Hay que imaginar a un lector que desconfía de los excesos de ingenio, tal vez porque considera que en demasiadas ocasiones ocultan la renuncia a cavar en una dirección realmente reveladora. Un lector que abre el nuevo libro de Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964), Círculo de lectores, para encontrarse con una versión descarada y jovial de las Instrucciones para subir una escalera de Cortázar, justo el tipo de pieza menor situada en el límite entre lo que le admira y lo que le parece fuego de artificio. Imaginémoslo deslizando su mirada por esa concienzuda recreación del texto de un maestro, asistiendo reglón a reglón a la hábil maniobra bertiana de subrayar la fisicidad de la lectura, su naturaleza material y densa, tangible.
Ese lector, que soy yo, se rinde finalmente a semejante forma de ingenio, tan bien calculada y ejecutada que su efecto no solo es revelador (de las relaciones intertextuales con los maestros, de la naturaleza anti-instructiva de la literatura, o del carácter ya casi arcaico, pero superviviente, de la lectura), sino también festivo y cómplice. Círculo de lectores no es un título vano: nos recuerda que estamos a punto de abrir un volumen que exige lo que Jaramillo Escobar, en una cita, llama un “lector inspirado”, o al menos amigo. A cambio, le devolverá mucha diversión.
Círculo de lectores exige un “lector inspirado”, o al menos amigo. A cambio, le devolverá mucha diversión
Porque en estas páginas se reúnen un gran número de narraciones más o menos breves, del microrrelato al cuento tradicional pasando por numerosas formas experimentales, que tienen como nexo común su voluntad de curvar ciertos tópicos sobre la lectura o la literatura hasta obtener una nueva perspectiva de los mismos. Así, Berti imagina una troupe imperdible de lectores maniáticos, auténticos freaks maravillosos capaces de incorporar costumbres tan extravagantes como la de leer el libro de principio a fin y luego de fin a principio como si solo así estuviera completa la lectura (nota al pie: ¿habrá alguna manera de reseñar estos textos sin repetir obsesivamente los términos “lector” y “lectura”? Yo no la encuentro). Apuesto lo que quieran a que en alguno de ellos encontrarán el reflejo desbordado de sus propias manías, aunque yo no vaya a confesar aquí cuál de ellos me sirvió de espejo.
En otros casos, el autor hace piruetas con el concepto de narrador, palomitas con los criterios de nuestro proverbial coleccionismo de libros, bicicletas con los centenares de discursos bienintencionados que defienden la lectura a base de transformarla en otra cosa (medicina, homeopatía, entrenamiento, un sermón laico, un deber…), variaciones con los buenos usos de la tipografía, diabluras con los títulos de libros célebres (así, Berti imagina una banda de recortadores de títulos, que devuelven a las bibliotecas cosas como Veinte años de soledad o Farenheit 154, “la temperatura a la que un gato se duerme sobre un radiador”). A veces, se limita a darnos consejos casi situacionistas: “Abra la novela y lea solo sus páginas impares, como si las páginas pares estuvieran en blanco. Al cabo de esta lectura, lea solamente las páginas pares. Compare las dos novelas”.
Quizás el juego más difícil y jugoso de los acometidos sea el de la sección “Mañana se anuncia mejor”, que hace el seguimiento de una serie de asuntos de interés periodístico a lo largo de varias semanas.
Esos asuntos, que no podrían ser más estrafalarios, permiten a Círculo de lectores convertirse en un cruce de vanguardia vintage, ingenio metahumorístico, vacilada exhibicionista y noticia sofisticada de El mundo today. Un cruce exitoso que logra una ajustada victoria frente a la realidad.