohidratos, o la región japonesa de Niigata, donde el viento procedente de Siberia hacía a sus habitantes vivir los meses más fríos en cuevas de hielo cual topos.
Brunner reivindica la necesidad del invierno, una estación en peligro de extinción que “muestra nuestras limitaciones e invita a concentrarse en lo esencial”
Otro gran espacio es el dedicado a personajes pintorescos el estadounidense Wilson A. Bentley, quien realizó 5.381 fotografías de copos de nieve, todas diferentes, claro o el rey y fundador del patinaje artístico, Jackson Haines. Un campo el de los deportes que atrajo la pasión de estrellas como los actores Charles Chaplin y Douglas Fairbanks y cuyos orígenes se remontan a varios miles de años atrás, aunque algunos de los primeros esquiadores conocidos la santa holandesa del siglo XIV Lidwina van Schiedam o los descritos por el escritor y cartógrafo Olaus Magnus en el siglo XVI. Pero esta visión lúdica de la nieve la complementa el autor con sus innumerables peligros, como la desorientación, el calor engañoso de una cavidad de nieve o las avalanchas. Y también muestra Brunner ser gran conocedor de la mitología y de ritos y tradiciones como el acebo, o el señor Invierno, origen de Santa Claus.
Así, el autor revindica la necesidad de una realidad que, “aunque no represente ya el desafío existencial de antaño, muestra nuestras limitaciones y nos revela lo vulnerables que somos. El invierno invita a detenerse, a repasar las cosas una vez más, o tal vez sólo a concentrarse en lo esencial”. Una oportunidad increíblemente similar a esta que nos ofrece el coronavirus, que quizá nos haga replantearnos la necesidad de intentar, por todos los medios, frenar el cambio climático y preservar el invierno.