En el cuadragésimo aniversario de la muerte de Alfred Hitchcock (1899-1980), sobra recordar que el mejor libro para conocer su personalidad y su obra sigue siendo El cine según Hitchcock (1966), que reúne las más de cincuenta horas de conversaciones entre François Truffaut y el cineasta inglés, editado por Alianza y Akal. Cult Books publica ahora Yo confieso. Entrevistas y conversaciones con Alfred Hitchcock, volumen de más de 250 páginas que compila diecinueve entrevistas con el director realizadas entre 1935 y 1977 por muy importantes críticos, cineastas y periodistas.
Es la más abundante y sustanciosa compilación de charlas con Hitchcock publicada en castellano, pero es necesario hacer algunas observaciones. En la portada no figura el nombre de ningún editor o coordinador del libro como responsable de la selección de las entrevistas. En la página 6 o de créditos, tampoco figura ningún título, ninguna editorial, ni ninguna fecha de la presunta edición original de este libro en otro idioma. Hay una introducción de Robert E. Kapsis, gran especialista en Hitchcock, en la que se alude a “las entrevistas reunidas en este volumen”. Pero no ha podido ser escrita para la ocasión ni tampoco antes, ya que este libro, como tal, no existe ni ha existido en otro idioma. Al menos, no se consigna su existencia, como se debería y hemos dicho, en la página de créditos. Por el contrario, el texto de Kapsis es una refundición de algunos pasajes iniciales de su libro Hitchcock: The Making of a Reputation (University of Chicago Press, 1992).
Sin embargo, siete de las diecinueve entrevistas fueron publicadas en España en el 2000 por la editorial Plot en Hitchcock por Hitchcock, traducción del libro que editó Sidney Gottlieb –otro gran especialista en Hitchcock– en University of California Press: Hitchcock on Hitchcock: Selected Writings and Interviews (1997). Cult Books, que acredita a dos traductores para la ocasión, publica las mismas siete traducciones de Plot. Otras entrevistas –en un número no inferior a cuatro– fueron recogidas también por Sidney Gottlieb en otro de sus libros, Alfred Hitchcock: Interviews (University of Mississippi, 2003). Además, las entrevistas conjuntas de Claude Chabrol y François Truffaut y de Jean Douchet y Jean Domarchi, que aparecieron originalmente en Cahiers du Cinéma, fueron publicadas en España, con idéntica traducción a la de Cult Books, por Fundamentos en el libro Lang, Hawks, Hitchcock (1999). La entrevista de Ian Cameron y V.F. Perkins formó parte del libro Entrevistas con directores de cine, de Andrew Sarris, publicado por Magisterio Español en 1969 con la misma traducción…
En las entrevistas recopiladas en este libro queda claro que a Hitchcock le apasionaba la forma de narrar por encima del contenido y de las ideas que pudiera transmitir
Las entrevistas recogidas en Yo confieso… –como sucede en las antologías mencionadas– llevan la referencia de su publicación original. No sucede así con la más extensa –80 páginas–, global y apetitosa de todas. La entrevista de Peter Bogdanovich, realizada durante cuatro encuentros entre 1961 y 1972, forma parte de su obra ¿Quién diablos la hizo? (1997), donde reunió sus conversaciones con dieciséis maestros del cine. Este libro se editó en 2007 en dos volúmenes con el título de El director es la estrella y el año pasado, y con su título original, fue reeditado en un solo volumen por la misma editorial (T&B), cuya trayectoria ha sido objeto de denuncias y polémicas en la prensa. Uno de sus responsables, el crítico Juan Tejero, está ahora al frente de Cult Books, que también ha publicado El arte de Alfred Hitchcock, de Donald Spoto, y Psicosis, de varios autores.
Yo confieso… no debería ser valorado en comparación con el libro de Truffaut. Es, evidentemente, un libro dirigido a cinéfilos y estudiosos de primera línea, que apreciarán –sobre todo, los más jóvenes– la oportunidad de tener reunidos en un solo volumen interesantes testimonios de Alfred Hitchcock sobre sus películas, sus ideas sobre el cine y, en fin, el modo de concebir su trabajo creador.
En el variopinto mosaico, hay conversaciones que atañen a aspectos muy concretos, como la mantenida con Bob Thomas sobre sus iniciales años de aprendizaje en Alemania; o la muy precisa y sustanciosa planteada por Herb A. Lightman sobre cuestiones técnicas del rodaje, la cámara, la iluminación y el color; o la muy lateral charla con el pelmazo psiquiatra Fredric Wertham –su nombre aparece mal escrito–, muy popular y polémico en su época, sobre la violencia en su cine y su influencia en la sociedad y, sobre todo, en los niños; o la realizada por David Brad sobre las persecuciones como núcleo de movimiento animador y esencial en una película, o la también muy minuciosa sobre su estilo y modo de rodar que le planteó la revista norteamericana Cinema, en la queda claro, como en otros momentos, que a Hitchcock le apasionaba la forma de narrar –elección del encuadre, opción por el punto de vista y el tratamiento subjetivo y papel del montaje, sobre todo– por encima del contenido de lo narrado y, no digamos, de las ideas que sus historias pudieran transmitir. Al respecto, y salvo en contadas ocasiones, no se plantea –o Hitchcock rehúye–, tal vez con la excepción del matrimonio y la pareja, su visión moral, ética, filosófica o política de la vida.
En las charlas de 'Yo confieso' emerge la personalidad misógina, humorística, narcisista y provocadora que el tópico atribuye a Hitchcock
En tal sentido, Hitchcock reitera en varios momentos –por cierto, también repite anécdotas, ejemplos y comparaciones– que, por encima de todo, siempre buscaba las emociones, atrapar y asustar al espectador con un cine de espectáculo y entretenimiento, comercial, que debía cumplir con un requisito insoslayable: ganar dinero.
Otras conversaciones son más misceláneas o, por el contrario, muy puntuales, muy ceñidas al momento promocional del estreno de algunas de sus películas. No carecen por ello de interés, sino que dan pie a centrarse en la exégesis de determinados filmes. Películas como El enemigo de las rubias (1927), Encadenados (1946), La soga (1948), ¿Pero…quién mató a Harry? (1956), Vértigo (1958), Con la muerte en los talones (1959), Psicosis (1960) y Los pájaros (1963) son, entre otras, las que acaban teniendo un análisis más pormenorizado.
Desde la aleatoriedad y los distintos ángulos y épocas de las entrevistas, el lector encontrará en el libro el registro y las explicaciones sobre lo que podríamos llamar los “tópicos hitchcokianos”: el suspense, el MacGuffin, las rubias, el sexo, los actores como “ganado”… Pero también hay insistencias por su parte muy interesantes como las relativas a la misión de la comedia en el drama o a la conveniencia de respetar –y no difuminar– lo teatral en la adaptación al cine de una obra de teatro. Del libro emerge, por supuesto, la personalidad misógina, humorística, narcisista, autopromocional y, especialmente, provocadora que el tópico también atribuye, entre la realidad y la leyenda por él mismo alentada, a Alfred Hitchcock. Léase al respecto la sobrante entrevista con la impostada Oriana Fallaci.
Pese al indudable interés que la lectura de Yo confieso… tiene, hay que señalar varias insuficiencias y deficiencias graves de la edición: las ausencias de pies de foto en las imágenes del director, de fotogramas de sus películas, de un índice de películas y nombres citados, de una filmografía del director, de notas aclaratorias y de una referencia biobibliográfica sobre todos los autores de las entrevistas –no se pone en valor ni se informa de quiénes fueron o son personalidades tan importantes como Bazin, Douchet, Nugent, Russell Taylor o McGilligan– y, en fin, una traducción demasiadas veces farragosa y opaca.