Carlos Pardo (Madrid, 1975) aborda en Lejos de Kakania dos asuntos distintos engarzados en un argumento unitario: por un lado, los poetas y la poesía, y, por otro, la amistad. La estampa del mundillo poético funciona como el humus sobre el que crece la compleja relación amistosa de dos poetas, un tal Carlos, con ostensibles señas autobiográficas del propio autor, y Virgilio. La novela cuenta cómo surge la relación en un encuentro poético y sus zigzagueantes jalones.
Un círculo tan minoritario como el de los poetas ocupa una extensión muy grande. Ya al comienzo de la historia se nos pone al cabo de la calle de un encuentro de poetas en Santander en el que los protagonistas disputan con un influyente crítico de Oviedo y un conocido antólogo. En el encuentro figura el poeta López-Vega, protegido del asturiano. Al poco, se aprovechan distintas circunstancias para mencionar a otros escritores reales: García Montero, Neuman, García Casado…
Como esta gente está en familia, uno saca una plaquette y lee un poema. Se habla de la importancia de la acentuación en el endecasílabo. Se hacen consideraciones nada favorables a la poesía de la experiencia. Y se le busca una alternativa planteando el nacimiento de una nueva generación, a la que pertenece el propio Pardo y de la cual parece erigirse en cabecilla. Buena porción del libro se inclina al reflejo costumbrista de los circulillos literarios con apuntes de su cara menos positiva: envidias, rencores, egos hipertrofiados, vanidades… También ocupa amplio espacio la teorización estética y una exhibición de referencias culturales.
Afortunadamente, esta materia exclusivista encuentra acomodo en la historia privada del narrador; la familiar, con duras notas cainitas, y con un magnífico personaje al que se le saca escaso partido, la madre, y la de las inconstancias y temores de Carlos en el trato con las mujeres. Dentro de esa dimensión íntima, con mucho de novela de aprendizaje, se halla el motivo importante del libro, la amistad. Porque Lejos de Kakania es la historia de una amistad. El desvalimiento vital de Carlos encuentra su otro yo en el también desamparado Virgilio. Ninguno de los dos sabe muy bien qué hacer con su vida y se complementan. Con momentos de euforia y de flaqueza. Con rupturas y largos silencios. Fluctuaciones que se superan en una relación tan esencial que al final se sabe imperecedera. Pardo aporta, además, un visión interesantísima de la camaradería masculina no homosexual.
La penetrante exploración de la amistad no cuaja en una buena novela. Sobra casi toda la parafernalia acerca de los poetas y de la poesía. Ocurre que el excipiente ahoga el principio activo del libro. Este habría tenido más apropiado desarrollo en la exigente medida de lo que llamamos nouvelle. Por contra, el prolijo relato produce un auténtico hartazgo de insignificancias de letraheridos. Y es una pena, porque Lejos de Kakania tiene notables méritos parciales: la estructura calculada con solidez arquitectónica, el estilo claro de eficacia narrativa, el contrapunto de lo patético y lo humorístico, la mezcla de géneros y la capacidad contrastada del autor para narrar con fuerza y gracia.