Carlos Pardo (Madrid, 1975) acaba de publicar en la editorial Periférica Lejos de Kakania, su tercera novela, en la que retrata las luchas de egos en el mundillo de la poesía. Un mundo pequeño e intenso al que perteneció durante mucho tiempo —como autor, librero y director del festival Cosmopoética— y que ahora reconstruye con ironía y en clave de autoficción. “Los protagonistas son poetas, pero podrían ser perfectamente grafiteros o trabajadores de una startup. Me interesaba narrar cómo se relacionan los miembros de comunidades pequeñas donde afloran las tensiones, las envidias y los rencores”, explica el escritor.
Ese es el marco en el que se desarrolla el verdadero tema central de la novela: la disección de la compleja amistad de sus dos protagonistas —el trasunto de Carlos Pardo y un poeta llamado Virgilio López—, con crecidas esporádicas y temporadas de sequía, construida sobre la sublimación de los afectos, de una realidad mediocre y de unas referencias culturales compartidas que tienen su Meca en la Kakania de Robert Musil, aquel Imperio austrohúngaro fuente de la alta cultura.
Pregunta. La amistad que une a los dos protagonistas de Lejos de Kakania está llena de momentos álgidos, desencuentros, distanciamientos y reencuentros… Se ha escrito mucho en esos términos apasionados sobre el amor de pareja pero poco sobre la amistad, y menos aún la masculina, ¿no?
"La sinceridad para tratar la amistad es más común en la literatura escrita por mujeres. Entre hombres parece que hay miedo a exponerse"
Respuesta. Me encantan los libros sobre la amistad masculina en la edad adulta, pero es una perspectiva poco común. Normalmente la sinceridad a la hora de tratar la amistad la he visto más en la literatura sobre la amistad femenina escrita por mujeres. Entre hombres parece que hay miedo a exponerse. Más allá sobre el debate de la autobiografía o la autoficción, lo que más me interesa de la literatura es la franqueza para iluminar experiencias comunes que no se han contado otras veces.
P. Hay una cuestión que se debate mucho en la novela que es la controversia de su generación con eso de “la voz personal” del poeta: si había que matarla, si debía ser colectiva... ¿A qué conclusión llegaron?
R. El debate sobre la voz personal se da en toda la literatura: cómo dar con una voz que a la vez sea propia y universal. De todas formas, muchos poetas que empezaron a publicar en los 2000, tras la poesía de la experiencia, han renegado de la etiqueta de generación, no han querido reconocerse en una promoción homogénea, sino que han reivindicado la diferencia y han conseguido llevarse bien entre ellos sin compartir una estética común.
P. Otra afirmación de la novela es que la generación de los poetas de la experiencia eran como Saturno y no permitieron que la siguiente generación asomara la cabeza.
R. Más allá de la generosidad individual de cada poeta —por ejemplo, yo he tenido una buenísima relación con Luis García Montero, que fue mi profesor—, es verdad que ocuparon muchos espacios de poder y han hecho de tapón para la generación siguiente, no tuvieron un diálogo tan fructífero con la gente que vino después como lo hubo en otras épocas. De todas formas es algo que ha pasado en todos los ámbitos de la sociedad española con aquella generación.
"Los poetas 'influencers' no me interesan nada, pero está bien que existan. También hay novela comercial y nadie pone el grito en el cielo"
P. En la última generación de poetas ha cobrado fuerza la poesía comercial que triunfa en redes sociales. ¿Qué opina de esta corriente?
R. Estos nuevos poetas influencers no me interesan nada, hacen un tipo de literatura que los anglosajones llamaban falacia patética, que tiene que añadir un extra de sentimentalismo para volverse profunda. Me da grima. Dicho esto, ese mal lo veo también en muchos poetas mal llamados serios. De todas formas, está bien que exista ese tipo de poesía. También hay novela comercial y nadie pone el grito en el cielo.
P. Los bares y las librerías son dos tipos de lugares en los que transcurre buena parte de la novela y entiendo que también de la autobiografía intelectual y sentimental del autor. ¿Con cuál de los dos se quedaría si tuviera que elegir?
R. Con un tercero que no has mencionado pero que también es omnipresente en la novela: la habitación. Es un lugar fundamental en los años de formación de los personajes, donde se da una relación con el tiempo que tiene que ver con algo casi sagrado, algo que era posible en un tiempo previo a las redes sociales. Me interesa mucho la relación con los espacios cerrados. Es verdad que mi vida ha transcurrido en buena parte entre bares y librerías. Por una parte está la maldición de trabajar en bares propia de quien tiene que ganarse la vida precariamente. Por otra parte, trabajar en librerías ha sido un enriquecimiento absoluto, no económico pero sí intelectual. Me quedo con las librerías. Si estuviera bien pagado, el trabajo de librero sería el mejor del mundo. También son importante para mí las bibliotecas, ahora es donde más tiempo paso porque me concentro mejor que en casa para trabajar.
Autoficción, el eterno debate
P. La autoficción ha sido denostada por parte de la crítica, quizá porque ha estado de moda en los últimos años. ¿Qué opina de ese debate?
R. Es un debate que muchas veces se enfoca de manera muy tramposa, como si hubiera una literatura de los hechos y una literatura de la imaginación. Lo más interesante de la autobiografía es cómo trabaja diferentes niveles de verdad. No tiene tanto que ver con atarse a los hechos sino a ciertas emociones, ahí es donde reside su honestidad y su franqueza. Cuando uno lee el libro que inicia el género, Las confesiones de Rousseau, ve que empieza mintiendo: dice que tiene menos hermanos de los que tiene y que su padre se dedica a una profesión distinta de la que tiene en realidad, pero las emociones son verdaderas. Su resentimiento, sus envidias, sus enfados, su rivalidad con sus compañeros ilustrados como Diderot: todo eso es sincero. Incluso el estilo plebeyo, algo innovador para la literatura de entonces, es auténtico. La historia de la novela y de los textos autobiográficos van de la mano desde la picaresca y los primeros intentos de literatura confesional. También la gran novela del siglo XIX y la novela de formación tienen influencias directas de la literatura autobiográfica. En cuanto a la moda, yo llevo escribiendo literatura autobiográfica desde el principio con mi poesía, y con la novela desde Vida de Pablo, cuando todavía no estaba tan en boga el debate sobre la autoficción. Yo estoy deseando que pase de moda para que uno alegremente pueda escribir lo que quiera sin que parezca que tenga que justificarse.
P. Se nota que ahora lo ve con cierta distancia e ironía, pero en su momento pariticipó de ese reducido mundo de poetas que libran guerras internas y que no le importan a nadie fuera de ese círculo.
R. Sí, eso es lo que me interesaba narrar. El mundo de la poesía ha perdido su utilidad y su prestigio social, es un género anacrónico pero te conecta con una historia de siglos, y todo eso hace que la gente que se dedica a escribir poesía tenga unos delirios de importantitis y de egolatría que son terribles. Yo pretendía narrar todo eso como si se lo estuviera contando a un extraterrestre que no tiene por qué saber ni qué es la poesía ni nada de esos juegos de envidias y rivalidades. La verdad es que es una pena que en una comunidad tan pequeña, cuyos miembros deberían fortalecerse y apoyarse mutuamente, tengamos ese complejo de que solo puede quedar uno.
"Descubrir que la posteridad es un timo ha saneado el ambiente de la poesía. Los autores más jóvenes se han quitado de encima ese lastre"
P. ¿Eso no ha cambiado para mejor en los últimos años?
R. En mi generación parecía posible tener una carrera progresiva y que ciertos premios consolidaran el estatus de un autor. Todo eso se ha borrado. Asumir la caducidad de la propia obra y descubrir que la posteridad es un timo ha saneado el ambiente de la poesía. Los autores más jóvenes que leo y más me gustan se han quitado de encima ese lastre. Por otra parte, hay países que sí se toman en serio la poesía, como Polonia, donde es una cuestión nacional. También tendrán sus envidias, pero el hecho de que tenga prestigio social hace que las relaciones sean mucho más sanas, se ve un enriquecimiento mutuo e incluso un trabajo común entre los poetas. Prevalece la idea de que la literatura es una cadena formada por el legado de mucha gente diferente a través de los siglos.
P. En la novela se dice que todos tendemos a forjarnos una identidad basada en la apropiación de unos gustos pretendidamente originales, lo que conduce a otra forma de borreguismo, pero más esnob.
R. Obviamente uno no puede estar siempre en lo más sublime porque si no no habría contraste. Nuestra manera de relacionarnos es consumista. Es algo que tenemos interiorizado, pero no siempre ha sido así históricamente. Las estrategias del mercado afectan al deseo de obtener determinadas cosas que construyen nuestra identidad. Ahora casi todas las batallas políticas se dan en la construcción de la identidad. El sociólogo Pierre Bourdieu analiza esto muy bien en La distinción. Nos tiramos el pisto con el capital cultural. Esta es una novela sobre la amistad y los afectos, pero también sobre la sublimación de una realidad mediocre. En el caso de los protagonistas se da en la propia idea de Kakania, ese Imperio austrohúngaro de Robert Musil, fuente de la alta cultura y de donde proceden sus ídolos. Van de viaje allí y lo que se encuentran es una cutrez y descubren la falsificación que son ellos mismos. El género de la novela trata de eso, de cómo se descalabra la ilusión ante la realidad más prosaica.
El pudor como enemigo de la literatura
P. En su novela se menciona y se ejerce la parresía, esa práctica de los clásicos de decirlo todo con franqueza y, en el caso del destinatario, encajarlo bien. ¿Se siente identificado con esa actitud?
R. En mis tres novelas, desde Vida de Pablo hasta esta, el ejercicio de franqueza ha estado detrás. La parresía es la franqueza de los cínicos que se atreven a cuestionar las costumbres, mostrando todo aquello que no se dice y que dinamita la doble moral en la que se sustenta la sociedad. Decía Victoria Ocampo en sus Testimonios que el pudor es enemigo de la mujer y de la literatura. Su propia literatura es parresiástica y tiene razón en que el pudor es enemigo de la mujer, también lo es del hombre y, por supuesto, de la literatura. Y en ese sentido, el coraje de decir la verdad va más allá de atarse a los hechos, se trata de exponer la verdad en el terreno de los sentimientos y otros más ambiguos que se construyen sobre todo con palabras.
P. Publicó su último poemario, Los allanadores, en 2016. ¿Sigue escribiendo poesía?
R. Esto también es ambiguo, porque me he sentido más poeta escribiendo prosa. Me interesa la poesía que suena más a ensayo que a poesía, como la de Anne Carson. Y me gusta la prosa que no sigue las convenciones de lo que llamamos novela, aquella de la que no sabes muy bien a qué género pertenece. En este sentido, no sé cuándo volveré a escribir un libro de poemas como tal, pero en esta novela incluyo un capítulo muy largo en forma de poema que me servía para dar otro nivel de lectura de la verdad, narrada en tercera persona. Es un poema que desmentiría lo que dice el protagonista de que ha dejado la poesía. Es un capítulo muy paródico e irónico, en la línea del Don Juan de Byron o El diablo Mundo de Espronceda.
P. En la novela nombra a muchos poetas por su nombre real, y en otros casos este puede deducirse a partir de otros datos. ¿Alguien se ha tomado muy mal cómo sale retratado?
R. Uno tiende a pensar que todo el mundo es muy adulto y está dispuesto a aceptar el juego, pero en realidad esto siempre trae consecuencias. Con los anteriores libros sí que he tenido algunos problemas. En este no creo que nadie quede mal parado salvo el narrador: la persona más expuesta, ridícula y grotesca soy yo. Imagino que en el pequeño mundo de los poetas habrá sus chismes y demás, pero no me importa porque yo ya lo he abandonado. En algunos casos cambio los nombres no porque vayan a enfadarse, sino porque el personaje ha dejado de parecerse tanto a la persona real que no sería honesto usar el nombre real. En cualquier caso, la construcción de los hechos y de los diálogos es ficticia. Ha sido un ejercicio muy divertido, a veces me reía solo escribiendo. A ratos me sentía poseído por voces de personas que no he vuelto a ver en años.