Se necesita arrojo para estrenarse como escritor de ficción con una novela que no es comedia ni es tragedia, sino ambas cosas a la vez. Este arrojo no es mero atrevimiento, viene avalado por una vasta cultura, por la distancia adecuada para satirizar cuanto se ponga a tiro y una dosis de humor inteligente que entretiene y permite al lector deleitarse con el despliegue resultante. Las mutaciones, primera novela del mexicano Jorge Comensal (1987), contiene los ingredientes de la fórmula descrita, y la maneja su autor con tal destreza que no deja de despertar admiración y de concitar halagos poco comunes, como es el caso, en un primer libro publicado en su país en 2016. Y sí, reconozcamos que no es fácil salir airoso de una apuesta tan arriesgada desde la vaguedad del enunciado que figura como título. ¿Qué intenciones esconde? ¿Por qué atrae y desconcierta a partes iguales? ¿Por qué es la enfermedad de nuestro tiempo la elegida para desatar el drama y convertir la miseria humana en esperpento?
Pues ha de saber el lector que la burla sagaz que empuja la farsa desplegada ante él tiene su base en un elemento trágico: las mutaciones que conducen a una enfermedad como es el cáncer y las que, a su vez, derivan de tal enfermedad. Eso por un lado, pero por otro está el persuasivo manejo de los dos elementos esenciales para la representación de una comedia: los personajes, fundamentales todos hasta el punto de tratarse casi de un enredo coral, y las situaciones que propician la conexión entre unos y otros, además de la relación de cada uno con dicha enfermedad.
La enfermedad, la necesidad de evidenciarla y desdramatizarla, planea por la ficción. No es comedia ni es tragedia, sino ambas a la vez. Y el triunfo de un escritor prometedor
Empecemos por Ramón, quien, de algún modo, protagoniza la idea: abogado elocuente y carismático de un despacho en el que ejerce de relaciones públicas hasta que un buen día le diagnostican un tumor en la lengua, lo que desencadena la consiguiente tragedia personal y familiar, pues de la fuerza productiva proporcionada por su labia dependen (además de la hipoteca y los gastos médicos) su mujer, dos hijos adolescentes ajenos a las tribulaciones de sus padres, la empleada doméstica y su regalo de cumpleaños: el loro Benito, vociferante y deslenguado, fundamental para reconfortar el estado de ánimo del paciente, sumido por completo en un mudo soliloquio. Entre todos componen el retrato de la familia media, anticlerical, tibia, pretenciosa, perfecto cebo para la intención satírica de un conjunto en el que no falta la relación turbulenta con el hermano menor, turbio, desleal y codicioso.
En un segundo plano están ideas, actuaciones y situaciones producto de un ingenio desatado y burlón que busca denunciar la "farsa gigantesca" del equilibrio natural en el que supuestamente vivimos: un oncólogo especialista en catalogar mutaciones como la que propicia el caso de Ramón, una psicoanalista que cultiva marihuana con fines terapéuticas en un invernadero clandestino y reconforta a Ramón con sesiones presenciales de chat por Internet…
La enfermedad, la necesidad de evidenciarla y desdramatizarla, planea por la ficción y, paradójicamente, la sonrisa del lector se mantiene frente a cierta forma de ternura que desprende el conjunto, a pesar de las miserias que denuncia esta fórmula que no es comedia ni es tragedia, sino ambas cosas a la vez. Es el triunfo de un estilo inteligente, de un escritor prometedor.