El Premio Booker se convirtió en uno de los reconocimientos a una obra de ficción más prestigiosos del mundo al proponerse uno de los objetivos más ambiciosos de la crítica literaria: premiar la mejor novela del año en lengua inglesa. Por supuesto, ese “mejor” es imposible de cuantificar: lo que para uno es basura para otro es un tesoro. Por eso, cada año el anuncio del Premio Booker despierta polémica.
Entre los finalistas de 2019 se encontraban, por ejemplo, una novela de 1.000 páginas compuestas en su mayor parte por una sola frase (Ducks, Newburyport, de Lucy Ellmann); una obra escrita en una mezcla de poesía y prosa (Niña, mujer, otras, de Bernardine Evaristo, que compartió el premio con Margaret Atwood por Los testamentos), y una excelente novela, audaz y subversiva, titulada Mis últimos 10 minutos y 38 segundos en este extraño mundo, de Elif Shafak (Estrasburgo, 1971).
Esta última es la más reciente de las 17 obras de Shafak, novelista francesa de origen turco, país donde es una de las escritoras más leídas. La reputación ganada por contradecir el relato oficial que el Estado tuco da de sí mismo le ha pasado factura. Por reconocer el genocidio armenio en su novela de 2006 La bastarda de Estambul fue llevada ante los tribunales acusada de “insultar al pueblo turco” (al final, los cargos se retiraron), y por tratar el tema de la violencia sexual en sus novelas, incluida la última, las autoridades la han investigado por obscenidad.
Mis últimos 10 minutos y 38 segundos en este extraño mundo cuenta la historia de una prostituta de Estambul llamada Tequila Leila. El título y la primera mitad de la novela describen los últimos instantes de consciencia de Leila mientras cruza de la vida a la muerte. Al principio del libro, el corazón de la mujer ya ha dejado de latir, pero sus pensamientos siguen farfullando. “La gente creía que uno se convertía en un cadáver en el mismo momento en que exhalaba su último aliento. Pero las cosas no eran tan claras. Del mismo modo que existían incontables matices entre el negro azabache y el blanco brillante, había múltiples estadios de eso que se llama el ‘descanso eterno’. Si existía una frontera entre el reino de la vida y el del más allá, decidió Leila, tenía que ser tan permeable como la arenisca”.
Leila llega a esa conclusión embutida en un contenedor de basura de las afueras de la ciudad, donde acaban de asesinarla. ¿Quién era esa mujer? ¿Quién la ha matado? ¿Quién la recordará cuando se haya ido? ¿Qué consecuencias tendrá esta brutalidad? Estas son las preguntas que recoge la novela, dejando abundante espacio entre ellas para el dolor, el humor y el amor.
Shafak nos sitúa en el cerebro de Leila. Segundo a segundo contamos el tiempo hasta su muerte mientras leemos cómo ha sido su vida. Deslumbrante
En primer lugar, el relato sitúa al lector con la ayuda de un mapa de Estambul en el que aparecen marcados algunos lugares clave a los que la narración va otorgando un nuevo significado: el hotel Intercontinental, el cementerio de los Abandonados, el puente del Bósforo. Esta imagen da el tono a las páginas que siguen. El mapa se convierte en una clara representación visual no solo de los escenarios de la historia, sino también de la intención de la autora. A pesar de la amplitud del relato, que se mueve a través del tiempo, el espacio, los personajes y los planos de la existencia, la novela permanece arraigada en las sensaciones que conforman la vida cotidiana. Contiene ambiciones enormes y una finísima atención al detalle.
Shafak cumple su promesa. La primera parte de su novela “La mente” nos sitúa en el cerebro de Leila. Segundo a segundo contamos el tiempo hasta su muerte mientras leemos cómo ha sido su vida. Cada minuto que pasa se distingue por un recuerdo sensorial: el peso de la sal con la que la comadrona cubrió el cuerpo infantil de Leila al nacer; el olor del limón, el azúcar y el agua que burbujeaban en el fogón del conservador hogar de su niñez; el sabor del café con cardamomo, fuerte y oscuro, que la protagonista de la novela bebía durante sus ratos de descanso en el prostíbulo en el que trabajaba.
A medida que la consciencia de Leila se debilita, sus recuerdos se dilatan. El lector descubre no solo los momentos y los lugares llenos de sabor que la moldearon, sino también a las personas que Leila conoció en esos escenarios: sus padres, su hermano, su madame, su amante. También se asoma a las historias de los cinco amigos más queridos de la protagonista. “Nunca se lo dijo a sus amigos”, escribe Shafak, “pero ellos eran su red de seguridad. Los días en que se regodeaba en la autocompasión, con el pecho abierto en dos, ellos tiraban de ella con delicadeza y le insuflaban aire en los pulmones”. Al final, la vida se le escapa del pecho. A pesar de ello, el apoyo de su red de seguridad permanece.
Al igual que Tequila Leila, los cinco se han convertido en marginados de la sociedad turca. Nalan es una mujer transexual, Humeyra es una fugitiva, Jamila fue introducida clandestinamente en Estambul procedente de Somalia, y Zaynab 122 tiene enanismo. Sinan, el único hombre del grupo, pasa los días como oficinista puritano, pero por las noches lleva una vida secreta. Juntos forman lo que Nalan llama una “familia de agua” que puede “ocupar más espacio que todos tus parientes juntos. Pero quienes no hayan experimentado lo que se siente cuando tu propia familia te rechaza no entenderán esta verdad ni en un millón de años”. Los cinco deciden dar a Leila la despedida que ni sus parientes ni el Estado le ofrecerán.
Si la primera parte de la novela es un estudio de personaje, la segunda es una travesura. El relato pasa de lo interno a lo externo, del pensamiento a la acción, y de la síntesis de una vida a los giros de un día ajetreado. Las dotes de Shafak como escritora –su ritmo seguro, su honestidad emocional y su conciencia política– cohesionan las dos mitades, formando un todo absorbente y conmovedor.
El jurado del Booker eligió esta novela como una de las seis mejores de este año. La novela se merece sobradamente el honor. Shafak escribe con vista, valentía y compasión. Su novela es un deslumbrante retrato de una ciudad, una sociedad, una pequeña comunidad y un alma individual.
© New York Times Book Review